the start of all

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17 de octubre, 2018

¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué su madre lo odiaba tanto?

Era adolescente y cualquiera de esa edad quería, necesitaba amigos. Cualquier psicólogo le recomendaría eso a la señora Choi, cualquier persona completamente normal le diría que prohibirle a su hijo que tuviera amistades es una estupidez, y más de una vez sí se lo dijeron, pero se hizo la sorda. Todo bajo la excusa de querer que su hijo fuera excelente en su nivel académico, que no hubiera nada que pudiera distraerlo de sus calificaciones perfectas.

Ella quería que Beomgyu fuera doctor, y él sólo quería ser un niño normal.

Lo peor para él es que aquella mujer no sólo limitaba sus amistades, si no su vida entera. Cualquier padre responsable tiene reglas en su casa, algunas un tanto irrelevantes, otras irrompibles, y otras, unas muy pocas, imperdonables. En su casa, cualquier regla rota era imperdonable. La hora exacta a la que debía despertarse, la hora exacta a la que debía de bañarse, la hora exacta a la que debía de comer, y la hora exacta a la que tenía que irse a su cama. Jamás tenía que romper estas estrictas reglas. Ni un minuto antes, ni un minuto menos, justo a la hora indicada.

Era niño, muy pequeño cuando las normas empezaron, y como cualquier niño, pensaba que las reglas estaban para romperse, pero su madre tenía castigos diferentes a los de la mayoría de madres. No le pegaba, no le gritaba. Lo único que hacía era ignorarlo, y al momento en que el pequeño Beomgyu se le empezaran a salir las lágrimas, le recordaba qué fue lo que hizo mal. Todo con palabras con tono suaves, lo suficiente para hacerle creer que en realidad era culpa de él.

Siempre era culpa de él.

Al llegar a la adolescencia, se dio cuenta de que su madre lo único que hacía era manipularlo como si fuera una marioneta. Sabía y comprendía que estaba mal, pero el daño que el trato de esa mujer hacía en él ya estaba hecho, y tampoco es como si su forma de actuar hubiera cambiado para bien solo porque su hijo haya entrado a la adolescencia.

Se volvió peor.

Más prohibiciones, y en la cabeza de Beomgyu, algo comenzó a cambiar.

















Algo bueno y algo que siempre lo hacía sentir mejor, eran los halagos de la profesora de artes, Hwang Hyejin, a sus dibujos. No era tan bueno con las personas, pero dibujando paisajes era todo un artista.

Entonces se emocionó como nunca antes cuando Hyejin le pidió pintar una pared de la biblioteca, prometiendo que le pondría un diez asegurado en su materia durante todo el ciclo. Todo esto, junto con un chico de tercer año llamado Yeonjun, del que sólo conocía de nombre.

Beomgyu se alegró por la oportunidad que le dieron de plasmar sus pinturas y el reconocimiento que le daban a su talento, y pensó que su madre también lo tomaría de esa forma, pero claro, no fue así.



—¡Me pidieron pintar un paisaje en una pared de la escuela!

—Beomgyu.— lo miró con seriedad e incluso algo decepcionada, recriminándolo por algo que no sabía que era. No sabía que había hecho mal. —¿Acaso dibujar solecitos y arbolitos te va a ayudar en la vida?

—Eh...— no tenía nada que responder, no pensó que ella se pudiera tomar algo tan banal como otro tipo de distracción. —La maestra dijo que si lo hago, me pondrá diez en su materia.

—... Mientras no te distraiga de tus otros deberes como estudiante y como mi hijo, te permito hacerlo.

Definitivamente no la reacción que esperaba, pero si la que debió de haber esperado.





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