Capítulo 4

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Hasta que percibe el silencio es que abre los ojos y nota que se ha quedado dormido en el sillón. Y con él, a su lado, un Rowdy que parece no haber pegado pestañas en toda la noche, tiene la mirada puesta en el vacío frontal, dónde se coloca una sala de estar ya mucho más ordenada y aburrida que su versión de hace algunos años, cuando las tardes de juegos de actuación con escenarios de sábanas y cartón, predominaban en ese espacio. Hoy no hay eso, si acaso, la rebeldía de uno o dos vasos mal colocados en la mesa y no en la cocina. Liam lo recuerda, pero no recuerda mucho, se siente tan presente pero a la vez como si nunca hubiese pasado. Ve a Rowdy y este le regresa la mirada, mueve la cola como esperando una caricia, hace mucho que no recibe una (hablando de tiempos perrunos), Liam no es quien para negarle las caricias y una frase que denota amor: "pequeño amigo" y entonces se levanta; Rowdy va tras él hasta la cocina, donde se sirve un vaso con abundante agua y luego otro con menos agua que el anterior.

–Me duele la cabeza – se queja.

Rowdy no le da importancia y se echa boca abajo en medio de la cocina, mientras Liam se prepara un café, algo rápido, no tiene el hambre ni las intenciones necesarias para armarse un desayuno, sólo un fuerte dolor de cabeza que pretende aliviar con café del que posee reservas por montón. Vuelve al sillón en el que, sin darse cuenta, había descansado toda la noche anterior. Le da un primer sorbo a su café y recuerda o al menos trata de recordar lo que todavía parece ser una pesadilla; no sabe muy bien por qué tiene el deseo de recordar eso.

–A fin de cuentas, si fue una pesadilla que se olvide lo más pronto y si es realidad, si eso en realidad sucedió entonces ¿Por qué nadie me lo ha hecho saber?, digo, son ya las ocho, casi las nueve de la mañana. Si eso en realidad pasó, ¿Por qué mi ropa no está cubierta de sangre como anoche, eh Rowdy? - le pregunta a éste mientras se acerca a pasos de perro viejo y cansado; tal vez triste igual que su amo y se acuesta a sus pies. Liam con los ojos aguados puestos en el ondeante negro del café ya insulso y helado en aquella taza, se pregunta una vez más: ¿Si en verdad, si ella en verdad se ha ido, por qué yo no estoy muerto, por qué sigo aquí? - para entonces ya ha comenzado a llorar y el dolor de cabeza ahora es el más pequeño e insignificante de todos sus males, ahora le duele el corazón.

Con la manga de la camisa limpia su rostro y ve que el café sigue allí, intacto, enfriándose, esperando a por la mano suya que, a buen tiempo, decide llegar o más bien, intenta llegar pues es desviada hasta un papel que se encuentra justo ahí en la mesa, junto a la taza; como si alguien más la hubiese puesto allí en cualquier momento mientras permanecía ensimismado en su pena, olvidándose de cafés y trasiegos en su cercanía. Liam toma el papel, el papel contiene una carta que empieza con la frase: "Perdóname..."

–¿Papá? – se oye de pronto, rápidamente dobla la carta y la mete en la bolsa de su pantalón.

–¿Paris? – responde y se levanta de inmediato, nervioso.

–¿A qué hora viniste? – grita – creo que me quedé dormida sin darme cuenta.

–¿Dónde estás?, ¿Estás en tu habitación? – pregunta mientras se aproxima con Rowdy siguiendo sus pasos.

–Creo que me siento mal, no sé que es, me siento fatigada y me duelen los brazos, la cabeza y todo, me duele todo.

Liam entra a la habitación, allí está ella con su blancura tierna casi rojiza, aún más pálida por su malestar. Le sonríe y él, le devuelve la sonrisa.

–¿Te fue bien ayer?

–¡De maravilla!, Tengo algunas buenas noticias que me gustaría que supieras, ya te las contaré. Por ahora creo que te prepararé un té o deberíamos ir al médico, estás pálida, muy pálida, ¿Tienes fiebre?

–No tengo fiebre, estoy helada. Me pondré bien enseguida, te lo prometo – le sonríe y bosteza.

–Bueno, quédate aquí y si necesitas algo, gritas – le indica al tiempo que sube la cobija hasta sus hombros y le acomoda el cabello – yo iré a lidiar con esta resaca.

–Pobre hombre, preso de la dipsomanía – se mofa.

Liam ya de espaldas echa una leve carcajada – no hagas que te levante de esa cama – amenaza.

–No podrías – le dice ella.

La sonrisa se le borra del rostro y se detiene bajo el marco – ayer tuve una pesadilla, fue bastante horrible. Es bueno tenerte aquí hoy.

Paris se pone aún más pálida y la sonrisa también se le desvanece – Yo igual tuve un sueño, no fue un mal sueño. Fue sobre Diego – sonríe sin ganas – Me hace mucha falta.

–Lo sé, sé cómo te sientes – le dice – todo está bien, estarás bien muy pronto, ¿Sí?

Paris asienta con la cabeza.

–Bien. Yo estaré afuera, descansa – baja la mirada y sale sin decir más; negando con la cabeza tras haber cerrado la puerta.

Mariposas En ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora