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Charles se despertó con la desagradable sensación de haber dormido más de lo que planeaba.

El dolor en su espalda, causado por la incómoda posición que había adoptado contra la cabecera de la cama, le dio la pista de ello. Se incorporó, haciendo un sonido que era mitad quejido y mitad bostezo, provocando que el libro que tenía sobre su pecho cayera a su regazo. Charles lo tomó y lo puso sobre la mesa auxiliar a la vez que sacaba sus pies y los ponía sobre la alfombra. Se sentía un poco más descansado, pero, aun así, tenía que admitir que sería agradable seguir durmiendo por un par de horas más.

Los haces de luz que entraban por la cortina entreabierta le indicaban que ya eran pasadas las dos de la tarde. Definitivamente su siesta de media hora-cuarenta y cinco minutos se había extendido un poco más de lo planeado. Se puso de pie cuando sintió que ya no le daría mareo hacerlo y se estiró aparatosamente, tratando de apartar la modorra de su cuerpo. El espejo de su armario le devolvió la imagen de su torso desnudo y él no pudo evitar pasarse una mano por el abdomen. Si bien estaba firme y marcado, no lo estaba tanto como le gustaría. Anotó mentalmente que debía ir un poco más seguido al gimnasio.

Le resultó gracioso como, justo después de pensar eso, su estómago rugió, reclamándole por algo de comida. Teniendo en cuenta que lo único que tenía en su historial calórico era el deficiente desayuno del hospital, no le vendría mal una comida relativamente fuerte. Así compensaría, además, el almuerzo perdido.

Salió de la habitación, caminando descuidadamente mientras se frotaba la espalda. En su mente sopesando las distintas opciones que tenía para comer. O, más bien, pensando que cosa requeriría menos tiempo y esfuerzo para preparar.

Mientras seguía tratando de tomar su decisión, el sonido de unos insistentes golpes contra la puerta de su apartamento lo sorprendieron. Se detuvo en seco justo frente a la entrada de la cocina. Lo extraño de todo eso era que no lo estaban llamando al intercomunicador del edificio, sino que estaba tocando directamente a su puerta. Supuso entonces que se trataría de algún vecino y se dispuso a abrir. Sin embargo, no pudo ocultar su sorpresa cuando se encontró con algo que realmente no esperaba recibir.

Las mejillas sonrosadas de Checo y su ceño fruncido por el esfuerzo lucían extrañamente tiernos. El chico estaba parado frente a su puerta, una mano sobre el marco, sosteniendo su peso, resollando fuertemente tal vez por haber subido corriendo. Su mochila colgaba de su mano libre, rozando el suelo y su bata blanca tenía dos botones abiertos. En esencia: Checo era un desastre.

—¿Se puede saber que te pasó?- fue lo único que Charles atinó a decir al verlo así.

—Eso... te pregunto yo...- Checo hablaba con esfuerzo debido a la falta de aire.—¿Qué te... pasó? ¿Por qué no contestabas al móvil?

Charles miró hacia dentro del apartamento, recordando súbitamente que había dejado su celular dentro de su bolso y que este había estado tirado encima del sofá desde que había llegado.

—Ah... dejé mi teléfono en mi bolso. No lo sentí.

—¿En serio?.- Checo hizo una mueca de frustración a la vez que lograba incorporarse y dejar de sujetarse de marco de la puerta.—Te debo haber llamado al menos treinta veces.

—Wow... ¿De verdad? ¿Y viniste hasta aquí solo porque no contestaba? No sabía que fueras esa clase de novio.- Bromeó el mayor, llevándose las manos a las mejillas, fingiendo ocultar un sonrojo que realmente no existía.

—No seas idiota.- Checo lo apartó con un suave empujón y entró, dejando su mochila junto al bolso de Charles y yendo a la cocina para servirse un vaso de agua.—Vine porque quería hablar contigo.

—Ah ¿Si? - Charles lo siguió de cerca y se paró junto a la nevera mientras Checo bebía agua.—¿No podías esperar a más tarde cuando viera tus llamadas?

White thrill; checlerc. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora