26 Planes que fallan

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Me levanto para preparar el desayuno, siempre lo había hecho cuando me quedaba en su casa como "amiga", pero ahora lo hacía como una persona libre, libre para poder estar con ella.

Sentí su abrazo por atrás, y eso me trajo el mal trago de cierta castaña con la misma manía, pero ver el paisaje de Londres por la ventana y su cabello negro en el panorama, me relajó. Su calor y aroma se sienten demasiado bien, ni hablar de sus besos en mi nuca, por mi hombro y subiendo por el cuello.

Solo habíamos estado juntas una vez, pero solo esa vez me bastó para desear más, desear todo, desearla a ella a cada instante.

—¿Nos preparas el desayuno?

—¿Qué haces despierta? No eres de las que madruga.

—Soy de las que te necesita a su lado, es la primera vez que duermo bien en mucho tiempo, por eso cuando no te sentí me desperté y te vine a buscar.

—¿Y si hubiera sido un sueño?

—Los he tenido, pero si hubiera sido un sueño así de real, en este momento estaría subida en un avión camino a raptarte. Bueno en realidad solo te rogaría que la dejarás para poder besarte.

—Me doy vuelta para quedar frente a frente- Pero es bastante real —la beso y luego apoyo mi frente en la suya, acariciando sus brazos— estoy aquí, ahora vamos a desayunar en la cama o... aquí en la cocina.

—En la cama así podemos dormir un ratito más —lo sabía ella de madrugadora no tiene nada.

Llevo menos de 24hs en Londres y ya la realidad de norte América me golpeaba, mi abogado me había contactado para decirme que la audiencia seria en una semana antes de comenzar el juicio por los cargos de los que se la imputaban a Ainhoa. Tengo una semana con ella antes de tener que volver.

—¿Qué pasa? —me mira extrañada.

—Tengo que volver en una semana —suspiro triste en intento sonreír.

—Aprovecharemos todo este tiempo entonces.

Voltea colocándose sobre mí, dejando mi teléfono en la mesita de luz. Besa mi cuello y va bajando mientras yo me limito a sentir sus caricias, la suavidad y ternura con la que me toca, pone mis sensores corporales activos al máximo exponente, nublando mi juicio. Mi respiración se hace cada vez más densa, viaja con suaves besos por mi mandíbula hasta llegar a la boca.

Me acomodo más abajo en la cama para quedar acostada, debajo de ella, quita las almohadas que estorban y también mi ropa, yo le saco la de ella.

Cada pedazo de piel que su mano encuentra a su paso lo acaricia, aprieta mis muslos, pero también besa y a veces muerde todo a su paso.

—No te das una idea como he deseado este momento, los meses de abstinencia fueron duros.

—¿Meses?

—Desde que estuvimos juntas no quise estar con nadie más Audry.

Ella no se da una idea de la magnitud de esas palabras, del tremendo acto de lealtad que ha tenido.

—¿Ni siquiera has besado a nadie?

—Solo a dos mujeres —levanto una ceja, pero era algo lógico— mi madre y mi hermana, nada incestuoso solo besos fraternales ¿Eso cuenta?

—No, no cuenta —sonrío y le beso con ganas de acabarmela a besos en este instante— yo también te extrañé demasiado y tenerte así, aquí y ahora.

Sus caricias y roces son suaves pero apasionados, sin dejar de besarnos su mano viaja al interior de mi pantaloncillo sobre mis bragas, masejea la zona y mi respiración se agita, besa mi cuello y clavícula antes de llegar a uno de los lugares donde la necesito con mayor urgencia.

Efecto CavanaghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora