–Es una playa muy bonita, ¿No te parece? – dice Liam después de haber avanzado algunos kilómetros en armonioso silencio.
–No podría compararla, jamás he conocido otra.
–Tienes razón, creo que te debo una disculpa – le dice, apenado – en mi defensa, perdí el gusto por estos lugares.
–No tienes que disculparte – le calma – es que, me parece un lugar lleno de paz y justo cuando salimos estaba pensando en él, en Diego, en si estuviese con vida y pensaba en qué ojalá hubiésemos vivido lo suficiente para conocer juntos estos lugares; él y yo.
–Te entiendo. Estoy seguro de que a él le hubiese gustado mucho estar contigo aquí y en cualquier otro lugar en el mundo. Él te amaba, lo sé, yo lo notaba y me daba mucha calma saber que lo hacía; él comprendía lo valiosa que eres.
–Después de todo, tal vez si tengas razón en algo: la vida nos debe explicar tantas cosas, nos debe explicar ¿Por qué ese esmero en destruirnos por completo cuando todo suele estar yendo tan bien?
Liam asiente – sé que Diego fue consciente de cuánto lo amaste y de cuánto te dolió su muerte. Espero que en algún momento de la eternidad tengas la oportunidad de encontrarte con él una segunda vez.
Paris no dio una palabra, se limitó a mostrar sus pálidos antebrazos, adornados por unas largas cortaduras aún no cicatrizadas por completo.
–Claro, que él haya ganado tu corazón significa que yo te he perdido. A veces olvido estas cosas – dice Liam con una mueca en forma de sonrisa.
–Nunca me perderás – niega con la cabeza – siempre estoy contigo.
–Lo sé, lo estoy empezando a notar.
–¿Sabes que debemos avanzar, no?
Liam no dice nada, continúa conduciendo.
–Papá, ¿Lo sabes, verdad?
Liam detiene el auto. Respira muy fuerte, muy rápido. Piensa que ha llorado mucho, así que contiene el llanto y se oculta el rostro entre las manos. Entonces asiente. Paris lo abraza, pone su cara en el pecho de él, justo en dónde más resuenan los latidos del corazón y él la cubre con su brazo izquierdo.
–Esta irremediable situación de sentir que uno pertenece a una única persona, más bien: a una única alma. Es algo bastante trágico de aceptar – comenta Paris.
Liam no responde, frunce los labios con la mirada perdida. Queriendo ignorar a toda costa las palabras que están por venir.
–Recuerdo ese día – manifiesta, aún apoyada en el pecho de Liam – me senté al borde de la cama, viendo con tristeza los azulejos del suelo. Me ardía el rostro el espejo evidenciaba mis ojos hinchados de todas las noches malas y solitarias en las que lo había llorado; cada noche desde que se fue… Todas las mañanas pensaba en quedarme unas horas más echada en la cama, después de todo, no tenía caso salir de ahí, afuera no quedaba nada. En cambio, de vez en cuando los huesos comenzaban a quejarse, el alma se percibía inquieta y dispuesta a intentarlo una vez más. Preparé mi desayuno, quería algo suave porque las últimas comidas las había estado vomitando sin que te dieses cuenta y bueno, en realidad había perdido el apetito. Después del primer bocado, no pude con el segundo y comencé a aceptar lo que se venía, comencé a aceptar que había algo mal conmigo y con mi cuerpo enfermo; con mi alma adolorida; con mi pulso que a veces, sin motivo, comenzaba a temblar y de repente sentía que todo estaba desmoronándose dentro de mí. Podía sentir las piezas caer y sabes cómo es eso, sientes que en cualquier momento caerán sobre tu piel.
En mi habitación – prosigue – la ventana solía venderme la inminente imagen de un polvoriento camino que, sin duda, iba hacia algún lugar, un lugar que desconocía y me asustaba porque perdí a la persona que juntaba sus pies con los míos para caminar juntos. Tenía ese miedo innato a perderme si algún día decidía andar por mi cuenta; a veces uno siente esos miedos y a veces uno ya no quiere avanzar, a veces uno sólo – suspira – uno sólo está cansado – por un momento se detiene, para asegurarse que Liam la esté escuchando – el camino es largo y verlo desde dentro parece más seguro; nadie sabe que puede encontrarse afuera, afuera nada es seguro. Afuera de pronto las calles se convierten en hondos charcos de musgo y todas esas casas que uno conoce de cierto color, ahora están pintadas de otro color muy diferente – continúa, luego de asegurarse de que él no tuviera algo que añadir en la conversación – incluso, las personas que habitaban en esas casas se han marchado sin saber que formaban parte de esta imagen. Entonces, después de todo, incluso sólo ver el camino ya resulta terrible – se detiene y suspira para luego alejarse de los latidos, poco a poco se van haciendo menos audibles mientras ella acomoda su mejilla en el frío cristal de la ventana – como sea, las cosas afuera estaban cambiando y no importaba cuánto me agradaba o me asqueaba la imagen en mi ventana, algún día no la veré más, algún día ni siquiera existirá algo de ella en mis recuerdos, no como en ese momento. Justo ahí me invadió ese pensamiento: no había razón para caminar sobre el polvo, yo en realidad no quería ser parte de esta imagen en la que abundaba su ausencia. Miré, entonces, el interior de mi casa, parece que nunca lo había notado, no tan profundo como ahora y resulta que estos días no son tan claros, sin embargo, adentro todo es aún más oscuro, más polvoso. Las cosas aquí no han cambiado de color, el color se ha alejado de ellas. «Debo alejar los malos pensamientos» me dije a mi misma y comencé a limpiar a sacudir el polvo debajo de los sillones, debajo de las camas, había polvo en todos los espacios y entonces noté las telarañas en el techo, en las esquinas y de inmediato quise quitarlas pero empecé a preguntarme «¿Cuánto tiempo llevaban ahí?» pensé que quizás habitaban ese lugar incluso desde antes que yo existiese y pensé que, a lo mejor, ellas si gustaban de este lugar y pensé en que todos merecen un lugar para sentirse seguros, así que di gracias a las arañas por sentirse seguras viviendo conmigo y contigo – sonríe – habitaba en mí, ese día, el deseo de arreglar todo eso, todo el desorden por que de algún modo tenía que dejarlo listo a mi modo, con mi esencia; sabes de lo que hablo. Sabía que debía hacerlo yo, porque nadie lo haría por mi, nadie sabe dónde debe ir cada cosa y nadie sabe cuáles son los colores que me gustan para cada cosa. Pero, a pesar de todo, yo me sentía cansada, me sentía sin fuerzas para arreglar todo esto. Lo cierto es que en mi necio corazón existía la esperanza de que él entrara por la puerta, no para levantar el polvo y acomodar cada cosa; sino para quedarse ahí al lado mío, en mi desorden. Porque a su lado todo resultaba tan sencillo… y, ¡Por Dios!, ser yo se volvió complicado, de hecho, me costaba recordar siquiera, cuáles eran los colores que me solían gustar ¡Porque ya nada me gustaba!
Paris se despega del cristal, su mejilla estaba rosada y helada. Se sienta recta, con la mirada hacia la carretera, la oscura carretera y prosigue:
–Arreglé mi ropa, debía ir bien ordenada, arreglé mis zapatos, mis libros, mis películas, nunca mi habitación había estado tan limpia y parecía bien, se veía bien. Pero seguía oscura, se seguía sintiendo vacía y para este punto yo lo supe, yo ya sentía no pertenecer. Estaba cansada, mi cuerpo también lo estaba, me lancé sobre la cama y me cubrí el rostro con mis manos para evitar observar todas las cosas frente a mí. Fue en vano, es una pena que mis manos no sean capaces de cubrir los recuerdos, esos recuerdos que me gritaban fuerte y con sus nudillos me deshacían el miocardio. Me cubrí el rostro con las manos, me cubrí el cuerpo, aunque mis dos manos no eran suficientes para poder ocultarme.
–No necesitabas una mano para ocultarte, la necesitabas para salvarte… – interrumpe Liam.
–Por la ventana – se apresura a continuar – la oscuridad se impregnaba en las esquinas de la habitación, todos los ruidos eran distantes; frente al espejo ya no podía distinguir si mi reflejo era borroso o si todo este tiempo, lo borroso había sido yo. Mi yo sin ánimos, quizás es que ya me sentía así desde antes. Solía pensar en que, ciertas personas simplemente nacemos con ese sentimiento impuesto en nuestro ser, como si estuviésemos destinados a ellos, pero no lo sé. Tomé una navaja de afeitar y de un solo tirón rasgué en ambos brazos, rasgué hasta donde creí necesario y al ver la sangre escurrida sobre mi piel, recuerdo que me desvanecí – sentencia.
–¿Sabes cuánto me tortura escuchar eso? – los párpados le tiemblan.
–Tienes que saberlo. Nada de esto es culpa tuya.
–Pues se siente cómo si lo fuera – dice, con la voz afligida.
Ella niega con la cabeza y lo abraza por un largo tiempo, el necesario para que, entre ellos, entiendan su dolor.
–Desearía que me llevaras a un último lugar – añade y le susurra algo más en el oído. En ese momento, del ojo izquierdo de Liam brota una lágrima, brota el llanto en ambos ojos tras escuchar las palabras.
–¿Lo recuerdas, no? – le pregunta.
Liam asiente, con los ojos llorosos – lo recuerdo.
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Mariposas En Paris
Krótkie OpowiadaniaEn la mejor etapa de su carrera como dramaturgo, Liam Foster carea con el intento de suicidio de su hija. Así que, junto a ella y su perro, emprende un improvisado viaje con rumbo desconocido para tratar de hacerle frente a la tragedia. En el camino...