–Bueno, creo que ahora es tu turno – susurra Paris, inclinándose un poco hacia Liam.
–¿Sí? – responde.
–Así es.
–Bueno, ¿Qué quieres que te diga? – dice Liam, nervioso.
–¡Papá!
–¡Tranquila! – ríe – sólo bromeo.
–¡Dijiste que me hablarías sobre la chica que está contigo en la fotografía!
–¿Qué quieres saber de ella?
–Me gustaría saber cómo era ella.
–Era encantadora – afirma – era muy encantadora en realidad. Tenía los ojos más hermosos que jamás conocí y un sentido del humor tan exquisito como el sonido de su voz. La recuerdo todo el tiempo – suspira – Me gustaría saber qué tanto ha cambiado, qué fue de ella. Cuando la conocí era fantástica – sus ojos nunca antes habían brillado tanto – apuesto a que lo sigue siendo, es algo natural en ella, siempre ha sido fantástica.
–¿Dónde la conociste?
–En el instituto. Antes no la había visto nunca; lo cual era raro porque teníamos muchos amigos en común. Estaba sola, yo me acerqué; algo dentro de mí me dijo “ve, habla con ella” y eso también fue algo muy raro, porque nada dentro de mí me mueve a hablar con alguien y nunca me había sucedido antes y de hecho, no me ha vuelto a suceder desde entonces.
–Eso suena a que estaba hecha para ti – interrumpe.
–¿Crees eso?
Paris asiente.
–Sí, bueno – responde, rascándose la oreja – yo también lo creí. Me aterra pensar que una parte de mi aún cree que es así, pero a veces la vida sólo hace todo lo posible por verte hundido y lo peor de todo es que: cuando piensas que lo estás, siempre se puede ir más adentro. Siempre queda una capa más para romper.
–Sé a qué te refieres.
–Seguro – le responde Liam, sonriendo.
–¡Continúa!
–Oh, sí. Claro – duda un segundo – Entonces – añade, retomando la historia – fui hacia donde ella estaba, me acerqué; no sabía sobre qué hablarle, ni qué le interesaba ¿Quién diría que tiempo después estaría contándole todos mis sueños y secretos? – frunció los labios – ¡Qué ironía!
–¿Entonces, sobre qué hablaste?
–No sabía con qué impresionarla, pero deseaba hablarle. Había algo en ella ese día; cierta tristeza o frustración, que me hizo pensar en que, a lo mejor, nos necesitábamos el uno al otro. No quería ser directo, no quería arruinar ese momento. La saludé, pregunté si podía sentarme junto a ella y no se negó. En realidad fue muy amable. La conversación fue fluyendo, ella me dijo su nombre, tenía un lindo nombre: “Emma”, solía sustituir la letra final por una “ye”, para hacerlo diferente de los similares – explica – hablamos lo suficiente ese día, lo suficiente para enamorarme.
–¿Porqué?
–¿Porqué?, ¡Dios mío, Paris!, No puedes preguntar porqué alguien se enamora, sólo sucede. Pero, si tuviese que decir en qué momento me convenció de que necesitaba ese tipo de belleza en mi vida, fue justo cuando dijo que ella era fría. Dijo que todos los demás la habían hecho sentir de ese modo y yo de inmediato pensé en que los demás estaban locos, que eso era una tontería; ella me dijo que era una persona fría y yo jamás en mi vida me había sentido tan cálido – asegura – fue así en ese, y en todos los momentos que pasé junto a ella. Si así se sentía el frío, no me hubiese importado congelarme en sus brazos.
–Bueno, tal vez sí lo hiciste – insinúa Paris.
–Ella era un témpano en los tiempos de invierno, yo sabía que en algún momento le llegaría la primavera. Ojalá hubiese sido yo, pero yo he resultado ser un invierno infinito; lo sigo siendo hasta ahora y nadie quiere vivir en un invierno infinito – se encogió de hombros – y sí, tal vez me congeló hasta quemar, hasta que ya no me pudo sostener en sus brazos y me soltó. Quizás ella no entendió que yo no deseaba ser sostenido por nadie más, que mi intención jamás fue lastimarla y que cambiaría todo para que de algún modo lo entendiera: que supiera que ella era mi primavera y todos mis climas.
–Siento que hemos avanzado muy rápido en esta historia, ¿No lo crees?, No quiero llegar a la parte que te duele, sólo quiero saber de cuando fuiste feliz.
–¿Por qué insinúas que fui feliz con ella?
–Primero – levanta el dedo índice – la fotografía te delata. Segundo – añadió el otro dedo a la cuenta – lo has estado diciendo todo este tiempo; tu voz, tu mirada, todo me dice que aún deseas que ella esté aquí.
Liam no tiene nada que argumentar, enfoca su visión en la carretera vacía frente a él, en todo el vacío puesto ahí.
–¿No es así? – insiste Paris – Todavía piensas en ella, cierto. ¿Cuánto ha pasado desde entonces?
Liam asiente con la cabeza – pienso en ella mucho más de lo que debería. Han sido veintiséis largos años esperándola y es que, ¿Qué más puedo hacer?
–¿Por qué no la has buscado?
–Ella no espera por mi, Paris. No te ilusiones. Soy yo el que necesita que ella aparezca en mi vida de nuevo y que le dé belleza como solía hacerlo.
–¿Qué pasó entre ustedes?
Liam niega con la cabeza y entrelaza los dedos de las manos mientras se inclina, evitando miradas – pasó que la amé por cinco años. Paso que la amé cada día desde que la conocí – exclamó – sé que ella también me amó, tal vez de un modo diferente, para mi mala suerte. Pero está bien, la encontré. Compartí mi tiempo con ella y el mundo de pronto fue mejor gracias a ella, ¿Te imaginas darle color a una vida totalmente gris, en solo cinco años?, Pues ella pudo haberlo hecho en cinco segundos y eso fue lo que hizo; el resto del tiempo se dedicó a encarnar sus colores en mi. Siento que aún queda algo de color esperando por una “segunda mano”. Hablábamos mucho. Solíamos tener muchas conversaciones acerca de sucesos tan mortales y comunes que nos sucedían a lo largo del día. Realmente no importaba qué decir, sólo importaba estar ahí el uno para el otro – asiente con la cabeza – ella estuvo siempre. Con Emma no habían inseguridades, ella fue la primera persona que conoció mis intenciones de involucrarme a la dramaturgia. Confiaba en mí más de lo que yo lo hubiese hecho. Quizás por que ella también era artista: era una pintora brillante, sin temor a mostrarse ante los demás. Incluso tenía dotes para el canto y los cordófonos; recuerdo que solía cantarme mientras tocaba su ukelele y yo, yo me llenaba de paz. Algunas noches, en las que no logro dormir, intento recordar su voz cantando o sólo diciendo cualquier cosa, busco su risa, la imagino al lado mío y me siento mejor.
–Escucho las cosas que dices sobre ella y me es imposible no imaginarme a la mujer más maravillosa de toda la tierra – le dice Paris.
–Lo era. Para mi, lo era – le dice Liam, con la mano en el volante y tratando de no parpadear demasiado, a pesar de que tenía los ojos levemente aguados.
–¿Crees que le hubiese gustado conocerme? – pregunta, con relativa timidez.
Liam la ve con los ojos entrecerrados y le sonríe.
–Estoy seguro de que sí – responde – ¿Sabes una cosa? Yo siempre quise conocer París, se lo había comentado a Emma un par de veces y ella me comentó su deseo de conocer Venecia, en Italia. Estas dos ciudades eran parte de nuestros sueños inmaduros y agrandados – río hasta toser – quizá, primero me cuestione un poco por haberte puesto un nombre tan dramático y remilgado. Luego de eso, sería una invaluable amiga; sería la mejor amiga que la vida podría darte. No tengo dudas.
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Mariposas En Paris
Historia CortaEn la mejor etapa de su carrera como dramaturgo, Liam Foster carea con el intento de suicidio de su hija. Así que, junto a ella y su perro, emprende un improvisado viaje con rumbo desconocido para tratar de hacerle frente a la tragedia. En el camino...