OJOS AZULES

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Sakura permanecía en Iwagakure.

Ya había enviado a Naruto el pertinente mensaje reclamando la presencia del Hokage para el funeral de uno de los kages que habían sobrevivido a la Cuarta Guerra Mundial. Mientras tanto, por respeto a la aldea y a la familia, Sakura continuó su estancia.

Cuando por la mañana se comunicó la idea, el padre de Kurotsuchi e hijo del Sandaime Tsuchikage, ya había logrado obtener del Señor Feudal el respaldo para que Iwa y el País de la Tierra se unieran a la Confederación de Naciones, que poco a poco iba creciendo. Naruto estaría contento, ella, no tanto. La noticia se difundió pronto entre los habitantes de la aldea y pocas horas después de que Sakura colaborase con los enterradores en el embalsamamiento del cuerpo, la capilla ardiente de Oonoki estaba abarrotada.

Sakura recordó la muerte del anciano Sarutobi, el Sandaime Hokage, aunque su muerte, sin duda alguna, había sido mucho más trágica. Sarutobi había sido asesinado por su propio discípulo, Orochimaru. Cuando la joven veía cómo su esposo se esforzaba en la educación de sus tres discípulos temía que en alguna ocasión alguno de ellos se alzara contra su maestro y le derrotara. Orochimaru no había sido el único, aunque los que le precedieron y el propio Sannin habían tenido en común un pasado marcado por la guerra. Aquellos niños no.

La nueva princesa de las babosas presentó sus respetos y junto con los embajadores permanentes del País del Fuego, estuvieron durante varias horas presentando plegarias y elevando oraciones por la memoria de aquel hombre al que un joven Jinchuuriki había cambiado. De no ser por él, la guerra no hubiera teminado de la manera en la que lo había hecho.

Una larga columna de personas iba desfilando una por una dejando una flor ante el cuerpo embalsamado del anciano. A continuación se rasgaban un velo, en el caso de las mujeres, o se cortaban un mechón de pelo, los hombres, como muestra de su dolor. Tras aquel gesto, se arrodillaban y elevaban una plegaria tan larga como desearan. Algunos tardaban bastante tiempo, tanto que impacientaban a los más jóvenes. Un anciano shinobi, extraño si se tenía en cuenta que tras la guerra pocos ancianos habían vuelto de la misma, llegó a perder el conocimiento tras estar casi dos horas de rodillas homenajeando al más anciano de los kages.

Cada hora, las plegarias se veían interrumpidas y un viejo sacerdote, hacía mucho tiempo que en el continente cada persona gozaba de la libertad de adorar al dios o los dioses que quisieran, recitaba una largo salmo rogando por la inmortalidad de aquel sujeto, que fuera capaz de encontrar el camino correcto que le condujera a un mundo mejor. Sakura se preguntó si Tsunade, su maestra, o Jiraiya, o los padres de Naruto, o su propio hijo no nato habrían llegado a tal sitio. Ella habái visto como los muertos eran traídos a la vida para combatir, pero, pensaba tétricamente, "¿traídos de dónde?" ¿Habría algo? Cuando pensaba aquello sólo deseaba estar más junto a Naruto, disfrutar con él, fundirse en un cálido abrazo, juntar sus labios y entregarse a él con todo su ser.

Tras las plegarias, la flor se echaba junto con el velo rasgado o el mechó de pelo cortado a una gran pira dando a la estancia, una enorme sala habilitada en al Palacio del Tsuchikage, un extraño olor difícil de discernir si agradable o no.

Una vez que se realizaba tal gesto, la gente abandonaba el lugar, bien para buscar un pequeño sitio desde donde seguir meditando sobre la muerte de su amado líder, seguir entonando plegarias o bien para mantener conversaciones más distendidas y alegres que las que imponían el protocolo en un sepelio de tal relevancia. Uno de los hombres más poderosos de las Cinco Grandes Naciones había muerto y su país y aldea se encontraba ante un futuro totalmente en blanco. Todo estaba por escribir.

Sakura realizó a la perfección cada una de todas aquellas acciones – que desaprobara todas aquellas cuestiones protocolarios no la eximía a cumplirlas con total diligencia como esposa del Hokage -. Aguardó su turno con dignidad y paciencia. Vestía completamente de negro. Había recogido su larga cabellera en una simple trenza. No se había empolvado el rostro como sí que exigía en otras situaciones sociales. Se había cubierto el rostro con un velo negro como una noche sin luna. Repitió las plegarias como una más. Se arrodilló frente al Tsuchikage y pensó en las palabras que había mantenido con él.

"Tú serás la madre de Kyūseishu" Sakura nunca había escuchado aquella palabra. No sabía su significado. No creía nada de lo que el pobre anciano había contado en sus delirios. El hijo del viejo kage le había confirmado que en su juventud, el difunto sí que había viajado por el este, aunque poco sabía de ese pretendido y revelador periplo. Puede que fuera cierto, pero dudaba que ella pudiera traer algo más que muerte a aquel mundo. Las palabras del fantasma que había avistado en sus sueños seguían presentes: ella estaba muerta por dentro. Probablemente, si daba crédito al anciano, Kyūseishu fuese Naruto. Él estaba logrando la paz. Siempre había sido especial. Así lo había predicho el Anciano Sapo del Monte Myoboku.

"Lo siento, Tsuchikage-dono, pero no soy la madre a la que buscas. Si alguna vez pude serlo, esa posibilidad se cerró el mismo día en que me casé".

Sakura se levantó y repitió la última ofrenda a la memoria del anciano. Luego se sentó en una bancada y se concentró en sí misma. Era un ejercicio que había aprendido durante su entrenamiento con la Reina de las Babosas. Casi ocho años habían pasado desde entonces. Las babosas, a pesar de no ser un animal muy estimado por muchos, eran sabias, bastante. A diferencia de los vehementes y belicosos sapos y las astutas y pérfidas serpientes, las babosas eran calmadas y meditabundas y su entrenamiento le había servido para serenarse y aprender a controlar la energía natural.

Hacía tiempo que no empleaba el poder del chackra natural y mucho menos del inmenso poder que acumulaba en su frente, tal y como le enseñara su maestra en su día. Aquello era una buena sensación. Podía decir que no estaban en guerra. Aún recordaba la última vez que había tenido que utilizar aquellos poderes, entre otros. Había plantado cara a Orochimaru cuando había visto morir a Naruto, aunque una milagrosa pluma lo había traído de vuelta.

Sakura se llevó su mano a su vientre. "Podríamos ser tan felices si el cielo nos bendijera con un hijo..." Había aprendido a llevar aquella tristeza como podía. Se mentiría a sí mism si no reconociera que cuando estaba con Naruto gran parte de ese dolor desaparecía, pero aquello era algo que no superaría nunca, no, al menos, definitivamente. Sólo tenía la confianza necesaria con una persona para confesarle aquellos sentimientos y no era Naruto, sino Ino. No es que desconfiara del hombre de su vida, sino que no era su intención provocarle mayor dolor.

Ino se había convertido en un pañuelo para ella de la misma forma en que Sakura había estado a su lado cuando terminó la guerra. Fue el mismo día en que se habían realizado los funerales por todos los caídos. Estaban solas en la tienda de Sakura. Naruto la había dejado para reunirse con los señores feudales y los otros kages.

- Somos kunoichis, es nuestro deber sobreponernos a este dolor – se repetía mientras sus preciosos claros propios de todos los miembros del clan Yamanaka no paraban de llorar.
- Pero también somos mujeres... No está mal que llores por Sasuke – Sakura la rodeó con el brazo - ¿Recuerdas cuando nos peleábamos por él? – Todo aquello lo decía sintiendo una punzada de dolor
- Soy débil, Sakuar. Tú aprendiste de nuestra maestra mucho y ayudaste en esta guerra. Yo, en cambio...
- Sin ti no hubiésemos logrado decisivas victorias en el frente
- Aquí estoy... Llorando por un hombre que nunca me ha amado y porque ahora está muerto.
- Se avecinan tiempos de paz... Ino, yo también... yo también he perdido a Sasuke.
- Tú también le amabas... Míranos, llorando por el mismo hombre.

Sakura miró a su regazo y no pudo evitar dejar caer unas cuantas lágrimas.

- Dejé de amarle hace más tiempo del que crees. Y ahora sé que también he perdido a Naruto.
- ¿Naruto? – Preguntó sorprendida.- Era algo que todos esperábamos, pero, a estas alturas...
- Desde hace mucho tiempo. Ino, sé por lo que estás pasando. Sé lo que es ver que la persona a la que amas ha desaparecido, pero algún día llegará otro que esté junto a ti, tendréis vuestros más y vuestros menos, pero estará siempre ahí.
- Naruto ha conseguido ese hueco.
- Creo que ese hueco nunca existió...
- Gracias, Sakura. Siento mucho haber sido así contigo por un hombre. ¿Sabes?, creo que tienes razón. No puedo olvidar tan fácilmente a Sasuke, pero sé que te tengo a mi lado, amiga mía.

Y se abrazaron. Nunca se habían peleado aunque sí distanciado por su rivalidad en el amor. Con aquella muestra de cariño se estaban reconciliando y se prometían que siempre estarían ahí la una para la otra.

Naruto era su esposo y no había persona en la que pudiera confiar más, pero ya le había hecho sufrir demasiado para tener que aguantar la melancolía que le provocaba estar condenada a la esterilidad. Por esa razón, recurría a Ino. Ambas habían estudiado muchas fórmulas. Las había empleado todas hasta la saciedad pero ninguna había dado resultado. Ino estaba, perfectamente, al corriente de su estado de ánimo y hacía cuanto estaba en su mano, pero a la esposa del Hokage sólo volvería a ser feliz cuando de su vientre marchito brotara la vida. Nunca.

Sakura continuaba reflexionando, le gustaba la tranquilidad y el silencio del lugar, aunque fuera bastante tétrico disfrutar de tal quietud. Contemplaba al viejo Tsuchikage, de lejos. Intermintentemente era interrumpida por los embajadores del Señor Feudal del País del Fuego. La joven procuraba ser cortés y distante. Otros asuntos reclamaban su atención.

A lo largo del día fueron llegando los mandatarios extranjeros.

El primero en hacerlo fue Gaara. El Kazekage venía acompañado de sus dos hermanos, sus mejores consejeros y protectores, como siempre. Se trataba de un acto bastante ceremonial por lo que venía vistiendo las ropas propias de su rango. Repitió los mismos ritos que Sakura había tenido que realizar y después de ello, fue acompañado por sus hermanos hasta la tribuna que se había dispuesto para las altas dignidades de las naciones.

Poco después llegaron los mandatarios de otras aldeas menores: Hisidate de Kusagakure, Iwaki de Amegakure y Hotaru de Yugakure y Karebana de Hosiogakure, acompañados todos ellos de sus pequeñas cohortes de ninjas. En los últimos tiempos, aldeas pequeñas de naciones pequeñas se habían ido adscribiendo a la Confederación y sus aldeas estaban bajo las órdenes directas del Líder Supremo, el Señor Feudal del País del Fuego. Konoha mantenía excelentes relaciones con todas ellas, en especial con Amegakure. Sin embargo, la gran alianza había propiciado que muchas de sus aldeas se vieran obligadas a mandar a sus ninjas a las grandes. De manera progresiva y ordenada, o, al menos, eso parecía, el mundo estaba cambiando.

A mediatarde llegó el Raikage A. Desde su asiento Sakura podía observar como toda aquella solemne ceremonia le incomodaba. El General de la Alianza Shinobi era un líder duro y exigente, eficaz pero autoritario y aquel tipo de actos estaban muy lejos de lo que él entendía por gobernar una nación. Una de las cosas que Sakura había aprendido de su matrimonio con Naruto era que el verdadero poder residía en los kages y no en los señores feudales. A Sakura no le extrañaba que el Señor Feudal intentara utilizar a la Confederación para consolidar su propia posición, a pesar de que Naruto no lo viera.

El Raikage sólo venía acompañado por su lugarteniente Darui. Sakura sintió cierta nostalgia al no ver a Bee-sama. Durante los dos años en los que Naruto y ella habían estado prometidos (no oficialmente, claro), de vez en cuando Naruto y ella se habían tomado ciertas semanas de descanso. Habían viajado a muchos lugares y entre ellos, la propia Kumogakure.

Sakura recordaba con mucho cariño aquellos días. Bee podía ser una persona mayor – viejo Bee le decía el propio Naruto – pero era joven por dentro, casi recordaba a Gai-sensei. Era simpático, amable y muy divertido. Una de las cosas que más le gustaban a Sakura del maestro de su marido era la sabiduría que encerraba y que se afanaba por mantener escondida en forma de raps y rimas poco acertadas.

Casi al mismo instante de conocerse, el Jinchuuriki del Hachibi, o Gyuki como le gustaba al propio Bijuu ser llamado, extendió el brazo con el puño cerrado. Naruto ya la había advertido de lo que tenía que hacer. Sakura le imitó y chocaron el puño. Según decía Naruto, aquello era una forma de telepatía que ambos empleaban. Ella no podía sentir nada, aunque sí que le dijo a Naruto: "me gusta para ti"

Bee les guió durante unos días por su país natal, país que ya había conocido Sakura con anterioridad. Fueron unos días muy felices. Al principio el constante rapeo podía ser una molestia, pero se terminó acostumbrando e incluso se había atrevido a rapear.

"Antes éramos muy felices y... desde que nos casamos no hago más que maldecir el futuro y recordar con añoranza el pasado. Soy joven, pero hablo como una vieja" se decía Sakura. Aquello era una de las cosas que más odiaba de sí misma. Le encantaría ser cómo Naruto. Sabía bien de sobra que por dentro se encontraba tan mal como ella, pero eso no le amedrentaba. Siempre lucía su sonrisa y pretendía disfrutar al máximo del día. Más de una vez así se lo decía: "agarra el presente con fuerza, porque si así lo haces el futuro será tuyo, Sakura-chan".

Siete años casados y aún seguía llamándola "Sakura-chan". De no ser por Naruto se habría quitado su propia vida. Recordaba haber contemplado aquella opción como una posible salida a su estado de dolor. No había tenido valor para hacerlo. En más de una ocasión se había introducido en la bañera con un kunai. Sólo tenía que hacer dos movimientos y dejarse ir. Sien embargo, cuando empuñaba el cuchillo, pensaba en Naruto. Recordaba todo lo que habían vivido juntos y llena de furia por solo plantéarselo. "No puedes dejar solo a Naruto.Yo soy suya y él es mío, nos lo prometimos al casarnos", se reprendía

Aunque, desde hacía tiempo ya podía decirse que se encontraba bien, no eran raras las ocasiones donde la tristeza la invadía. Aquellos momentos siempre procuraba pasarlos en el hospital dirigiendo las labores médicas o con Ino. No le gustaba que Naruto sufriera por su culpa.

Las horas pasaban y pronto la noche se echó encima. Sakura había descansado durante algunos momentos saliendo del Palacio del Tsuchikage para estirar las piernas o mantener una frugal conversación con algún shinobi extrabjero, pero la tradición indicaba que todos los que decían asistir debían hacerlo hasta el final. El sepelio estaba siendo realmente largo. A lo largo de su vida, de su longeva vida, Oonoki había hecho tantos amigos como enemigos, pero todos ellos habían decidido acudir a presentarle sus respetos, tanto a él, como a su familia y a su propia aldea.

La sensual Mizukage, quien se decía que había llegado tarde sólo una vez en su vida, no se hizo de rogar y apareció junto con su guardia de honor: los nuevo siete espadachines de la niebla. Tras la guerra, Chojuro, su consumado protector se había convertido en el líder de tan épico y renombrado escuadrón. Sakura sentía cierta admiración por aquella mujer. Tenía carisma para gobernar y no consentía que nadie la juzgara sólo por su aspecto físico. Se unió a los otros kages.

"¿Dónde estará Naruto?" pensaba impaciente. Tenía ganas de verle. La Ciudad Capital del País del Fuego donde se encontraba en aquellos momentos se encontraba a menos distancia que Kiragakure y Mei Terumi ya había llegado. Otra de las muchas cosas que había aprendido de ser la esosa del Hokage era a mostrar desconfianza. El Hokage debía estar alerta todo el tiempo y aquello terminaba traduciéndose en su imposibilidad para vivir tranquilo. Naruto no quería aparentarlo, pero había cambiado mucho desde que su rostro estaba esculpido en piedra.

Sakura apartó la mirada del suelo y cuando la levantó sus ojos se encontraron con unos ojos azules que bien conocía. La observaban en la distancia, varias filas por delante de ella. Sakura no tuvo tiempo de reconocer aquel rostro. Uno de los embajadores que aguardaban junto a ella la interrumpió.

- ¿Estáis segura de que escribisteis a vuestro esposo, Sakura-sama?

La joven se dio la vuelta bruscamente, sorprendida.

- Sí, - respondió más por educación que por saber qué le estaban preguntando.

Buscó con la mirada aquellos ojos...

Le había parecido ver los ojos de Naruto. Ese color era inconfundible. Juraría a ver visto sus rasgos, pero habái sido tan sólo una fracción de segundo, demasiado poco cómo para poder identificarlo... Fue a mirar dónde los había identificado por primera vez y no encontró nada salvo una siento vacío.

La kunoichi juraría que la estaban mirando, estudiándola. Naruto solía jugar con ella mediante ese tipo de bromas, pero no creía que lo hiciera en una situación tan poco adecuada como aquélla. Nunca le habían parecido divertidas, pero las toleraba porque a Naruto le gustaba comportarse como un niño. En más de una ocasión, Sakura se había preguntado si su infantil comportamiento era una forma de huir de la dura realidad que le esperaba todos los días como Hokage.

Sea como fuere, se puso en pie discretamente y miró de un lado a otro. Ya no estaba.

Empezó a preguntase si sus ganas por volver a estar junto a él le habrían engañado. Una de las cosas que más la alegraban era el hecho de que volvían a ser una pareja en todos los sentidos. Tras mucho tiempo de recelo e inapetencia por su parte, habían vuelto a recobrar su juventud y aquello era algo que echaba en falta. No le gustaba alejarse de Naruto y mucho menos en las noches. No era raro que alguna noche se despertara alterada por un mal sueño (un sueño que siempre se repetía). Desde que habían vuelto a dormir juntos como marido y mujer se despertaba en mitad de la noche, cuando se veía protegida por su abrazo, cerraba los ojos y volvía a dormir.

Decidió volver a salir. Llevaba demasiadas horas allí sin hacer otra cosa que guardar a un difunto y esperar a su marido, que no llegaba. Se disculpó por su momentánea ausencia a los embajadores y abandonó la sala, abarrotada de gente que en silencio guardaban el último adiós del Tsuchikage.

Sakura salió y vio a un hombre envuelto en una capa gris abandonar el Palacio. Éste se encontraba construido en la montaña y se accedía a él mediante una red de túneles y escaleras excavados en la roca. Aquel hombre estaba empezando a bajar las escaleras. La chica había escuchado de aquellas ocasiones en las que un presentimiento se imponía a la razón y aquélla fue una de esas situaciones. Algo le dijo que aquel sujeto era la persona que la había mirado con los ojos de Naruto.

- ¡Naruto! – le llamó.

Como esperaba no se trataba del Hokage. El extraño, también como esperaba, no le respondió. Sakura podía haber dado media vuelta y disfrutar de aquella noche veraniega en el mes de las flores, pero no lo hizo.

Frunció el ceño. Esos ojos azules sólo podían ser de Naruto. ¿Quié estaba jugando con ella?

Sakura no dudó en seguirle. El desconocido andaba a paso ligero y ella no se preocupaba en ocultar su presencia. Ambos sabía que quería el otro: uno huir, la otra pararle y averiguar su identidad y por qué había estado espiándola. ¿Cuánto tiempo habría estado ahí y ella sin enterarse? Alguien de su nivel (Sakura era chuunin, aunque bien podría superar al mejor de los jounnin de Konoha) estaba entrenado para detectar cualquier presencia enemiga. Sin embargo, tal y como dijo un sabio, la paz embobaba los sentidos y la negligencia imperaba.

El extraño apretó el paso y ella le imitó.

Comenzaron a bajar las escaleras casi corriendo. Por más que quería alcanzarle no podía.

- Espera, sólo quiero hablar – le solicitió sabiendo que sería inútil.

Alcanzaron las calles de Iwagakure, que se encontraba sumida en el más completo silencio, Desde las torres de los edificios más altos se escuchaba un tambor que no paraba de sonar, anunciando a todos que el Tsuchikage había abandonado el mundo de los vivos. Había todavía mucha gente por la calle, los aldeanos iban de un lado a otro, rematando la jornada. El clima imperante era el luto, pero la gente común proseguía con su vida.

La esposa del Hokage le seguía con gran dificultad. Se escabullía entre la gente. Podía echar a correr en cualquier momento y sabía que aquel extraño haría lo mismo.

De repente se chocó con alguien perdiendo de vista al extraño

- Perdón – se disculpó intentando volver a seguirle.
- Esperaba algo más efusivo, algo como: te he echado de manos, dattebayo.
- ¡Naruto! – exclamó sorprendida.
- Algo así, sí – Naruto le devolvió una gran sonrisa.

La besó y se abrazaron.

- Parecía que estuvieras persiguiendo al mismísimo diablo, ¿qué hacías?

"Quizás lo fuera"

- Me dijeron que venías y quería recibirte en persona. Alguien debe informarte de que tus colegas han llegado – Sakura apretó el puño. Aquello era una señal que tenían. No era de buen gusto golpear al Hokage en público. Cuando Naruto hacía algo que a Sakura no le gustaba ésta apretaba el puño y le sonreía. El castigo solía ser peor.
- Esta vez estoy justificado. Han ocurrido ciertos... sucesos en la Capital. Tuve que poner orden.
- ¿Algo grave?
- Sí... Política. Ya te pondré al día.
- Por eso has venido solo, o, tus tres alumnos están en la posada.
- He venido solo. Le encargué a Kakashi que me relevara en mis obligaciones en la capital. ¡Aunque antes tengo que hacer otra cosa que me muero de ganas por hacer, dattebayo!

Naruto la cogió con firmeza y antes de que se pudieran besar. Escucharon un gran ruido. Algo explotaba a lo lejos. Miraron al cielo. La muerte caía sobre ellos.

Naruto Hakitori 2 (Las Crónicas del Fénix)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora