27| Entre blanco y negro

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La noche siguiente Herderis se sacó la armadura del hombre frío para mostrar su preocupación.

—¿Y qué pasa si es tu hijo?

—No lo es— no quería seguir hablando de lo mismo, estaba cansado.

—¿Y si sí es?

Me desparramé en la silla y me llevé una mano a la cabeza. Tenía que pensar en esa posibilidad, pero no la quería creer posible.

—No lo sé…

Continuó desabrochando su camisa, así que di por terminada la conversación, pero cuando se estaba yendo a la cama se detuvo a un lado de esta.

—Nunca vi a tu hijo, tampoco lo conocí, ni creo hacerlo algún día— agregó rápidamente—, pero… tengo la sensación de que él está bien.

Yo tenía esa misma sensación. Pero quería estar seguro. Quería la certeza de que Yrin estaba bien, no me bastaba con un presentimiento.

No le respondí y eché la cabeza hacía atrás. Tenía que pensar o quizás no porque mi mente repetía como un bucle aquella noche que me convertí en huérfano. Vería a Sidrajes tan solo en dos días y no estaba listo. Tenía miedo, por supuesto, esa mujer me quitó todo y no podía hacerle nada porque sería una asamblea por la guerra y nadie puede lastimar a nadie.

Traté de consolarme con que ella tampoco me iba a lastimar, pero no era suficiente. El miedo seguía allí. Pero tampoco quería verla porque la odiaba, no estaba seguro de poder controlarme al tenerla en frente…

Mi pensamiento se interrumpió cuando sentí que Herderis se sentaba en mis piernas y rodeaba mi nuca con sus brazos.

—Estás hace minutos así, deja de pensar.

Llevé mis manos a su cadera desnuda y le dio un escalofrío ya que su piel estaba muy caliente o yo muy helado.

—No estoy pensando.

—¿Ah no? Entonces estás viendo la lona— echó hacia atrás su cabeza para ver el techo de la tienda—. Es muy interesante.

No era interesante en absoluto, pero no lo dije. Si quería que dejara de pensar lo iba a hacer, pero él me iba a ayudar, así que aproveché su posición y le besé el cuello ya que sabía exactamente lo que le gustaba y cómo.

Cuando soltó un gemido sonreí y me agarró del cabello para apartarme. Me obligó a verlo a los ojos y el carmesí teñía sus mejillas, eso me hizo sonreír aún más, pero lo que me gustó fue ver la marca que había dejado en su cuello.

—Después soy yo el que no tiene prioridades en una guerra.

—Puede que esta sea una.

Me besó con fuerza y me sorprendí por el deseo que puso en cada uno de sus movimientos.

No hacía mucho que habíamos estado juntos, pero fue como si no me hubiera tocado por años porque me tomaba con ese deseo descontrolado que lo caracterizaba siempre.

Aunque estar con él me ayudó a dejar de pensar en Sidrajes, me dio otro motivo por el cual pensar mientras descansaba en su pecho.

Su piel estaba caliente y la mía fría.

No había estado así de frío desde que me cortaron las alas.

Por supuesto que no tenía alas, pero no podía entender la razón de ese cambio en mi temperatura. Sabía que mis ojos seguían celestes porque Herderis no me había dicho nada, pero era extraño.

Me dije que si al día siguiente seguía así le consultaría de Laya. Quizás era algo estúpido, pero podía sentir la fuerza de la luna. Y no era la misma que antes.

El Exilio del Príncipe [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora