Muy lejos, a cientos de kilómetros, se alzaba un templo en ruinas en mitad de unas extensas llanuras que todos temían y de las que todos habían olvidado su nombre.
Nanaitsumi estaba sentado. No había más ruido que el del silencio. Disfrutaba del silencio, porque sólo éste podía ofrecerle la paz que tanto anhelaba y que nunca parecía encontrar. El rítmico y tranquilo de su respiración al meditar indicaba que se encontraba calmado.
Se encontraba en una cámara subterránea donde tiemo atrás Shin, su señor y maestro, quien le daría esa paz que tanto requería realizaba sus macabros experimentos, aunque hacía años que no había vuelto a aparece, concretamente, desde la derrota de Nanaitsumi ante Naruto. Nanaitsumi había acudido a meditar, entre otras muchas cosas, a aquel lugar, el sitio donde había entrenado y donde había dominado el poder de la máscara de Bakemono, la de los siete rostros.
Era una sala obviamente oscura debido a la falta de luz natural decorada por un altar de sacrificios al pie de numerosas formas y ritos. Más allá del País del Agua, existían otras naciones bárbaras con las que Shin se había hecho el control. En aquellos momentos, se estaba preparando una guerra que no había sido vista por las llamadas Cinco Grandes Naciones. No habían transcurrido más de diez años de la guerra contra Akatsuki y otra volvería a tener lugar, pero era necesaria. Todo era por la paz y por un mundo mejor, un mundo gobernado por su legítimo señor.
Nanaitsumi cerró los ojos. Parecía recordar sus años con Shin. No era más que un chiquilo cuando le conoció, cuando abandonó a su madre, a Mikono. Ella se lo suplicó, pero él quería saber la verdad y Shinn se la dio. Le conocía desde hacía ocho años, cuando tenía doce y vino hasta él, buscándole. Mikono le intentó proteger, pero el Destino era inamovible. Nada se podía hacer contra el creador del, quien dominaba el tiempo y el espacio y quien había sido injustamente apartado de su obra. Le había contado su verdad y le había dado la posibilidad de escapar a ese agónico mundo. Desde entonces le había llamado Shin, porque él era su fé. Había entrenado duro. Muy duro. Siempre le había dicho que sus auténticos padres, Minato Namikaze y Kushina Uzumaki eran dos grandes ninjas y que él había heredado su poder, al igual que Naruto, su hermano gemelo, el que nació después que él.
No sabía bien cuando pero el odio se fue implantanto en su corazón. Él no debería estar vivo. Él debería estar muerto. Le había quitado la vida a su madre, a Kushina, y luego al hijo de la mujer que le había creado. ¿Todo para qué? "Para que tú, Naruto y yo, seamos uno solo y dominemos al Juubi y al Fennisuku" Ése era su destino. Ser uno con su hermano. Habían venido a este mundo juntos y ambos se irían de la misma forma y todo en provecho de quien le había mostrado el brillo de la oscuridad.
Fue Shin quien le dio su nombre. Había dejado de responder por el nombre que le diera Mikono, la mujer a la que llamó madre y a la que había matado: Menma.
"Madre..." pensó con tristeza. Siempre recordaba su cuerpo sin vida y la marca de sus manos en torno a su cuello. Él mismo la había matado. Era una pesada carga. Siempre le habían dicho que muertos estaban los que mataban a su sangre... Él debería estar muerto, por lo que no le importaba.
Nanaitsumi miró a uno de los altares de aquel lugar. Sintió un escalofrío sólo al recordar lo que había contemplado que hacía Shin para sobrevivir. Shin, un alma inmortal, estaba atrapado por las ataduras de la carne y siempre, siempre necesitaba de cuerpos nuevos. Eran técnicas olvidadas pues habían sido prohibidas, más peligrosas aún que el propio Edo Tensei que traía de vuelta a los muertos y que tantos quebraderos de cabeza dio a la Alianza Shinobbi.
Los ritos que se llevaban a cabo en aquella sala habían vestido de rojo las escaleras que conducían a aquel altar. Normalmente las ofrandas era fustigado mientras que sus acólitos cantaban elevaban sus plegarias acompasados por los gritos de dolor hasta que, al final, se ofrecía un sacrificio que alimentaba a Shin. No en vano, era considerado un dios entre los bárbaros del este.
Nanaitsumi recordaba la primera vez que lo había visto.
Shin no estaba solo. Estaban acompañados por varios esclavos más. Uno de los esclavos estaba postrado a los pies de Nanaitsumi, que lo tenía cogido por por una soga. Había su primera misión capturarle.
- Acércate a mí Menma, trame lo que necesito – le dijo con su voz anciana y cansada. Daba igual cuantas veces venciera a la muerte, el tiempo consumía con voracidad su carne y lo dejaba en un estado lamentable.
Arrastrando al esclavo como si de un perro se tratara, se acercó a Shin y se lo entregó con la misma indiferencia con la que se entrega un objeto. Luego se acercó a la otra esclava, alejándose todo cuanto podía de la escena que iba a temer lugar en breves momentos. Estaba asustado, era la primera vez que veía hacer eso. Shin se lo había explicado y le parecía imposible. Pero no lo era.
Shin se levantó, dejando ver a un hombre agotado. Con la correa que sometía a aquel desafortunado y desdichado ser se acercó al altar. El auténtico líder de Shuha se concentró. Había hecho aquello con anterioridad, quizás, más veces de las que eran necesarias. Lo que iba a hacer era constituía parte de un saber que había sido prohíbo hasta sumirse en el olvido.
Las técnicas prohibidas de sangre recibían su nombre porque en lugar de usar el chackra empleaba la sangre. Éste saber no era un compendio de técnicas, era el arte de aprovechar el último suspiro de vida de la ofrenda para obtener poder haciendo de éste tu mejor arma para provocar un daño máximo con un cansancio mínimo, para obtener vitalidad. Shin no buscaba poder, él era tan fuerte como un dios, él buscaba vida.
El ritual ya estaba preparado. Con anterioridad había dibujado con carbón una runa que simbolizaba la sangre usando, encerrándola después dentro de un pentágono de contención. Había dispuesto todos los elementos como recordaba, las velas, el incienso de azufre, la ofrenda y el oferente.
Los dos asistentes contemplaron cómo de la nada aparecían seis figuras encapuchadas. Nanaitsumi escuchó como el esclavo que estaba a su lado empezaba a chillar la palabra "demonios". De manera serena pero rotunda, Shin le ordenó a Nanaitsumi que le callara. Éste le golpeó y aquél se calló. El corazón de Menma, ante de ser Nanaitsumi, sintió lastima por el otro esclavo. Estaba sedado y privado de su cordura y raciocinio por lo que no sentiría nada, pero lo que le iba a suceder hacía que su blanca piel se erizara.
Shin lo colocó en el altar.
Las seis figuras se acercaron y rodearon el altar donde estaba Shin mientras entonaban un salmo son siseos y guturales ruidos envolviendo el ambiente un esoterismo y misticismo extraños.
Cuando Shin hubo acabado de recitar aquel canto prohibido. Con su mano atravesó el corazón de aquel esclavo, matándolo y sintiendo como su muerte le insuflaba vida, como su sangre bullía por sus venas con gran emoción. Su poder y fuerza crecía y su poder se despertaba. A medida que la vida de la ofrenda se apagaba, la suya volvía. Todo se revivía, todo volvía a ser joven. Para terminar el rito, pronunció una palabra. Una nube negra envolvió el altar y con una fuerza huracanada, un viento comenzó a elevar a todos los que estaban en la sala. Nanaitsumi miró a aquel esclavo que había a su lado. Se había desmayado. De nuevo centró su vista en aquella mesa envuelta en esa capa de humo que desapareció poco después.
Shin salió de aquella niebla solo. Los otros seis habían desaparecido. Estaba desnudo y empapado en un líquido similar al agua. Parecía ostentar una fuerza nueva. Su mirada lucía un porte magnífico, propia de un dios. Salió de aquella estancia jubiloso, renacido, aunque fuera por poco tiempo.
Tras aquella vez, Nanaitsumi descubrió que aquel tipo de prácticas le eran necesarias cada vez con mayor frecuencia. Shin era invencible No podía enfrentarse a Shin. Nadie podía. O se estaba contra Shin. Sú única debilidad que era la mortalidad de la carne pronto desaparecería, cuando pusiera a sus pies toda la creación y le entregara el poder que le pertenecía.
Sin embargo, Nanaitsumi ya no parecía estar tan seguro. Precisamente, su retiro se debía a la necesidad que sentía de ordenar sus prioridades. Su fe en Shin nunca había decaído hasta que la había conocido a ella. "Por qué... por qué tengo que seguir su estela y ver todo lo que él tiene y lo que nunca tengo" se maldecía.
Hacía varios años, por cuenta propia, había viajado de incognito hasta Konoha. Se había tomado la molestia de hechizar, si se quería entender el poder de la máscara como un poder mágico, a Sakura para que fuera incapaz de concebir un heredero. Shin temía que ella fuera la mujer de la que hablaban las leyendas, pero, realmente, Nanaitsumi lo había hecho porque quería destruir la relación de Naruto y Sakura.
Les había observado durante mucho tiempo, mucho antes de que ellos se dieran cuenta. Mientras que Naruto había intentado averiguar qué era Suha y ambos habían preparado su enlace con calma pero sin detenerse, Nanaitsumi había sido un shinobbi más de Konoha, había convivido cons sus gentes y había paseado por sus calles. Nadie le había descubierto y él se había dedidcado a espiar al Hokage, a su hermano gemelo, al que todo lo tenía sólo por el hecho de haber nacido después.
Y fue cuando la vio a ella. Entendía perfectamente que Naruto estuviera enamorado de ella. Era hermosa, realmente hermosa, y más importante aún, era fuerte. No sólo físicamente, según había escuchado. No, Sakura poseía una fuerza distinta, una fuerza que derivaba del amor que sentía por Naruto, el tipo de fuerza de alguien que quería proteger a otra persona. La había visto poner contra las cuerdas al poderoso Orochimaru por haber perdido a Naruto.
Pero Naruto, no sólo era afortunado por contar con el amor de aquella mujer. No tenía padres, pero sí que tenía una familia. Nanaitsumi tenía una madre que le había mentido. Naruto tenía amigos, a sus maestros, a sus vecinos y a los padres de Sakura.
Él quería todo aquello y se preguntaba por qué no podía tenerlo. Shin le daba la respuesta: porque Naruto se lo había robado todo al nacer después y adueñarse de su vida, que él debería estar muerto y no vivo. Porque estaba muerto, en definitiva, porque lo único que había hecho Mikono era traerle a la vuelta a un mundo al que no pertenecía.
Por tal razón, llegó a la conclusión que si él no podía ser feliz, Naruto tampoco. Tras su fallido intento de asesinato, por orden de Shin, orden que gustoso habría cumplido, Nanaitsumi tardó un tiempo en recuperarse pero de nuevo regresó a Konoha para espiar a su hermano. Había maldecido a Sakura y sabía que ella, le echaría la culpa. Él mismo se había encargado de matar a su... ¿sobrino? Sí. Se le hacía extraño, pero había arrancado del útero materno a aquel niño no nato, hijo de su hermano, porque él nunca tendría hijos.
Sin embargo, cuando se dezlisó entre las sombras, mientras toda la ciudad ya se preparaba para dormir y llegó hasta la Casa de los Uzumaki, no se encontró el odio que quería haber engendrado entre los dos. Los encontró juntos. En una perfecta armonía. Había oído rumores que el Hokage había pasado una mala racha, pero sus ojos no le decían aquello. Los dos habían sabido reponerse a su ataque y parecían más unidos.
Aquella escena nunca la olvidaría.
Era otoño, curiosamente, era el día en que ambos hermanos cumplían veinticuatro años. Naruto y Sakura estaban sentados frente a una chimenea, abrazados, sin decir nada. Naruto estaba durmiéndose. Ella leía un libro. Algo tan sencillo como aquello tenía más valor que todo el oro del mundo.
Y siempre terminaba haciéndose la misma pregunta: ¿por qué él no podía tenerlo?
Sus planes iban viento en popa. Pronto, Shin sería el auténtico dueño de la Confederación. Las Cinco Naciones confiarían en él y le otorgarían su poder y entonces llegaría la guerra. Aún había muchas batallas que librar antes de que aquella empezara. Había enviado a sus discípulos, a los siete, a abrir la Casa de la Eternidad. Habían fallado en la ocasión anterior, pero aquel error no se repetiría.
"Mis discípulos". Extraña forma de llamar a sus pecados. La máscara de Bakemono otorgaba un poder innegable a su portador y entre ese poder estaba el de disponer de aquellos leales siervos que no eran más que la materialización de los siete pecados de acuerdo a la mente del propio nanaitsumi.
Todo su plan era muy complejo, tanto que necesitaba recordárselo. Durante años, Shin había estado preparándolo y él sería el brazo ejecutor del mismo. Primero fueron necesarias las llaves, con esas llaves se abría la puerta para recuperar las cinco estrellas de los cinco hermanos. Con las cinco estrellas el fénix sería suyo. Pero Fennisuku sólo era una de las dos caras de la misma moneda llamada eternidad, la otra requería de la guerra. Madara Uchiha falló al invocar primero a quien no debía, Shin no cometería ese mismo error.
Nanaitsumi se puso en pie. Contempló las ruinas del templo. Allí mismo había dado muerte a su madre... y pronto acabaría con Naruto, pero antes había que ser pacientes. Shin nunca se desesperaba. Había mucho en juego, pero el que perseveraba en su empeño era quien lograba la victoria.
Detrás de él apareció Yasashi.
- Nanaitsumi-sama... El Tsuchikage ha muerto. Otro país más que se unirá a la Confederación.- comentó con cierta diversión – Ahora entiendo cuando dijste que Shin no podía perder. Gane quien gane, él ganará.
El Sandaime Tsuchikage, un héroe de la guerra, había muerto, por fin, por el paso del tiempo. Naruto había frustrado sus intentos de acabar con cada uno de los cinco grandes kages, los kages victoriosos de la Cuarta Guerra Mundial Shinobbi.
- ¿Cuál es nuestro próximo movimiento?
- Vosotros seguiréis con lo previsto. Abrir la Casa de la Eternidad. Naruto y Sakura ya han sido demasiado felices. No podemos dejar que se reencuentren.
- Mis espías en Konoha me dijeron que el Hokage estaba preparando un ritual con... las técnicas prohibidas. El poder de la máscara se debilita si no se renueva.
- Conozco bien mi poder.
- El poder de la máscara... Algún día, no la llevarás puesta y no podrás dominarnos. Ese día disfrutaré siendo el auténtico líder.
- Mientras tanto, yo soy quien da las órdenes.
- ¿Qué harás?
"Buscar otras respuestas"
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Naruto Hakitori 2 (Las Crónicas del Fénix)
ПриключенияTras la 4ª Gran Guerra Ninja, los grandes países comienzan a construir la paz. Sasuke, Tsunade y muchos más han caído en la última batalla. La historia comienza cuando Naruto es nombrado como Hokage en la llamada Plaza de la Paz, una gran construcci...