Capítulo 2

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En medio de un fuerte castillo construido a base de sillas, cajas de cartón y todas las cobijas que se pudieran necesitar, estaba ella. No siendo una princesa: libre o prisionera, esperando por el caballero idóneo. Sino siendo una reina, la doncella del reino parisino.

En este reino las cosas se habían puesto un poco tensas; antes solía reunirse la reina todas las tarde a tomar el té con su amigo Flaubert, un violinista obsesionado con encontrar la melodía perfecta para honrar a la reina. A comparación del resto de músicos del pueblo, era el mejor y lo sabía, así que no había modestia pues daba sus mejores notas para la reina y en esos perdurables momentos, se sentía grato. Flaubert, como el resto de personajes que surgían a lo largo de las obras vespertinas que montaban en medio de la sala de estar, era encarnado por Liam, quien metódicamente, había aprendido a tocar el violin para bien del personaje.

La reina tenía una única intérprete, ya que la actriz que la protagonizaba se negaba con esmero a soltar el personaje y lo cierto es que, a falta de actores y relevos, la obra quedaba sujeta a la creatividad de estos dos. Donde Liam, en un esfuerzo redoblado, se empapaba del resto de personajes y dejaba a ella el único al cual no tenía la capacidad de personificar. Dejaba a la reina en manos de una reina y ella hacía magia, tan natural.

Entre los personajes del reino que Liam interpretó, se encontraban Flaubert, el violinista personal y amigo de la reina; Zaky, el mago del reino; Layoux, el padre de Paris (papel que le quedaba como anillo al dedo, Layoux había renunciado a su título nobiliario, ya que la monarquía no le interesaba tanto como a su hija). También introdujo a "madame Sandette" que, en medio de alaridos y una voz irritante, llegaba a solicitar ayuda de la reina más de lo normal, pues casi siempre estaba en problemas. La última vez suplicaba por auxilio ya que Zaky, el mago del reino, había estado entrenando a unos cuantos pequeños (tres animales de felpa daban lo mejor de sí para esta escena). Uno de ellos, con su varita mágica, le pintó el rostro como un vil payaso sin que ella se diese cuenta y anduvo así por la calle mucho tiempo, que vergüenza.

Se presentó con su vulgar rostro frente a la reina, para implorar un castigo por dicha infamia a su, ya suficiente, trágica vida. Sin embargo, la reina al verla rompió en carcajadas, ni siquiera pudo articular una palabra mientras ella se quejaba de su trato e indignada salió del palacio, tratando de limpiar su rostro insultado.

- ¡Ese Zaky desquiciado, me las va a pagar! - decía.

En una de esas tardes una lluvia cayó violentamente sobre el reino, las calles estaban vacías, Zaky descansaba lejos de su varita y el violín de Flaubert había cesado para dejar cantar a las gotas. Un sonido como de trueno irrumpió en el castillo, el fuego empezaba a arder sobre una silla que hacía de columna del palacio, los caballeros de la reina salieron en pos de guerra, mientras otros tantos intentaban apagar el fuego que ardía sin parar y que ni siquiera la lluvia podía culminar.

-¡Mi señora, nos atacan! - indicó un caballero.

-¿Quién se atreve a molestar a mi pueblo? - cuestionó con furia el monarca.

-Será mejor que usted lo vea. ¡No estamos preparados!

La reina asustada dejó su asiento y con valentía asomó por la ventana. A lo lejos, en las colinas, lo vio: parado inmóvil con su larguísima chaqueta negra y un peculiar sombrero del mismo color, una mirada que la retaba le saludó. Ella le devolvió el gesto y frunció los labios. Se percató del fuego a su costado y entonces vio el mayor problema: ¡El criador de dragones había atacado! Sobre el fuego un joven y rebelde dragón dorado, desplegaba sus alas con misticismo, volando sobre el palacio que estaba yéndose a la ruina.

Entre los personajes, había uno, uno cuyo nombre asustaba a los demás pueblerinos. Merzedi, el criador de dragones; el único personaje que sería capaz de causarle daño a la reina. Liam procuraba no interpretarlo a menudo, sólo lo necesario para darle intriga al guión. Para ello, había conseguido un dragón: un infante peludo y dorado. Para algunas mentes menos imaginativas, se trataba de un cachorro golden retriever, sin embargo en las aventuras del reino parisino era más que eso, era un temible dragón que lanzaba juego, una bestia cuyo ladrido era el más estruendoso rugido que acechaba al pueblo; lejos del escenario, era la mejor mascota que se podía tener.

En casa, con Liam y Paris, su nombre era Rowdy. En cambio, en las hostiles tierras parisinas era conocido como Denserdüm. Pronunciar su nombre era todo un reto para los habitantes; menos, obviamente, para nuestra reina que pregonaba no temerle a semejante bestia y animaba a todos a no difundir el pánico.

Sus pequeños ladridos eran terribles rugidos en escena y sus garras diminutas eran capaz de desgarrar la piel de un cocodrilo, (que afortunados los cocodrilos de no aparecer tras el telón), en fin, Rowdy amaba su papel en la obra, sin embargo, amaba aún más ser el mejor amigo de Paris e incluso, ser el soporte emocional de Liam quien, en sus momentos de distancia, de desenvoltura, le confesaba su dolor, su furia y su desdicha. Porque a veces las personas se sienten desdichadas; a veces, algunas personas se sienten sumergidas y no tienen quien les enseñe a nadar. Gracias al cielo Liam tiene a Rowdy, un rubio que no lo juzga, que lo protege, que lo escucha y sobretodo que parece entenderlo sin decir una palabra y cuando termina va y le lame la mano y todo comienza a sentirse mejor; entonces sabe que Paris estará bien.

Ya hace algunos años humanos que Rowdy no ha vuelto a ponerse la piel del temido dragón, a lo mejor es que no fue lo suficientemente "temible" para seguir en los episodios venideros, sospecha. Como sea, hace ya un tiempo, hace más de 30 años perrunos que no hay un reino esperando a ser destruido por el fuego, que no hay dragón, ni violinista y la reina sigue ausente. Hace un tiempo que no hay castillos de sábanas, sillas y cartones en medio de la sala, que no hay tardes de escena, sólo hay tardes, comunes, tan comunes como las tardes de cualquier otra familia de cualquier otra calle en cualquier otra ciudad en cualquier país de este u otro mundo; tardes afanadas en perseguir la noche, tardes simples.

De pronto un día se hizo la última obra, en realidad, nadie sabía que esa vez sería la última y Rowdy pues, él solo quería volver a jugar, pero ahora la reina tiene veinte años y una tristeza abrazándole todo el cuerpo.

Mariposas En ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora