Sí, Liam había bebido. Siente una leve vergüenza por lo poco presentable que se ve y más vergüenza aún, por embriagarse con tres o cuatro tragos.
-No fueron tres, ni cuatro - asegura Brian, quien fuese su amigo y quien se ofreció a llevarlo a casa.
-Estoy seguro que fueron tres - dice Liam mientras con su mano se rasca la oreja, nervioso.
-No lo fueron - responde Brian.
-¡Estoy seguro que no bebí tanto!
Un tema de no acabar nunca, cosa de ebrios, sin importancia. Brian y Liam llegaron a la casa de este, cerca de las dos de la madrugada. Rowdy los siente llegar, los ladridos se escuchan desde afuera y parece haber estado ladrando desde mucho antes, ladridos como de súplica, como queriendo decir algo, casi aullando.
-¡Tranquilo, amigo! - le dice Liam - ¿Me extrañaste?, Sé que me extrañaste mucho, yo también te extrañé.
Pero Rowdy entra y sale tan rápido como puede, sin que Liam le preste la atención suficiente.
-No sé qué le pasa - le dice a Brian - es un perro loco, algunos días no quiere ni moverse la cama. Está un poco viejo ya.
-Es un animal muy bien cuidado - responde sonriente.
-Sí, Paris se encarga de darle mucho cariño - fija la mirada en Rowdy que iba y venía agitado - a propósito, le hablaré para que puedas saludarla.
-No, mejor déjala descansar, ha de estar dormida.
-No lo creo - le dice Liam mientras se dirige a la habitación de su hija - siempre suele estar despierta hasta tarde - decía - seguro le encantará verte.
La habitación se halla en el fondo, desde donde Rowdy va, viene y aúlla, anunciando la tragedia, si tan sólo tuviera la capacidad de hablar...
Pero las cosas no se esperaban de tal modo. Liam entra sonriente en la habitación, una sonrisa que es bruscamente desvanecida a medida que comprende lo que sus ojos tienen enfrente: la sangre roja, intensamente ennegrecida, corriendo por los antebrazos de su niña. Los blancos antebrazos manchados en la violenta escena de auto lesiones que se tiende al pie de la cama, donde reposa la pálida cabeza, sus ojos abiertos y la respiración casi ausente.
Rowdy aúlla con la cabeza puesta en las piernas de su amiga, en una inolvidable escena carente de ficción pero rica en dramatismo. Liam, que empezaba a comprender, se lanza sobre su niña, negándose a la resignación.
-¿Paris?, ¡No, no, no!, ¿Qué hiciste? - se lamenta en coro con los aullidos del animal. La toma en brazos, se empapa de su sangre y le acaricia el rostro, un rostro que vio crecer - ¡Por favor no te mueras! - le ruega.
Brian al escuchar los lamentos, se toma el atrevimiento de inmiscuirse en los hechos. Avanza por el pasillo donde había unas cuantas fotografías colgadas; en una de ellas: una pequeña Paris abrazaba a un Liam que vestía de traje; en otra, una Paris ya más grande vestida de graduación, sostenía un título y en otra, ella rayaba las paredes de lo que parecía ser la cocina.
En fin, allí estaban las fotografías, en cualquier otro momento Brian se hubiese detenido a preguntar: «¿De cuándo es esta?» - señalando cualquier fotografía que estuviese en el pasillo. Muy seguramente Liam se hubiese detenido, con entusiasmo, para responder su pregunta con pelos y señales de la anécdota previa a la fotografía y quizás una limitada información de lo que sucedió después. Sin embargo, este no era el momento; las fotografías, todas ellas, pasan desapercibidas a los ojos de Brian que, apresurado, corre por el pasillo hasta la habitación de París que se encuentra entreabierta.
Brian ve a su amigo tendido en el charco de sangre y en sus brazos: su hija, su Paris con los antebrazos desgarrados. Se queda mudo por unos microsegundos, pero enseguida recupera la compostura y trata de despejar la mente. Le indica a Liam que se ponga de pie y le ayude a llevarla al auto para llevarla al hospital e intentar salvarle la vida, si fuese aún posible. Liam, traumatizado y con algo de fe ciega, obedece. ¿Qué más podía hacer después de todo? Aún con la cabeza girando por los trescientos sesenta grados, no podía quedarse ahí esperando milagros, esperando que todo fuese un sueño, un mal viaje o un pensamiento intruso.
Ante las calles, Liam aprieta los ojos, casi llorando, el eco del grito de su amigo al lado suyo se escucha lejos, muy lejos, fusionándose con un pitido y el sonido del tráfico vehicular y los cláxones; la cabeza le da vueltas y el estómago también. - desearía no haber bebido tanto, que idiota - piensa. Abre los ojos, ve sangre en sus manos, en su ropa, va en el coche y a su izquierda ve a su amigo conduciendo con prisa, con la camisa llena de sangre y entonces gira, al asiento trasero, dónde va su niña, dormida, así la ve: dormida, sólo dormida. Por las lágrimas, por el alcohol o quizá por el sereno; todo es borroso afuera, los sonidos vuelven a ser ecos distantes, vuelven a fundirse en un pitido que anticipa el vomitivo sonido hospitalístico y el ruido de toda esa gente ahí dentro: muriendo, naciendo... mientras su cabeza se aleja de su cuerpo para ignorar las preguntas de protocolo: ¿Nombre y apellido?, ¿Cuántos años tiene? ¿De qué se está muriendo? Él no puede contestarlas, lo ha olvidado todo. Sólo quiere hundirse en el llanto y en un océano de dolores de corazón y el ruido de recuerdos. ¿Por qué lo hizo? - se pregunta hasta el cansancio, y sin darse cuenta se queda dormido.
ESTÁS LEYENDO
Mariposas En Paris
ContoEn la mejor etapa de su carrera como dramaturgo, Liam Foster carea con el intento de suicidio de su hija. Así que, junto a ella y su perro, emprende un improvisado viaje con rumbo desconocido para tratar de hacerle frente a la tragedia. En el camino...