11| No existen los nombres

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Salí de Elfesta la tarde del segundo mes con la esfera en mi bolso, uno mágico que ocultaba todo lo que contuviera. Faltaban tan solo ocho días para que se terminara el mes y planeaba llegar a Pirro antes de empezar uno nuevo.

No tuve en cuenta mi castigo porque apenas llegó la noche caí al piso por el dolor insoportable. Era como si clavaran cientos de agujas en heridas abiertas. Grité hasta que mi voz se fue y cerré los ojos.

Mi cuerpo no soportó tal dolor y quedé inconsciente, pero mi mente también sufría.

Las imágenes de mi familia colgada en cadenas que estaban en las vigas del techo me atormentaba, veía cómo destrozaban la cabeza de mi madre y cómo se comían las tripas de mi caballo aún vivo, pero no veía cómo me quitaban a Lyria y por una parte lo agradecí. No creí poder soportarlo.

●○●

Cuando desperté seguía en el mismo lugar donde perdí la conciencia y tenía sed, mucha sed.

—Pasaron tres noches— me dijo Lyria, que estaba a mi lado—. Tuviste suerte de que no te comieran los lobos.

Me puse de pie muy rápido y el mundo se movió a mis pies, me tambaleé y tuve que sostenerme de un árbol para no caer otra vez.

—Tu cuerpo todavía no recupera la sangre que perdió, espera.

No lo hice. Empecé a caminar en la dirección que creí correcta, supuse que lo era porque Lyria seguía a mi lado.

No me gustaba perder días durante la luna nueva porque cada vez que abría los ojos estaba peor y recordaba menos.

La sola idea de despertar sin saber quién era mi familia me erizaba la piel.

No quería olvidar y por eso tenía que avanzar con todos los fantasmas que no pude salvar.

Repetía los nombres de mi familia mientras caminaba. Eso me ayudaba.

●○●

No me llevó tanto tiempo llegar a las aldeas fronterizas de Pirro, solo fueron dos noches más.

La gente no me conocía y no se molestaba en ver a un forastero con capa y capucha. Era alguien normal.

Tendría que haberme quedado con la capucha siempre.

●○●

En Pirro se hacían celebraciones con la llegada de cada mes, pero marzo era especial porque el veintiuno se habrían las puertas del palacio y quizás podía aprovechar ese día para hablar con la reina, aunque era impaciente y quería hacerlo al instante.

Por supuesto los guardias de la puerta no me dejaron entrar y me tiraron a la calle, caí al lodo frío y me quedé sentado allí un rato porque estaban pasando caballos.

—No eres de por aquí, ¿cierto?— dijo una vos femenina a mi espalda.

Me puse de pie, parecía más grande que yo y su cabello caía como cascadas de rastas oscuras sobre sus hombros y parte de su cara. Me estaba mirando con la cabeza inclinada y las manos en la espalda.

Miré a los costados, pero obviamente me estaba hablando a mí.

—Digo, porque nadie trata de entrar al palacio y nadie tiene tu... aspecto.

—Vengo de Elfesta— dije.

Era mentira, pero era verdad.

—No te pareces a alguien de allí.

—Yo diría que sí.

Se encogió de hombros antes de extenderme la mano para ofrecerme ayuda. La acepté porque no vi a Lyria por ninguna parte.

El Exilio del Príncipe [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora