Capítulo 20

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Un escenario se viste de sala de estar y en él: cuatro personas, amigos al parecer, se encuentran en una conversación sobre quién es el mejor pintor del siglo actual. Todas las opciones puestas en la mesa, resultan al público abundantes y competentes. Excepto por una pintora ficticia y desconocida de seudónimo Hiliken Voyz; a la que, tal parece, acaban de asesinar hace poco. Entre los involucrados en el debate, hay una joven rubia que no parece hallar gusto en la conversación. Se le nota nerviosa, sensible hasta a el más minúsculo ruido o movimiento que se produjese. A punto de perder la cordura se dirige a la cocina (montada a la par de la sala) y toma un vaso con agua para después, hurgar entre las gavetas de la alacena y sacar a la luz una pistola de pequeño calibre. La sostiene sin gracia, con nervios, y amenaza al público desde su posición. Apunta a todas las direcciones como si alguien entre la multitud la estuviese hostigando. Entonces cubre sus ojos y tras un grito desesperado: dispara. El eco de la bala abandonando el cañón se hace escuchar más allá del escenario, logrando hacer gritar a unos cuantos espectadores que aprecian desde su butaca. Entre los gritos; sobresale el de una mujer que informa sobre el asesinato de la persona a su derecha: un hombre, cercano a los treinta años, de barba prominente. La sangre le corre desde arriba de las cejas, ha quedado con los ojos abiertos mirando al suelo, mirando nada. Tras la evidencia, varios en el lugar sienten el deseo de huir del lugar; el instinto natural de ponerse a salvo. Sin embargo, nadie dijo nada, permanecieron en silencio esperando el tercer acto.
–¿Venía con usted? – le pregunta otro espectador a la mujer que dio el grito.
–¡No, yo no le conocía! – le responde.
La rubia desde su lugar en el escenario, sonríe con cinismo. Mientras en la sala, la conversación sigue tan natural como antes, sin conocimiento alguno de balas a su alrededor, suponen. En cambio, desde el público, varias personas que habían permanecido en sus sillas desde que comenzó la obra; con un semblante hostil marcado en el rostro, se dirigen hacia el escenario, caminando de forma extraña y tratando de atraparla. La mujer en escena, abre mucho los ojos y también las fosas nasales. Lista para disparar de nuevo, apunta a cada una de las personas que parecen querer atentar contra ella.  – ¡El primero que se acerque se llevará una bala incrustada en alguno de sus órganos! – amenaza. Pero ellos siguen avanzando hacia ella, sin nada que altere su camino, sin siquiera prestarle atención a su palabra. Incluso las balas que, sin más alternativas, termina por disparar; no logran hacer nada más allá de ralentizar el propósito de estas personas errantes. ¿Y qué quieren?, ¿Por qué ese empeño de llegar hacia ella de ese modo?, Nadie lo sabe.
Entonces, se escucha un timbre, como el de una casa cualquiera que inunda el ambiente de forma bestial. Rápidamente, estas personas que pretenden atacarla corren a esconderse y desaparecen de la vista pública. En tanto ella, deja el arma en la gaveta donde antes la encontró y con una sonrisa vuelve a la sala de estar para recibir a la nueva persona que los visita.
Así se lleva a cabo, en un teatro de París, la reciente obra de Liam Foster; cuya sinopsis rezaba acerca de dos parejas de jóvenes pintores que han entablado una amistad mientras buscan ascender al éxito con su arte. Claro está que, tal vez, la mejor parte de la historia se encuentra en los paranoicos ataques de la rubia a causa de tratar de esconder un gran secreto.
Al finalizar, Liam, junto al resto de involucrados en la obra, sale a recibir los aplausos y los elogios que no se hicieron esperar de parte del público.  Él, desde el escenario, se encuentra atónito como el primer día que se subió a uno. Ve las caras de las personas en el público; las ve sonriendo, aplaudiendo, las ve satisfechas; se siente bien consigo mismo. Sin embargo, ni está, ni toda la bulla de este planeta es capaz de ensordecer una mente en guerra; hay algunos recuerdos que siempre harán ruido. Ahí en la cima, escudriña entre las caras y encuentra, sobre una de ellas, un arco de luz dorada resplandeciente y en un segundo todo el ruido se enmudece, como si estuviera sumergido bajo el mar. Justo ahí, en su mirada alejada de todos los rostros comunes, como si la estuviese buscando por años entre varias multitudes; arropada por sábanas de luz incandescente adornando su figura; está ella. Ha llegado, por fin, su Emma.
Liam, sin mover un pie, sin decir una palabra, viéndola a los ojos, siente una punzada en el corazón, pronto cae sobre sus rodillas y una lágrima se pasea en su mejilla. Cierra los ojos y sonríe y puede sentirlas, ¡Las mariposas! Están en su interior, puede sentir como mueven sus alas para ayudarle a volar sobre toda la multitud, para ayudarle a llegar hasta a Emma y así volando, así en el aire: choca sus labios con los de la mujer que ama, aterriza su alma junto a la de ella.
Detrás de ellos, nada importa, sólo ha quedado la multitud insonora…

Mariposas En ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora