Capítulo treinta y cuatro.

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Alex recuerda la primera vez que vio al perro negro que pronto se convertiría en algo común en su vida.

Tenía siete años, era un niño pequeño y delgado, y, desafortunadamente, eso lo llevó a ser víctima de acoso escolar.

En la actualidad, Alex solo puede preguntarse: ¿Cómo es posible que un niño de esa edad se preocupe por su cuerpo y cómo se ve? Un niño de siete años debería preocuparse únicamente por salir a jugar con sus amigos.

Pero él no tenía amigos.

Era demasiado masculino para las niñas y demasiado femenino para los niños. Nunca encajó.

Cada noche, cuando se preparaba para dormir junto a Iris, lo veía por la ventana. Ahí estaba, en la acera de la casa de enfrente. Parecía emerger de la oscuridad como una sombra viviente, sus ojos brillaban con un resplandor inquietante en la penumbra. Su pelaje negro como la noche se erizaba, y su figura imponente parecía casi sobrenatural.

Sus movimientos sigilosos y su presencia imponente generaban una sensación de intriga mezclada con un profundo temor. Era como si fuera un guardián de los secretos ocultos, de los miedos y las debilidades, un vigilante.

Desde su posición, podía observar cómo sus orejas se movían con gracia, mientras su cola se balanceaba delicadamente en torno a sus patas perfectamente alineadas. Estaba claro que sentía el frío de la noche, ya que se distinguía el tenue rastro de humo que salía de su nariz.

Recordaba muy bien cada una de las veces que lo había visto. Pero no recordaba la primera vez que observó al perro blanco.

Sabía que fue hace tiempo, y solo fue una vez, tal vez cuando tenía diez o doce años. Sólo recordaba haber visto la larga cola del animal moverse entre los arbustos. No sabía qué pasó en ese momento, no recordaba si el día estaba soleado o lluvioso, no sabía si ese día su madre no le obligó a rezar o si se divirtió con su padre.

Pero fue un buen día, lo sabía porque lo que más prevalecía en su memoria era el sentimiento de felicidad, tranquilidad y calidez que le transmitió ver al animal irse entre la maleza.

Desde entonces, no lo volvió a ver.

No hasta ese día.

Alex no expresaba sus sentimientos, no podía decir lo feliz que se sentía al poder, al final, decir que Will era su novio, que el agente de ojitos lindos que cambió su vida por completo hacía meses era oficialmente su pareja, lo emocionado que estaba al pensar si pasarían juntos las próximas festividades o cómo presentaría a Will ante su padre.

No podía expresar en palabras cuánto amaba a ese hombre y la cantidad de cosas que haría por él y su felicidad.

Pero allí estaba, y al principio, Alex lo desconoció cuando lo observó entre los canes de Will: sentado, imponente, con un pelaje perfectamente blanco, limpio y pulcro. Tuvo que mirar dos veces y contar a los perros tres veces para asegurarse de que no era uno de los perros de Will, y no lo era.

Era el can de hace tiempo. Hacía años que no experimentaba esa felicidad, esa paz, esa calidez y amor. Solo esperaba que no se fuera tan pronto.



*** ojitos lindos ***


El sueño de Alex se vio interrumpido por las luces blancas del hospital, parpadeo un par de veces tratando de acostumbrarse a la luz.

-¿Astor? - El cerebro de Alex no tarda en reconocer la voz que le llama.

-Señor Crawford. - Alex a duras penas puede hablar, tiene la boca seca y le duele el cuerpo por dormir en las sillas del hospital, sus ojos duelen un poco por la cantidad de luz qué hay.

OJITOS LINDOS ━❝ Will Graham IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora