25| Pertenecerse

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Cuando entré a la tienda, Herderis estaba dormido y se veía tan indefenso que quise clavarme el puñal a mí mismo antes que dañarlo, pero mi cuerpo no era mío. Me acerqué con cuidado de no hacer demasiado ruido y saqué la daga que la bruja me dio.

Ya no estaba en una jaula grande, era libre, pero de alguna manera me habían metido a otra jaula solo que en mi propio cuerpo.

Yo estaba despierto y consiente de lo que estaba por hacer, pero mi cerebro no daba ninguna orden para detener a mi cuerpo. Ni siquiera podía hablar para alertarlo.

Traté de recordar quién era Herderis, él era malo a veces pero me había ayudado. Me ayudó en las noches sin luna, me abrazó cuando se me estaba rompiendo el corazón y trataba de hacerme sentir libre. No era el mejor, ni mucho menos perfecto, cometía errores horribles, pero no merecía morir. Herderis solo necesitaba una luz que lo guiara porque era un rey joven y estaba perdido.

Y eso no era motivo para matarlo, además estaba eso que me hacía sentir. No era miedo aunque mi corazón se aceleraba cuando estaba cerca y tampoco era amor, porque no lo conocía del todo para decir que lo amaba. No sabía qué era, pero lo podía descubrir, quería descubrirlo, pero si lo mataba no podría hacerlo jamás

«No lo mates» me dije.

Repetí esas tres palabras para mis adentros y avancé un poco más.

Grité que debía alejarme de él pero ya estaba en el borde de la cama.

«¡No lo mates!» Lo estaba por hacer.

«¡Detente!» No podía hacerlo. No tenía el control.

Coloqué la daga que me dio la bruja cerca de su garganta. Mis piernas estaban a cada lado de sus brazos y entonces se despertó, pero no se asustó al principio.

Se puso pálido y cuando sintió el filo sobre su garganta tragó grueso.

—Zahiredd, detente.

Trató de moverse, pero acerqué aún más el filo.

—Voy a llamar a los guardias si no te quitas.

«Por favor, solo tú puedes ayudarme, Lunaris, ayúdame» rogué.

Entonces con una gota de fuerza arrojé la daga a un lado y me tiré de la cama, me arrastré por el piso hasta una esquina de la tienda y me abracé a las piernas.

Aún sentía el deseo de lastimarlo, de ver su sangre, de probarla.

Herderis salió de la cama con la daga en la mano, pero en vez de dar aviso a los guardias caminó hacía mí, se detuvo a una distancia que le permitiría prevenir cualquier ataque y me miró con un pregunta en su rostro.

Seguía escuchando la voz de la bruja, que me pedía que lo matara.

—Silencio— pedí, pero no funcionó, la voz ganó intensidad.

Herderis no entendía nada, quizás pensaba que estaba loco. Y hasta donde yo sabía, lo estaba. Ya no tenía a Lyria y nadie me mantenía con los pies en la tierra. Quizás la bruja era producto de mi imaginación y estaba allí por voluntad propia.

No, yo nunca mataría a Herderis.

Se acercó un poco más y yo me alejé. No lo entendía, no entendía porqué se acercaba si había estado a centímetros de cortarle la garganta.

—No...— logré decir—. Vete— me estaba esforzando por hablar y me dolía—. Me... obligan— era difícil pronunciar las palabras que estaban en mi mente—, a matarte. Arbat... el sol.

El Exilio del Príncipe [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora