SIETE ROSTROS

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Un mes después


El día había llegado.

Las vistas desde la Torre de Hierro que dominaba toda la ciudad eran impresionantes. La Ciudad Capital del País del Fuego era una ciudad enorme y muy avanzada, de eso no cabía duda. Sin embargo, no habían escogido con acierto el emplazamiento de la ciudad más próspera del País del Fuego. Nanaitsumi contemplaba con admiración el Monte Taiyô. Allí se resolvería todo, allí Shin-sama alcanzaría la eternidad.

—Sólo necesitamos que estalle la guerra. Con ella, el advenimiento del nuevo mundo será cuestión de tiempo—se había despedido de él antes de encomendarle la que debía ser su última misión.

Que Naruto se hubiera anticipado a Nanaitsumi y hubiera cogido las estrellas antes que él sólo había supuesto un pequeño contratiempo. Hacía tiempo que la guerra había empezado. Las batallas sólo era cuestión de tiempo. Por esa razón, que las cinco aldeas tuvieran las estrellas era el motivo necesario para poder iniciar la última fase del plan que durante quince años había compartido con su señor... desde que abandonara a Mikono, la mujer que le había criado como un hijo y que había sacrificado a su propio hijo por él, su meta había sido cumplir la voluntad de Shin-sama.

"No puedes vacilar" se repetía desde hacía tiempo. Sin embargo, cuanto más crecía el vínculo con Naruto más le costaba seguir la auténtica fe que tenía en su señor, el todopoderoso Shin.

—Es el vínculo que os unió al nacer el que hace que ambos poseáis el mismo poder, el que os convierte en aptos para tener el poder del Kyuubi en vuestro interior, el que hace que podáis estar interconectados, el que podáis vivir lo que vive el otro, el que te da algo de Naruto y por el que tú le das algo de ti. Mientras ese vínculo exista, tu fe se debilitará—le había explicado Shin en más de una ocasión.

Y a pesar de tener esa explicación, se sentía un traidor. Sin que su amo lo supiera, Nanaitsumi mantenía el contacto con otro sujeto que conspiraba contra él. Siempre se preguntaba por qué y la única respuesta que encontraba no le agradaba. Sentía la necesidad de estar más con él y a la vez se sentía cómo un sucio y asqueroso traidor. No quería traicionar a su señor, pero eran tan tentadoras las promesas que le ofrecñía...

Lo había conocido hacía poco menos de dos meses y se preguntaba cuánto tiempo tardaría Shin en descubrirle y cuál sería su castigo. No le mataría. Nanaitsumi era la mejor arma de Shin. Sin embargo, había castigos peores que la muerte. Por eso no debía fracasar.

Sólo tres semanas le había costado preparar a sus tropas. Había informado a los líderes de los países del este del mundo que embarcaran el gran ejército que durante los últimos diez años habían armado. Por su suerte, el Señor Feudal ya había preparado al Ejército de la Confederación. No había delcarado la guerra, esperaba al ataque para hacerlo, pero eso se arreglaría pronto.

Sin embargo, antes de que iniciaran la guerra, tenía que recuperar las cinco estrellas y la única manera de hacerlo era empleando los poderes de la Máscar de Bakemono, la máscara de los siete rostros. Nanaitsumi sabía que cuanto más lo hacía más sentía su vida menguar. Sólo sobrevivía gracias a la energía que extraía de su vínculo con Naruto. Su plan para conseguir toda la energía de Naruto al obligarle a sumergirse en el Pozo de ánimas había sido un fracaso, Sakura le había traído a la vida, y a pesar de ello, sentía algo extraño y no era el odio y las ganas de asesinar a Naruto... ¿Era alivio? No se lo podía permitir.

El odio le permitía dominar los siete rostros, le permitía dominar a Shuha. El odio generaba miedo y el miedo era poder.

Había amanecido pronto un día resplandeciente, un buen amanecer para un día en el que se proclamaría glorioso, pero aquél era el amanecer de un nuevo tiempo. Era una nueva era. Una nueva Fe se impondría en todo el mundo y todo gracias a él. "Eres un necio, lo has tenido delante de ti durante dos años y no te has dado cuenta" pensó en Naruto cuando se dejó impresionar por la grandiosidad del gran monte Taytô.

Desde la cima de la Torre de Hierro el viento soplaba con algo más de determinación. Todo estaba preparado. El líder de Shuha miró hacia sus pies. Cuatro hombres y tres mujeres. Sólo era eso lo que necesitaba y todo el mundo renacería. Había tenido que seguir el camino largo, pero ya estaba cerca de ser un dios, un dios de los shinobis. Aquellos siete desconocidos que Shin le había presentado obtenían su poder de él. De la máscara a la que él daba vida.

Liberó siete sellos y un intenso chakra. Uno a otro, los siete rostros de la máscara de Bakemono comenzaron a expulsar un vómito negro sobre los cadáveres mientras que sus ojos rojos como la sangre que brillaba luciendo el Sharingan destilaban un gran poder. Nanaitsumi se hincó de rodillas a la vez que él mismo comenzaba a vomitar sangre. El precio del poder.

Sus propios esputos se mezclaron con el vómito negro de la máscara de Bakemono. Aquél era uno de los tres jutsus prohibidos de los Uzumaki. Si a los Uchiha se les había vedado el Izanagi, a los Uzumaki se les había prohibido emplear las dos máscaras. Según decían las leyendas, Uzumaki, el tercer hermano se había enfrentado al rey de los demonios, Hashin, durante su periplo por el mundo y había dividido su poder en siete sellándolo en aquella máscara, la máscara de Bakemono.

Comenzaron a tomar forma poco a poco. Al principio, sólo eran una masa informe de composición misteriosa. Luego, mientras que Nanaitsumi empezaba a toser sangre, las formas iban tomando cuerpo y aparecieron, totalmente desnudos, sus siete discípulos. En ese momento, los cuatro hombres y las tres mujeres seguían siendo los mismos, aunque los pecados que encarnaban las siete máscaras les convertían en nuevas personas. Desarrollaban su chakra y hacía que sus propias personalidades se viesen afectadas. Nanaistsumi no solía retirarles aquel don a no ser que hubiesen fracasado o le hubiesen desobedecido.

Sin embargo, aquel día todo iba a ser diferente. La máscara de Kami que había incrustrado en su pecho empezó a brillar cuando dio la orden expulsó siete cadenas que se clavaron en el pecho de cada uno de los siete discípulos de Shuha. Desaparecieron al instante y cuando Nanaitsumi abrió los ojos recibió la información de sus propios ojos y las de los siete cuerpos. Había oído algo así sobre el Rinnegan, aunque la diferencia era que era la máscara de Kami, la que al actuar con la de Bakemono permitía aquello. Nanaitsumi no poseía ninguno de los caminos del rinnegan.

—Pareces cansado, Menma— dijo a sus espaldas la voz del monje Tayo, quien había estado observando.

Nanaitsumi le miró y dejó que la máscara mostrara su auténtico rostro. Menma palideció del miedo ante su expresión. Tayo comenzó a levitar por la fuerza del poder del portador de la máscara de Bakemono. Se llevó las manos a la garganta como si una fuerza mágica le asfixiara. Aunque sólo se trataba de un genjutsu, creía que estaba siendo asfixiado. Su maestro liberó el gentjutsu.

—Cállate o yo mismo te destruiré. Todavía no comprendo por qué Shin-sama os necesita.

Desde que fallara tras el atentado de la boda Shin había acudido a sus otros discípulos: un monje del País de las Nieves, el señor feudal del País del Fuego, un general de uno de los países con los que negociaba y una shinobi descendiente del clan Uzumaki. Ellos eran Tayo, Nhis, Gigamesh y Arimi. Nanaitsumi nunca había sabido muy bien qué hacían pero parecían útiles para Shin-sama. Comprendía que quisiera manipular al señor feudal para tener los dos ejércitos bajo su control, pero, ¿y los demás para qué?

—Recuerda que tienes una misión y que si fracasas, aunque sólo sea en un lugar, tendremos que iniciar la guerra para recuperar las estrellas—le recordó Gigamesh.
—Y vosotros, ¿qué vais a hacer?
—Estos dos prepararán la entrada de nuestras tropas. Yo me encargaré de allanar el camino hasta la ciudad Capital—respondió enigmática Arimi.
—Creo que siete ataques en el mismo día y a la vez es demasiado para mí.
—Shin-sama dijo que le daba igual los medios que emplearas. Si tienes que liberar el modo tsumi, hazlo—zanjó la discusión Tayo.

"Esto cada vez me agota más de lo que creía. Madre lo sabía y me lo advirtió. No te sobreesfuerzes, me dijo, incluso cuando la visitaba para torturarla...".

"Has matado a tu madre"—le torturó la voz de su conciencia

"Se lo merecía. No me dijo la verdad. Mi existencia es una mentira"

El Señor de los Siete Rostros se sentó.

—Shuha, está preparada. Liberemos la nueva Fe.

Cerró los ojos y todos los discípulos desaparecieron. Escuchó atentamente y notó cómo los otros agentes de Shin-sama desaparecían. El tomaría el control de los siete para llevar a cabo su misión. Era una difícil misión, una misión que Shin-sama le había encargado a él, sólo a él. No podía fracasar.


* * *


Yasashi apareció a las afueras de Kumogakure, en uno de los muchos picos abruptos que plagaban el paisaje. El paisaje era sobrecogedor y nadie podría afirmar que diez años atrás había sido arrasada por la furia descontrolada del Juubi. La aldea había resurgido de sus cenizas... para volver a caer. Saltó de cumbre en cumbre hasta aproximarse a las murallas que protegían a la aldea escondida entre las nubes.

Sus ojos otearon el horizonte y luego analizaron con rapidez las defensas de Kumogakure. Parejas de shinobis guardaban los puntos estratégicos. Un pequeño destacamento guardaba la entrada. El resto de las defensas las confiaban a su privilegiada posición entre las nubes. El habitual ruido de la aldea llegó hasta sus oídos. Se sentía como un dios que impartiría justicia, superior a todos los mortales y con un poder que no comprendían.

Tomó aire, contuvo la respiración y cerró los ojos. Buscó en su interior y encontró el poder que había aprendido del pergamino de Hiraishin: el soraton. No era un elemento en cuanto a tal, era el nexo de todos los elementos y no tenía ninguna utilidad ofensiva. Sin embargo, le permitiría encontrar dónde estaban las estrellas. Al abrir los ojos ya no había luz alguna. Sólo un rastro dorado hacia la estrella del rayo.

Se deslizó por los tejados con felina agilidad, tanta que podía asustar. Yasashi era extremadamente ágil y el más poderoso y soberbio de los siete discípulos de Shuha, por esa razón, Yasashi había sido enviado a Kumogakure. Un Jinchuuriki y uno de los seis kage (Naruto entraba dentro del grupo) que había derrotado a Akatsuki. Nanaitsumi nunca había visto a Akatsuki en acción, pero Shin siempre describía a su promotor, Madara, como un joven demasiado ambicioso que creyendo ir por su cuenta había contribuido a su plan maestro. Fuese como fuere, Yasashi había escogido la aldea más peligrosa, descartando Konoha.

El rastro lo condujo hasta el palacio del Raikage, un gigantesco edificio construido en las entrañas de una de las montañitas de la aldea y con apartamentos en los diversos lados. La estrella se encontraba dentro, a varios metros de profundidad dentro de la tierra.

Yasashi se coló por la parte superior y se escabulló entre los extremos del palacio. Nanaitsumi, que controlaba a Yasashi, podía sentir la diversión del discípulo. Quería enfrentarse al Raikage pero quería demostrarle que había podido infiltrarse delante de sus narices. Avanzó acabando al instante con la vida de los ninjas de Kumogakure que intentaron avisarle.

Empleando el soraton quedaba ciego temporalmente, pero no le fue necesaria la vista, porque al poco tiempo encontró la estancia donde el Raikage había atesorado la estrella que Naruto le ofrecía. Yasashi la contempló con detenimiento: cada estrella contenía el poder de uno de los elementos de la creación. Todas ellas permitían despertar a Fennisuku si se empleaban en el lugar adecuado. Sin embargo, también podían emplearse por sí mismas. Hacía nueve años robaron los pergaminos que permitían su control. Ahora tenían que controlar.

Cuando sus dedos rozaron la esfera no tuvo del tiempo necesario para evitar el mortal ataque combinado de los hermanos más poderosos de Kumogakure: el Raikage y Killer Bee.


* * *


Kenkyo aprovechó el fuerte viento que golpeaba Sunagakure. Se ocultó entre la arena del desierto para pasar inadvertido. La tormenta de arena fue su aliado.

En aquellos días oscuros cuando el viento del desierto soplaba del poniente y la arena se levantaba como enemiga del lugar al que protegía, los habitantes de Sunagakure se encerraban en sus casas. Todos, sin excepción, se escondían y esperaban que la tormenta amainara. No había, por tanto, ningún shinobi de Suna esperando a ver a Kenkyo entrar.

No necesitaba ver nada, pues para él, empleando el poder de Soraton sólo había una estela dorada, la estela que conducía a la estrella del viento. Aprovechando el imnato don de la levitación se dejaba guiar por el viento mientras la arena arañaba su cara.

El poder del soraton permitía a su poseedor seguir el camino de los hermanos y eso significaba encontrar las estrellas. El pergamino del cuál había extraído sus poderes había sido el más difícil de descifrar, pero lo había conseguido. El viejo monje Hiraishin había encriptado bien su legado, pero no había servido de nada, igual que tampoco le había servido aquella conversación que habían tenido... "No te distraigas" se reprendió. Cuanto más vivía, más se cuestionaba su fe y se preguntaba si estaba obrando bien.

Kenkyo se dejó caer donde acaba el rastro. Era una gran puerta excavada en las paredes de piedra de los muros naturales que rodeaban toda la aldea. La arena le raspaba al golpearle, pero no sentía nada. Sólo podía ver cómo la luz dorada de la estrella del viento le guiaba hasta un templo, donde tiempo atrás descansaban los venerables ancianos de la villa.

Aquel macabro personaje se rió misteriosamente e imprudentemente. Nadie le escucharía, pensaba. Sin embargo, desconocía que en Sunagakure había uno que nunca dormía y al que la arena siempre obedecía. Se internó en el templo echando la puerta abajo con una huracanada ráfaga de viento.

El soraton condujo a Nanaitsumi, a través de su herramiento, Kenkyo hasta la cámara, bajo la atenta mirada de los anteriores kazekages convertidos en una estatua de hierro negro y de una del espíritu del Sukakku. Había sido tan fácil...

Cogió la estrella y miró a los kazekage que con sus ojos huecos le miraban reprochándole estar allí. Había ganado. Tenía dos estrellas. Sólo tenía que desaparecer y volver a la Torre del Hierro de la Ciudad Capital. No era el punto más alto, pero sí el punto más alto que mejor permitía trasmitir el chackra a grandes distancias. Shin le había advertido que la máscara de Bakemono podía emplearse a distancia, como los caminos del rinnegan, pero requería de mayor ámbito de amplitud y por desgracia, no había forma de produir receptores de chackra.

Realizó los sellos para abandonar y cuando su cuerpo empezó a desmaterializarse para aparecer en la Ciudad Capital del País del Fuego, a una velocidad mayor que la descomposición molecular empezóa arder. Sentía cómo el calor abrasaba su cuerpo a la velocidad del reyo. Pero no era fuego, no era el propio sol... ¡Era el tayton de Naruto! Kenkyo tuvo que tomar la decisión de abortar aquel escape. Canceló la técnica y volvió a aparecer en aquella cripta.

Su cuerpo estaba completamente destruido a más de un treinta por cierto. Había perdido su brazo izquierdo y parte de su pierna izquierda. Estaba mutilado y el calor del fuego del Kyuubi le abrasaba. Empezó a reírse descontroladamente cuando de repente alguien le sorprendió:

—Vamos, llama a tu hermanito a jugar. Nos lo vamos a pasar muy bien. Vamos a completar lo que Naruto no ha podido con su técnica.

Kenkyo se dio la vuelta y pudo ver al Kazekage y a sus dos hermanos.


* * *


No dejaba nada a su paso.

Nintai avanzaba por la calle principal hacia las catacumbas de Iwagakure. Había sido un día completamente normal, como cualquier otro, hasta que apareció él. Derribó las puertas con insultante facilidad, empleando buena parte de su poder. Al instante las fuerzas especiales de Iwa se lanzaraon al ataque y no les sirvió de nada. Sus defensas eran impenetrables.

Avanzaba lentamente, con sosiego y paciencia mientras que respondía a los ataques de sus enemigos con poderosas técnicas nunca antes cumplidas. Su maestría del douton sólo era equiparable a la de la Yondaime Tsuchikage. Sin embargo, ésta no había aparecido. Le daba absolutamente igual, mientras fuese él, Nintai, nadie podría pararle.

Desviaba los ataques de sus enemigos y con ellos causaba el caos. La gente corría asustada. Sólo esperaba que no se interpusieran en su camino. Matar inocentes era molesto. El rastro dorado le guiaba hasta las catacumbas, en busca del rastro de la estrela de la tierra. Naruto había sido ciertamente inteligente al separar las estrellas, pero no contaba con que pudiera dominar a los siete discípulos a la vez.

Un chiquillo se tropezó contra él mientras huía, desorientado y llorando. Nanaitsumi le miró con los ojos de Nintai. Shin-sama decía que había que hacer lo que fuera por el renacer del mundo... "Pregúntatelo de esta manera, Nanaitsumi, ¿qué vale más la vida de un inocente o la vida de cientos de inocentes?" La lógica decía que una vida valía menos que la de cientos. Sin embargo tras haber alzado el puño para liberar su ataque... se detuvo y rodeó aquel obstáculo. No supo bien por qué.

—¡Detente!

Nintai se dio la vuelta. Al abrir los ojos perdió el rastro que llevaba a la estrella de la tierra en las catacumbas. Pudo ver a la joven Tsuchikage, la nieta de Oonoki, preparada para enfrentarle. Detrás de ella estaba un equipo ANBU de Iwagakure. La mirada de la joven era la misma que había visto siempre en Naruto: protegería su aldea, al precio que fuese. Ser el líder de una aldea parecía exigir dedicación y la férrea voluntad de proteger a todos aquellos que estaban bajo sus órdenes.

—No es mi intención destruirte, Tsuchikage.
—Ni la mía permitirte avanzar.
—No voy a perder tiempo contigo.

Nintai chocó las palmas de sus manos y apareció un clon que empezó a ser tragado por la tierra. La Yondaime Tsuchikage, joven aunque recordaba los horrores de la guerra, se vio sorprendida al ver la misma técnica que empleara el escurridizo esbirro de Madara y que durante años habían custodiado un ser inmortal que llevaba la voluntad de Madara Uchiha, el prisionero número catorce, el que fue liberado tras la muerte de Oonoki: Zetsu.

El miembro de Shuha esbozó una sonrisa. Mientras tanto, todo el odio, el resentimiento de Nanaitsumi, comenzaron a dar poder a Nintai. La tierra empezó a temblar y a hundirse a sus pies. Crecía y crecía.



* * *


—¿Creías que no íbamos a darnos cuenta de que alguien se introducía en nuestras fronteras?

Shizuzeka se vio obligada a detenerse. La niebla que rodeaba Kirigakure no había servido para ocultar su presencia. Cerró los ojos y detuvo la técnica del Soraton. Nintai y ella habían encontrado resistencia. Al volver a abrirlos se hizo la luz y desapareció el rastro dorado de la estrella del agua, que la había conducido a un gran manantial, llamado el manantial de la juventud y del que se decía que extraía la Godaime Mizukage su belleza, una simple leyenda.

Frente a ella se encontraba siete shinobis, cada uno portando una espada. A dos de ellos los conocía. Uno había participado activamente durante las batallas finales de la Cuarta Gran Guerra Ninja, el otro era el escolta personal de la Mizukage. Desconocía sus nombres, pero el guardasespaldas de las lentes era el capitán de aquel escuadrón. Recordó su nombre: los Siete Espadachines de la Niebla.

Volvió a contarlos. Todos perfectamente armados, con sus espadas en ristre, esperando la orden de su capitán.

—Apartaos y no sufriréis una horrible muerte.
—Sakura-sama de Konoha nos advirtió de que esto sucedería. Son órdenes de la Mizukage.

A pesar de que Shizuzeka era una mujer entrada en carnes y siempre procuraba disimularlas vistiendo grandes y pesados ropajes confeccionados con piel de animal, era extremadamente ágil. Era su principal fortaleza, engañaba a sus atacantes. Juntó las manos y empezó a liberar su chackra. Los espadachines la imitaron y sus armas empezaron a reflejar el poder que le proporcionaban sus armas.

El primer ataque le vino desde el frente. Un mortífero filo resplandeciente entre la niebla la atacó. Shizuzeka tuvo que retroceder para evitar ser alcanzada. Sin embargo, a pesar del salto, tuvo que agacharse hasta el punto de romperse para evitar el ataque de aquella katana que se alargaba a la voluntad de su portador. Era cierto que las armas de los Siete Espadachines eran armas legendarias y armas que desafiaban a la realidad siendo casi mágicas.

No pudo reincorporarse lo suficientemetne a tiempo antes de ser golpeada por una fuerte ráfaga de aire que notó cómo cortaba su carne por numerosas zonas y cómo la sangre empezaba a manchar sus ropas. Shizuzeka aprovechó aquello para caer cerca del manantial. Sus técnicas se basaban en el elemento agua y necesitaba de una fuente de agua. Cuanto más cerca estuviera más poderosos serían sus ataques.

Antes de caer en el agua, otro de los espadachines ya caía con su espada cuyas chispas anunciaban que iba a liberar un potente jutsu basado en el raiton. Shizuzeka fue mucho más rápida que él y realizó los sellos que le permitieron crear una esfera en torno a ella de agua. Era una variante de la prisión de agua. La reforzó con su chackra para aislarla de cualquier ataque eléctrico. Cuando esl espadachín cayó sobre ella sintió el filo traspasar el agua, aunque no su electrizante tajo. Miró preocupada al ver cómo introducía su mano y realizaba unos sellos que eran claramente ofensivos.

Shizuzeka levantó una gran ola que hizo salir volando al shinobi de tan peligrosa espada. Otros dos se lanzaron contra ellos. Uno no llevaba nada, el otro llevaba la esapda que se alargaba. En esta ocasión Shizuzeka retrocedió unos pasos hasta situarse sobre el agua. La hoja de la espada que se alargaba se bifurcó en dos. Como si de dos serpientes se trataran atacaron cada uno por un lado mientras que el shinobi que no llevaba nada cayó empuñando su arma.

Tuvo el tiempo justo de que con su jutsu apareciera un gigantesco tornado de agua que paró los ataques y le dio el tiempo suficiente para pensar una estrategia. El agua no serviría contra el rayo de las espadas. Otra se alargaba y otra era invisible... La mejor manera de parar la espada invsible, la más dañina por no poder calibrarse correctamente cuándo se podía ser atacado, era hacerla visible. Realizó rápidamente sus técnicas y enfrío el ambiente de tal manera que la niebla se condensó y se pegó en forma de gotitas de vapor en la espada.

Una lluvia de kunais cayó sobre ella a la orden del capitán que atacó con su mortífera espada de colosales dimensiones. La espada fue creciendo a medida que cargaba entre la lluvia de aquellos kunais. El escudo de agua no pudo evitar que algunos de aquellos cuchillos la traspasara y se le clavara. Levantó una gigantesca ola. La espada pareció cortar la ola y atravesó la protección de agua. De no haber sido por el simple e inesperado jutsu del cambiazo estaría ensartada por esa monstruosidad de espada.

Las cosas se pusieron más serias cuando se vio rodeada por las siete espadas y empezaron a acosarla en una mortal danza en la que sólo podía terminar muriendo. Los ataques provenían de todos los flancos y a pesar de ser extremadamente ágil, tanto como para intentar devolver algunos ataques y romper el círculo que habían formado con ella como centro, no podía permanecer mucho así. Sus sentidos estaban dispersos en siete puntos distintos. A pesar de que no sentía el dolor de las heridas que cada vez iban infrigiendo con más acierto, en especial la espada invisible que al parecer estaba recubierta de pinchos, como si fuera el tallo de una rosa, llegaría un momento en que el cuerpo no pudiera seguir.

Por eso, cuando finalmente, las siete espada atravesarn su cuerpo, juntó las palmas de las manos.


* * *


Una mujer se había adentrado en los arrabales más sucios de la Ciudad Capital. Allí la esperaba su contacto. Vestía como una ciudadana normal, vaqueros, un abrigo que la resguardaba del fuerte viento que soplaba por aquel lugar y procuraba tener su cabello, rojo como el fuego, escondido en una gorra. Constantemente se ajustaba sus lentes.

En mitad de la calle se encontró a un niño sentado, solitario. Sólo tenía un pequeño pajarillo con el que parecía conversar. La mujer miró al niño y le dijo:

—Ya ha comenzado.

El niño la miró con unos ojos que expresaban sabiduría y quietud, aunque encerraban locura, sólo asintió. El pajarillo, la mujer pudo apreciar que era un periquito, salió volando.

Abandonó a aquel niño y aquellos suburbios. Se cercioró de que nadie la había seguido. Trabajar como una agente triple era un riesgo constante para su seguridad. No sabía bien cómo había acabado allí, pero se decía que era la primera vez que podía ser realmente de utilidad, la primera vez en la que hacía algo que beneficiaría a muchos y la primera vez que se lo pedía la persona a la que amaba.

Al principio comenzó trabajando para la Geisha, aunque tras su muerte, la única razón por la que había seguido arriesgándose había sido porque toda la información que había reunido le había permitido saber que o se luchaba contra Shin o se estaba con él. Durante ocho años había trabajado para él y ahora el esfuerzo de su trabajo le permitía mandarle información tanto a él como a Konoha, aunque de forma indirecta. Sin la ayuda de aquel antiguo aliado que parecía un niño no hubiera sido posible.

Se quitó el gorro y extrajo su capa blanca con un sol dorado y usando las técnicas que tiempo atrás le enseñaran, se movió entre las sombras para abandonar su posición y continuar con su misión como espía.

Se situó en una balaustrada antes de seguir y pudo ver cómo una bandada de cuervos alzaba un revoltoso vuelo, cada uno graznando y abandonando su posición con destino a un lugar distinto. El periquito había llegado hasta el mensajero.

Ella era una kunoichi, una kunoichi que había nacido en un hogar extraño al de sus ancestros y que ahora colaboraba con el último miembro de su clan, aunque sin que éste lo supeira. Arimi, la mujer que pertenecía a Shuha era la única informadora de Naruto.

Naruto Hakitori 2 (Las Crónicas del Fénix)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora