Capítulo 18

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"Lee la carta, lee la carta", son las palabras que hacen eco en la cabeza de Liam. Cada vez más fuerte, como un grito y una sacudida que lo obligaba a reaccionar. Un eco que se volvía más ascendente a medida avanzaba, hasta convertirse en un sonido y pensamiento claro.
Liam abre los ojos tras un reflejo de ahogamiento, se había quedado dormido en el auto; estaba muy cansado luego de un día tan agotador. Toma un poco de agua, de la que sobraba en la botella puesta en el portavasos, aclara su garganta y exhala, exhala varias veces antes de atreverse a meter su mano en el bolsillo. Comienza a sentir el tacto del papel blando, aguado. Lo saca sin prisa, con cuidado, como a una joya de valor inmensurable, pretendiendo no romper una partícula. Ahí estaba: con las grotescas y abundantes manchas de sangre seca, como trazos de café sobre las letras formadas en negro con exquisita caligrafía, característico de Paris.
El pequeño lienzo, la carta extendida en sus manos, se advierten las palabras como si fuese la propia voz de ella que las recita; él puede oírla:
-Perdóname, papá.
Son las primeras palabras y Liam ya presiente las lágrimas y el exceso de palpitaciones. Le tiembla el pulso y las manos con las que sostiene la carta...

-Estos últimos días estuve analizando tu obra, esa que habla sobre capullos y mariposas; temo que la he sometido a estos sentimientos atemporales que me gobiernan, a los que pertenezco: la tristeza y amargura.
Sé que tu obra pretende ser una analogía del crecimiento del individuo como ser humano, pasando por una fase de metamorfosis. Recuerdo que en las primeras líneas hay una frase que trataré de parafrasear, va algo así: «Creo que merezco conocer las mariposas y verlas volar; no sobre mí sino por dentro, para olvidar que estoy vacío, para olvidar que no hay nada para mí».
Perdón si la he dicho mal, no soy buena recordando frases. Es sólo que, me he dado cuenta que yo he visto las mariposas volar sobre mí, las he visto volar dentro de mí y ¡Fue fantástico!, de verdad lo fue. Pero hace mucho que no hay mariposas por ningún lado, se fueron con él, y yo desde entonces me siento muerta o algo parecido y comienzo a creer que sería mejor si lo estuviese.

¿Alguna vez, mientras perdías a la persona que más amabas, le dijiste que sería un bonito recuerdo en tu memoria?
Ojalá pudieras ver lo mucho que me tortura poder tenerlo sólo en recuerdos, darle abrazos repetidos una y otra vez, abrazos que no fueron suficientes para tatuarme su figura. Me tortura saberme las letras de su nombre y pronunciarlas cada que mi boca está cerrada, me tortura cuando, por las noches y los días en silencio, repaso el tiempo que habíamos vivido juntos y me quedo quieta, implorando al cielo, esperando a que él vuelva.

Perdóname papá, esta es la parte más difícil y dolorosa. Espero puedas comprender mi deseo. Te amo con mi alma y espero que esos capullos internos en ti, pronto hagan metamorfosis. Gracias por amarme, Rey Layoux, Rey Liam.

Era todo, la voz de Paris se había callado, no había nada más escrito. Liam comprende que no tiene sentido culparse o culpar a alguien, comprende que la gente ama de tantos modos y Paris estaba haciendo eso, ella fue capaz de amar y de morir por alguien; no había que reprocharle nada, sólo desearle inmensa felicidad. Eso es lo que Liam hace, entre lágrimas, lo hace aunque él permanece todavía destrozado.
«Tienes hasta las tres de la tarde para venir» recuerda, así que espabila y ve el reloj que avanza poco más de la doce del mediodía. Recuerda que tiene que comprar flores y hace memoria sobre cuáles son las favoritas de su hija. Hay una fuerte disputa entre rosas y tulipanes, así que pone a Rowdy a escoger entre ambas; la dinámica es sencilla: debe ladrar al decirle una de las opciones. Y tal parece que Rowdy lo entiende, guarda silencio en las rosas y da ladridos en los tulipanes.
Liam compra unas cuantas de las mencionadas flores y se va a casa. Desde lejos se respira un aura de nostalgia, de soledad. En la entrada ve aquel espejo ignorado, ve su camisa sucia, su cara entumecida y exhausta de llanto, de sueño. Entonces descuelga el espejo y lo pone de reverso en la pared, para no verse nunca más.
En un cajón vacío guarda la carta de Paris y pone ahí la fotografía arrugada y frágil de él y Emma en sus tiempos de juventud, la cuál había estado todo el tiempo en el mismo bolsillo. Es todo, no hay más objetos en el cajón.
Entonces se da un buen baño y también baña a Rowdy. Se viste decente (o algo parecido), pretende salir pero aún no está listo, todavía no se siente listo. Así que entra a la habitación de París; pasando por el pasillo se percata de las fotografías de ambos colgadas en las paredes, fotografías desde que era una niña hasta sus días de revolución. Ahí estaban, ellos dos. Ahora sólo él, él solo en la inmensidad de la casa.
-¿Sabes qué? - le dijo a Rowdy (probablemente) - no necesito ir, no quiero quedarme con esa imagen de ella con los ojos cerrados tras un cristal, con la piel pálida y luego - traga saliva - luego ver cómo caen kilos de tierra sobre ella; no lo quiero, no lo necesito. Quiero quedarme con esta imagen - dice abriendo los brazos y sonriendo - no quiero su agonía, quiero su armonía, eso es lo que necesito.
En un jarro con agua pone los tulipanes, unos tulipanes amarillos que jamás se atrevería a llevar al teatro por supersticiones del oficio, pero que a ella, seguramente le hubiesen encantado. Lleva el jarro a la habitación, justo en el tocador; aún puede sentir como si estuviese ahí. Antes de marcharse, se detiene bajo el alféizar de la puerta y ve todo lo que pertenecía, todo lo que ha dejado, incluyéndose; entonces suspira profundamente antes de apagar la luz y cerrar la puerta.

Mariposas En ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora