Capítulo 1

36 3 0
                                    

"Este no es un día claro, tengo una fuerte sensación de que se oscurecerá a medida que avanza. No al ponerse el sol, como los demás días suelen hacerlo; este día no es de esos. Este día no tendrá una puesta de sol, porque no hay un sol que lo acompañe..."

En el escenario: un hombre de cabello largo mira vagamente un sol imaginario, un cuchillo adorna sus manos y una luz artificial se acomoda en sus pupilas, iluminando su rostro en torno a una habitación desordenada y oscura.
Así se presenta la trágica obra; el teatro se ha llenado como pocas veces en los últimos años. En parte, gracias a la dedicada interpretación de Brian, el actor de turno, y el poderoso monólogo de Liam Foster, dramaturgo responsable.

Liam, habiéndose dedicado de lleno a la dramaturgia, comenzaba a tener una estupenda recepción (teatralmente hablando). Había alcanzado ya algunas buenas críticas nacionales y cierto reconocimiento; pero no fue hasta presentar "El caos", (una obra que cuenta la historia de un hombre que falla en todos sus intentos de suicidio) que logró consolidarse como uno de los más destacados dramaturgos modernos del país. Roza los cuarenta y siete años (puede que más), se le notan ciertas canas y un evidente cansancio al caminar, al hablar. Según sus palabras: ha aprendido a vivir con el tiempo y el tiempo, al parecer, ha hecho las paces con él. De algún modo, así lo cree, puesto que su carrera artística pinta viento en popa, cómo nunca. Aunque por dentro sienta que no tendrá el tiempo suficiente para poder disfrutar de ello.

Foster debutó en el teatro a una edad tardía, demasiado tarde para triunfar. Antes, fue más bien un columnista de un periódico sin lectores y en ocasiones, escribió cuentos de manera anónima. La verdad es que le llevó algunos años poner su nombre en las bocas de los más influenciados por el arte escénico; los mismos que esos días leían su nombre en diminutas letras en breves artículos dedicados al arte en los periódicos o las revistas locales. A la mitad de su vida, Liam es una estrella en relativo ascenso, es un artista levemente reconocido que difícilmente pondrá su nombre en la historia, pero que hace algo que ama, algo que lo mantiene vivo.

Como era de esperar, cuando Caos dio el tercer acto, hubo muchas felicitaciones, unas cuantas rosas volando sobre los asientos y aplausos por doquier, aplausos que se quedaron en el palco, haciendo eco en el salón hasta que ya, poco a poco, los asientos van quedando vacíos y las voces de el resto del equipo comienzan a tomar presencia. Rodeado de personas que conoce hace ya algún tiempo, se inicia una pequeña fiesta con motivo de celebrar, entre amigos, el recibimiento de la obra. Hubo muchas risas, muchas conversaciones y choques de botellas de cerveza y copas de vino.
En el transcurso de la fiesta, un señor al que se le había caído la mitad del cabello superior y las canas grises le tiñen la desaliñada barba; se acerca a él ajustándose el cinturón. Un gesto que hace más de lo que debe y que, al parecer, no puede evitar. Los que lo conocen se han acostumbrado a ese acto incómodo (incluso para él). Luego a una le resulta entendible si se considera el prominente tamaño de su estómago. Alejandro es su nombre, hace la función de representante de Liam y también de amigo, un buen amigo. Incluso, en ocasiones, ha porducido algunas de sus obras y también, porqué no decirlo, de otros dramaturgos que luchaban por hacerse camino en el teatro.

Don Alejandro pone su mano en el hombro de Liam
-¡Dios mío! Aquí estás, gran hombre - le sonríe y le obsequia un medio abrazo - ¡Que gran día ha sido hoy!
-¡Lo sé, es una locura! - responde Liam emocionado.
-¡No, no lo es! Lo mereces y está bien por ti mi amigo, es tu momento; disfruta de la atención y acostúmbrate, pues creo que lo que la noticia que te diré logrará, una de estas dos - le dice levantando el pulgar - convencerte de una vez de que el mundo ha puesto ojos en ti - levanta el dedo índice - o, para indagar en la tragedia, que caigas rendido en este escenario y sepultemos tu cuerpo mañana al atardecer - en voz relativamente baja, don Alejandro le comenta todo esto a Liam que, con el ceño fruncido y algo mareado por las copas de la celebración, trata afrontar la noticia.
-No lo dramatice, dígame de qué se trata - indaga.
-Tu obra ha recibido buenas críticas Liam, he tenido algunas conversaciones. La quieren en Buenos Aires, en México, Londres y en New York en estos meses y debes prepararte, el próximo mes se presentará en un lugar que seguro te encantará visitar: París.
-¿Habla usted en serio? - pregunta Liam, sin poder asimilar la noticia.
-Te lo aseguro. Todo depende de ti.
-Es... ¡Es imposible! - se lleva las manos a la cabeza y ríe - espere a que se lo diga a ella, se pondrá... ¿Puede ir conmigo?
-¡Por supuesto! Ella se emocionará mucho cuando le des la sorpresa, salúdala de parte mía.
-Cielos, don Alejandro, esto está pasando muy rápido, demasiado rápido - Liam suspira sobre sus manos y las frota entre sí. Su rostro está encendido.
-Tranquilo, todo saldrá bien, te mereces esto, ¿Sí?
Liam sonríe y asiente de nuevo, luego abraza a don Alejandro, un abrazo de verdad y lleno de euforia. Aunque a su amigo no le apetecía demasiado todas estas muestras de afecto. De inmediato se da la vuelta, alza su copa y acompañado de una inmediata ebriedad y una emoción que logra agudizar la voz, da un grito: Amigos míos - llama la atención de todos - ¡La obra irá a París! - exclama. Luego, con voz más calmada añade - también a New York y a Berlín a...
-No irá a Berlín - le susurra don Alejandro.
-¿No?
El niega con la cabeza.
-Bueno, no importa - se encoge de hombros - ¡Estará en París! - exclama de nuevo y esta vez, todos los presentes comienzan a celebrar ese momento excepcional con él.

¡París!, ¿Quién no quisiera conocer a la ciudad de los artistas? - se pregunta tras una mezcla de sentimientos que lo invaden, piensa que es producto del alcohol, de los bocadillos, del "imposible" de la noticia y entre todo: piensa en ella, piensa en Paris. Así, sin acento, pues no fue la maravillosa ciudad francesa quien invadió su mente (a pesar de la similitud de nombres), no. En su lugar, fue aquella joven de veinte años que todos los días le llamaba "papá", piensa en su hija, su Paris y se imagina cuanto le encantaría conocer la ciudad que lleva su nombre y, quizá por coincidencia, tanta belleza. Al menos a la observación de Liam: ambas tan increíbles, ambas tan oníricas.

Mariposas En ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora