LA CASA DE LA ETERNIDAD

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Yuna se despertó en medio de la nada con un fuerte dolor de cabeza.

Podrían haberle dicho cualquier cosa y se la hubiese creído. Los bosques del País del Fuego se encontraban tanto al norte, como al sur, como al este, como al oeste. Estaba totalmente desorientada, pero aquello no le importaba. Se debían encontrar lejos de Konoha, pero no sabía a cuánto. Estaba asustada porque no comprendía nada cuánto le había pasado.

Recordaba haberse ido con Naruto y después... No podía recordar nada más. Buscó, nerviosa, con la mirada a su maestro. Estaba arropada con una manta de viaje y al lado de una hoguera de la que sólo quedaban brasas humeantes. Yuna se dirigió a la figura que miraba al horizonte. Portaba una capa larga oscura con pieles en torno a sus hombros, aunque su cabello era negro como una noche sin luna. No podía ver su rostro

- Sensei, ¿qué hacemos aquí? – Preguntó asustada, sabiendo que aquel no era Naruto.
- No soy tu maestro, niña – y al darse la vuelta Yuna ahogó un grito.- Me temen por mi nombre: Nanaitsumi.

¿Cómo no iba a ser Naruto? Todo en él era idéntico: su rostro, sus ojos azules y sus característicos bigotes... Sin embargo, observando más detalladamente pudo constatar que no era su maestro. Sus ojos azules eran fríos como la más gélida de las noches en el País de la Nieve. Su rostro no era amable. Su cuerpo estaba devorado por horrendas cicatrices, algunas parecían muy recientes.

- ¿Has dormido bien? – Inquirió maliciosamente.

El dolor de su cabeza se incrementó de tal manera que se llevó las manos a la cabeza en un vano gesto por intentar mitigar aquella migraña. En su cabeza comenzaron a esbozarse los primeros recuerdos de la noche anterior. Recordaba haber andado con Naruto hasta que éste se había dado la vuelta y con las yemas de los cinco dedos cargadas de chackra le había golpeado en la frente. Después de aquello no recordaba nada.

- Te dolerá bastante, pero a medida que el dolor desaparezca recuperarás tus poderes.
- ¿Qué poderes? ¿Qué me has hecho?
- Yo nada, salvo darte algo que te corresponde, algo que tu "sensei" – dijo con cierta burla – selló para intentar protegerte. Descansa hasta que te encuentres bien.
- ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me has hecho tu prisionera? – Le preguntó mientras su conciencia le imperaba a que huyera.
- Ni se te ocurra intentar escaparte. Yo maté a Kakashi, así que créeme que podré matarte a ti también.

Yuna estaba muy asustada. No hacía falta darse cuenta que aquel hombre era realmente poderoso. Si se había infiltrado en Konoha y se había hecho pasar por Naruto impidiendo que nadie le descubriera era que tenía mucho más poder del que cualquier ninja normal pudiera tener. Poseía un aura oscura y fría que le desbordaba y amenazaba tintineante con desbordarse, no cálida y luminosa como la de Naruto. Yuna siempre había tenido facilidad para percibir el aura de las personas. El aura era algo que pocos veían: era la expresión del alma de las personas.

Nanaitsumi pudo percibir como los poderes de Yuna se incrementaban paulatinamente a medida que esta iba descansando. Volvía a ser la misma. Ella no lo entendía, pero era la última descendiente viva de Izumo. No comprendía que de no ser ella, sólo quedaría Sakura.

- Provienes de la aldea de Izumo, ¿lo sabías?
- Sí... - respondió vacilante.
- Por tu sangre corre la misma sangre que un día llevara el propio Sabio.
- ¿Qué sabio? ¿Qué estás diciendo?
- No te han hablado de Rikudou Sennin. Es una pena. Yo tampoco lo haré, aunque deberías saber que somos pocos los que compartimos algo de su sangre. Sólo guardamos una pequeña parte de su poder y somos infinitamente más poderosos que cualquier mortal. Mucho más chackra, nuestra voluntad, nuestro poder... Te sentirás mejor conforme pase el día.
- ¡No pienso ir! – Se negó.
- No me obligues a mancharme las manos con la sangre de una niña inocente. No tengo escrúpulos en hacerlo, pero estoy algo cansado como para malgastar energía en ti. Coopera y obedece y, quizás, puedas regresar sana y salva.

A su orden emprendieron la marcha. Caminaban con tranquilidad. Yuna se preguntaba por qué estaba tan confiado. Seguramente en Konoha ya se hubiera alertado de su desaparición. Si era tan importante, Naruto lo sabría y vendría a buscarla.

- Yo que tú me desharía de esa esperanza. Nunca te van a encontrar. Ese pequeño regalito que te hizo Naruto, ese colgante deformado de plata no te servirá de nada.- Le respondió. Algo que le sacaba de quicio era que pudiera leer su mente.

Sólo se habían detenido, de manera breve, para comer algo. Nanaitsumi no ingirió nada. Sólo bebió un líquido negro y viscoso, como si fuera tinta.

- Es sangre... sangre obtenida de un dios. Mi fe ha sido la que me la ha concedido.

"Está completamente loco" Sin embargo, no sabía la verdadera procedencia de aquella sangre.

Era de noche cuando Yuna comenzó a sentirse mejor. Era una sensación reconfortante. El uso de sus poderes era una parte de su ser que la transformaba en otra aunque seguía siendo ella misma. Seguía siendo consciente y consecuente en todo momento de lo que hacía, pero también era distinta. Todavía no comprendía que había trascendido de su simple condición de mortal. Desconocía ese otro lado de ella. Nunca antes había acudido a aquella parte de ella. Sin embargo, poco tiempo le duró aquel bienestar.

Pararon durante unas horas pero al alba la despertó con brusquedad.

Yuna no le hacía caso. Tiritaba. Estaba mareada y fatigada. Aquello no conmovió a su captor que la puso en pie a la fuerza. La chica tenía los labios secos y cortados. Estaba destemplada y cansada. La cabeza le dolía todavía de manera intermitente y le pitaban los oídos. Andaba muy lento. Cada paso era un sobreesfuerzo propio del Hokage de los Dos Soles. Su mente se turbaba y en todo momento creía tener a su lado a Hikaru y Sora.

- Andando. Se nos está esperando. – Ordenó sin pararse siquiera – Agradece esta larga marcha a Naruto. De no haberte tatuado esos malditos símbolos podríamos haber llegado allí en unos minutos.

"¿Qué tatuajes?" pensó agotada. La joven gennin no podía seguir

- Vamos, niña, muévete y andando. Han pasado los efectos de la técnica de liberación. Ahora deberías sentirte mejor.

La aludida se levantó. Seguía manteniendo su altiva mirada. Reanudaron la marcha y era más de medianoche cuando, Yuna se desmayó cayendo pesadamente sobre el suelo.

En mitad de aquella fiebre, Yuna soñó con su madre a la que había olvidado casi por completo. Yuna se vio a sí misma acompañada de su madre en una gran sala. Los tambores golpeándose rítmicamente y decenas de mujeres bailando con sus largos vestidos giraban sobre sí mismas mientras que hombres y mujeres cantaban un rezo, un rezo que Yuna había olvidado. Ella estaba junto a su madre. Su rostro se había desfigurado, pero no en cambio el color de su cabello, exactamente igual que el suyo. Pudo ver cómo su madre le sonreía, una sonrisa preciosa, antes de salir en mitad de aquel espectáculo a cantar. Sin embargo, su preciosa voz no entonaba una melodía festiva, sino un rezo igual que los demás. Aquello era algo que siempre hacían, pero no lo comprendía y ahora que era mayor pero había vivido tantos años alejada de sus costumbres aún menos. La canción sonó una y otra vez en su interior. Cuando el recuerdo se apagó, ésta siguió haciéndolo.

Habían pasado unas horas cuando Yuna se despertó repentinamente. Respiraba entrecortadamente. Su corazón latía con mucha rapidez. Estaba muy alterada. Su memoria le había tendido una trampa. Había aprovechado para mofarse de ella haciéndole vivir de nuevo momentos que ya habían pasado y que la habían marcado. No estaba acostumbrada a usar aquellos poderes y al hacerlo estos se cobraban su precio.

- Intenta ponerte en pie. Cuanto antes lleguemos a nuestro destino antes podrás descansar. El bebedizo que le he dado es demasiado potentes como para permanecer dormida durante mucho tiempo – explicó.- Ponte en pie. Nos vamos.
- No quiero ir – se negó.- ¡No te daré lo que sea que busques así que mátame!
- Será mejor que continuemos, no quisiera tener que llevare a la fuerza ante Shin-sama. Has podido ver estas cicatrices de mi cuerpo... Esas son las visibles, pero Shin-sama no ha dudado en enseñarme la auténtica fe de la manera más auténtica.

Nanaitsumi se dio la vuelta y la miró con sus catorce ojos de pupilas sangrientas. Yuna en contra de su voluntad, sacó un kunai, empezó a acercarlo hasta su cuello y apretó. El miedo la invadió en cuestión de unos segundos a medida que la sangre iba siendo más persistente. Utilizó toda su fuerza de voluntad para evitar que el kunai tocara sus puntos vitales, pero el poder de control era demasiado grande, sólo con un parpadeo se había enseñoreado de todo su cuerpo.

- Tu sangre me es demasiado valiosa...- comentó.- Pero tienes que aprender algo de modales.

Los ojos de Nanaitsumi se convirtieron en una espiral que le mostró todos los recuerdos de su portador. El mundo se descompuso en una vorágine. Los colores se aniquilaron en una borrosa mancha negra y Yuna perdió el conocimiento...

Despertó presa de dos poderosas cadenas que laceraban sus muñecas y la tenían suspendida sobre el suelo. Estas cadenas de hierro se enroscaban a dos pilares. En frente de ella se encontraba Nanaitsumi. Todo a su alrededor estaba deformado en una sanguinolenta espiral como el emblema de los Uzumaki. Las cadenas empezaron a tirar de ella haciendo que sus extremidades se excedieran más de lo normal.

Yuna gritó y su voz no salió, sino que se quedó atascada en su garganta, impidiéndole respirar. Sólo podía ver, y cada vez más borroso, el rostro de Nanaitsumi: sus siete caras malévolas que parecían divertirse con aquel espectáculo. "Si Hikaru estuviera aquí, él se daría cuenta de que es un genjutsu y sabría escapar". Pero ella no podía. Un genjutsu terminaba cuando alteraban la técnica del lanzador o alguien liberaba a los apresados bajo la misma. Ella estaba sola y por más que quisiera no podría escapar.

- Vas a experimentar el mismo dolor que sufrió Izumo antes de morir. Vas a experimentar todo mi dolor. Así aprenderás lo que yo aprendí: que nada ha de hacerse contra la voluntad de Shin. Agradece que sólo sea tu mente, pero este dolor es tan real como el que puede producir una katana.

Y entonces, uno de los rostros abría su faz y salía un oscuro personaje de cabello lacio y ojos incoloros, como todo en aquel mundo que la traspasaba con su espada haciendo que gritara de dolor y viendo como su sangre, blanca como la leche, manara generosamente hasta que perdía el conocimiento.

De nuevo despertó presa de dos poderosas cadenas que laceraban sus muñecas y la tenían suspendida sobre el suelo. Estas cadenas de hierro se enroscaban a dos pilares. En frente de ella se encontraba Nanaitsumi. Todo a su alrededor estaba deformado en una sanguinolenta espiral como el emblema de los Uzumaki. Las cadenas empezaron a tirar de ella haciendo que sus extremidades se excedieran más de lo normal. Todo se estaba repitiendo.

Yuna gritó y su voz, de nuevo no salió, sino que se quedó atascada en su garganta, impidiéndole respirar. Sólo podía ver, y cada vez más borroso, el rostro de Nanaitsumi: sus siete caras malévolas que parecían divertirse con aquel espectáculo. Alzó la vista y pudo ver cómo si de un espejo se tratara su propia imagen que sufría igual que ella. "Esto no es real"

- Vas a experimentar el mismo dolor que sufrió Izumo antes de morir. Vas a experimentar todo mi dolor. Así aprenderás lo que yo aprendí: que nada ha de hacerse contra la voluntad de Shin. Agradece que sólo sea tu mente, pero este dolor es tan real como el que puede producir una katana.
- ¡ESTÁ BIEN! ¡HAZ QUE PARE! ¡IRÉ! – Gritaba mientras su enemigo la torturaba sin tocarla.


Y paró. Yuna había sido víctima del poderoso y peligroso Tsukuyomi que solo podía emplear quién había trascendido del uso corriente del Sharingan. Ella se llevó las manos a la cabeza y en estado de shock. La realidad le dolía. Quería matarse, pero su cuerpo temblaba tanto que no podía. Su mente seguía repitiendo aquella traumática experiencia sin cesar, en un constante bucle y ya no estaba bajo los efectos de aquel poderoso doujutsu.

La gennin volvió la realidad. Iba de camino a un sitio que no sabía y aquello la asustaba porque a pesar de que pudiera leerle la mente, Nanaitsumi no le respondía. Sólo la obligaba a caminar. Hizo lo que le pidió y no volvió a oponerse a él. El tiempo transcurrió lento mientras aquella pareja avanzaba hacia el este. Yuna no imaginaba hacia donde se dirigían, ni tampoco había sido informada de ello.

Sin embargo, sí que sabía perfectamente que debía faltar poco para alcanzar el punto de reunión. A cada momento, la expresión de su captor se iba relajando y adquiriendo ciertos aires de triunfo. Cuanto más próximos estaban de su destino, más se consolidaba su victoria; debía estar impaciente por correr a los brazos de su amo y notificarle con orgullo que había cumplido sus deseos.

- Tú eres uno de los que mató a mi clan, ¿verdad? Naruto-sensei me dijo que fue asesinado por unos terroristas que sólo buscaban el poder. Tú eres uno de esos, ¿verdad?
- Sí. Yo les maté a todos y cada uno de ellos. Yo cogí el cuerpo de la Gran Invocadora una vez derrotada. Fue muy peligroso. Era experta en sus artes, pero yo también tengo las mías y nos enfrentamos. Los de Izumo os habíais vuelto un peligro y mi señor requería que no quedara ningún heredero del Sabio que pudiera poner en peligro su reinado.
- ¿Has dicho la Gran Invocadora? ¡Ella era mi madre!
- No lamento haberla sacrificado para obtener la llave de la tierra. Además, no deberías preocuparte. Es más que probable que tu viaje acabe pronto y te reencuentres con ella. Se requiere mucho chackra para abrir las puertas de la Casa de la Eternidad y cuando lo hagas, poco te quedará para morir.
- Pero dijiste...
- Mentí. No te resistas. Estarás contribuyendo al renacimiento de un nuevo mundo, un mundo de luz y de felicidad, donde Shin-sama detendrá a la muerte y a la oscuridad.
- Naruto-sensei no lo tolerará.
- Naruto-"sensei" morirá hoy mismo.

Aquel viaje era la última recta antes de que todo llegase a su fin. Un viaje que conducía a la muerte no era plato de buen gusto para nadie y mucho menos si se hacía en compañía de un personaje como aquel. Se detenían lo imprescindible y cuando descansaban, más bien lo hacían poco. Ninguno de los dos precisaba en aquellos momentos de cuidado y reposo. Todos deseaban llegar cuanto antes

La marcha era constante pero al amanecer del tercer día arribaron a su destino. En las últimas horas habían comenzado a desaparecer los árboles. Sus pasos les habían conducido a una colosal montaña. Yuna supo en aquel momento que estaban en el Monte Tayto, a cuyas faldas se había erigido la Ciudad Capital.

Yuna, de manera totalmente sorprendente, recordó su aldea. Hubiese jurado que se encontraba ante las puertas del templo construido en las entrañas de la montaña. Sin embargo pronto empezó a percibir detalles que la diferenciaban de la gran puerta. Aquella puerta había sido levantada por ingenieros menos avanzados que los que construyeron Izumo. Presentaba todos los rasgos característicos de los maestros antiguos: era cuadrangular, se abría hacia dentro y en la cima de la puerta se alzaba lo que en otro tiempo fue un kanji, ahora irreconocible.

- La Casa de la Eternidad - confirmó Nanaitsumi
- ¿Qué es este lugar? – preguntó compungida.
- Hace mucho tiempo, el sol se puso en este lugar – le respondió enigmático.

Se acercó a la puerta y explicó:

- Cuando se fundó este santuario, los cinco hermanos se ocuparon de que nadie entrara o saliera sin su consentimiento. Izumo invocó los poderes de la vida y de la muerte y Uzumaki selló la puerta para que tan sólo ellos pudiera abrir las puertas. Ellos o sus descendientes. Sólo con el poder de tu sangre se puede acceder a Gan Deysh.

Extrajo de su cinto un kunai. Le exigió a Yuna su mano. Ella quiso gritar y decirle que no, sin embargo, su cuerpo se mostró cortés y obediente. El miedo a volver a experimentar el aquella tortura guió de manera inconsciente su cuerpo. Extendió la mano y Nanaitsumi la tomó. Con gran precisión realizó un corte en la palma de la mano. Entonces tocó una parte de la puerta que sólo él conocía con su mano sangrante. Cientos de sellos y caracteres cuyo significado se había perdido aparecieron ante ellos. La joven gennin liberó una gran cantidad de chackra, tanto que estuvo a punto de marearse.

La tierra empezó a temblar con gran violencia. Era difícil poder mantenerse en pie. La fuerza de las sacudidas era tal que parecía que la propia montaña iba a caer. La puerta debía de llevar cerrada miles de años y aun así la poderosa técnica de Uzumaki había permanecido intacta. La tierra paró de temblar. Todo parecía estar en su sitio, pero aquel estruendo provocado por el terremoto había hecho aparecer un orificio en el interior de la montaña; orificio del que comenzaron a salir dos gigantescas aves de hierro. Se fueron desenroscando para mostrarse ante la persona que las había invocado. Yuna sentía cómo su chackra se iba drenando.

Las serpientes eran dos enormes monstruos de gigantes proporciones y de plumas metálicas relucientes que reflejaban los rayos de sol. Sin embargo no eran dos animales. Si se observaba con atención podía verse como se trataba de dos monstruos fabricados de hierro y otros metales a los que las técnicas de los hermanos habían mantenido con vida. El aura de Yuna pudo detectar la presencia de dos esencias espirituales. Se trataba de dos espíritus del plano del más allá que habían sido atados para siempre en aquellos monstruosas aves de negro hierro que brillaba a la luz del sol con la fuerza de cien estrellas.

- ¡Abridme la Puerta a la Casa de la Eternidad! ¡Os lo ordeno en nombre de vuestro amo! – Proclamó solemne.- Aceptad este sacrificio voluntario.

Nanaitsumi se acercó hasta ellas. Tan sólo un sacrificio era la respuesta que exigían para poder consentir el paso. Las dos aves se lanzaron a por él. Devoraron su putrefacto y maldito cuerpo. Yuna contempló horrorizada y a la vez desagradada la escena hasta que contentas con su ofrenda se retiraron enroscándose la una con la otra y desaparecieron por dónde habían venido. Mientras, miles de pequeñas aves de hierro, esculpidas en la roca de la puerta se desplazaban de manera siniestra hasta que un sonoro crujido indicó que la puerta se estaba abriendo. En todo momento, la aprendiza de Naruto iba perdiendo sus fuerzas. Su chackra escapaba de ella como un torrente.

Se había sacrificado. Sus restos estaban esparcidos por el suelo donde sólo quedaban huesos, piel, vísceras y sangre. "Puedo escapar" pensó no muy convencida. Sin embargo, estaba agotada. Se acordó de Hikaru: "Nunca rendirme, eso es lo que he aprendido de Naruto-sensei". Ellos siempre atendían a lo que Naruto-sensei decía. Ella se creía mejor por haber recibido de él entrenamiento desde siempre y ahora le faltaba esa determinación para escapar.

La luz entró tras miles de años en un colosal túnel sujetado por altas y soberbias columnas que encogían el alma del respeto que infundían. Aun así, el tiempo y la falta de mantenimiento ya se habían cobrado sus víctimas en las estatuas de los grandes antepasados que habían sido levantadas para protegerles por siempre. Una niebla salía del interior de la montaña. Dentro la oscuridad era profunda.

Tragó saliva. Dio un paso

- Ni lo intentes. Aún no he terminado de exprimir tu poder – le advirtió.
- Pero si tú... ¡estabas muerto! – Miró hacia el lugar donde debía quedar un cadáver y no había nada. En ese preciso instante, uno de los ojos de la máscara se cerró para no volver a abrirse. Nadie había reparado que había otro también cerrado.
- Nada puede matarme... Intenta recordar qué cantaban tus antepasados.
- ¿Qué cantaban?
- Sí, ahora nos adentraremos en un auténtico laberinto. Las trampas son muy peligrosas. No pienso preocuparme por ti. Si escapas y mueres, iré a por Sakura y la obligaré a hacer todo cuanto aún debes hacer tú. Y créeme, ahora que lo ha conseguido sería una perdida que lo perdiera, otra vez – dijo enigmático.

Ninguno había reparado en la presencia de un majestuoso lobo de pelaje gris que lo había visto todo con gran expectación y que ahora corría en pos de su amo para informarle de todo cuanto había sido testigo.


* * *


- ¿Entonces es un no? – Preguntó realmente enfadado Naruto.
- Así es. No cambiaré mi posición. La Orden Palatina seguirá su curso y a finales del mes que viene el ejército de la Paz estará listo – se reafirmó el Señor Feudal.
- ¿Ejército de la Paz? Todo ejército implica la necesidad de una guerra – protestó Shion.
- Comprendo vuestra obsesión con la guerra, Naruto-dono. Los hechos a los que gloriosamente os enfrentasteis contra Akatsuki no encierran gloria para vos, pero si me decís que existe un ejército preparado para atacarnos, no puedo sino ordenar preparar mis defensas.
- Mi señor, – se arrodilló Naruto, desesperado. En cuanto los otros señores feudales hicieran pública la Orden, sería el fin de la Alianza Shinobi – Os imploro que no sigáis adelante, por el bien de nuestra nación y de todo el continente.
- No hay vuelta atrás. Vos mismo lo comprenderéis cuando seamos atacados. Deseo estar solo. Me siento agotado – les invitó cortésmente a que abandonaran el Salón del Trono.

Naruto se levantó y le lanzó una terrible mirada de desaprobación. El Señor Feudal mandó a sus sirvientes que echaran los finos velos aterciopelados para dejarle descansar. Shion se sumó a Naruto. Ambos habían intentado, tras lograr una audiencia con él, que diera marcha atrás. Por más argumentos que le habían dado, la decisión ya había sido tomada.

En cuanto abandonaron la cámara, Naruto golpeó con fuerza una viga de madera dejándole la marca de sus nudillos. Se había reído de él en su cara. Durante años había alabado el sentido de la responsabilidad del Hokage y a su buena relación mientras que orquestaba toda aquella traición. Era una traición, de eso no cabía duda. Tanta era la confianza que le había ocultado algo tan vital como que iba a haber hasta seis ejércitos en aquellas tierras, uno para cada kage y otro para el Señor Feudal de un país y lo peor era que todos habían consentido.

Shion se acercó y con afecto le puso la mano en el hombro.

- Aún no está todo perdido. Invité a una reunión a dignatarios de las naciones extranjeras que presuntamente se nos oponen. Voy a intentar negociar la paz con ellos. Que se queden en el este y nosotros en el oeste como siempre hemos hecho y no interferiremos en sus asuntos.
- Ambos sabemos que no será suficiente mientras que la oscura mano de Shuha mueva los hilos.

La Princesa le miró preocupada. Naruto captó de inmediato esa mirada.

- Sabes algo.
- No – pero sus ojos violáceos le decían que sí, que alguien la vigilaba y espiaba, alguien que trabajaba para el Señor Feudal y que amenazaba su vida.
- Comprendo – y los ojos de él le prometieron que la protegerían pasara lo que pasara.

Ambos eran dos buenos amigos (Naruto también sabía de las emociones que despertaba en ella, sentimientos que no correspondía porque su corazón ya tenía dueña) y desde hacía meses aliados en política.

Una doncella de Shion les sorprendió casi en ese momento y les informó de que Sakura había arribado al Palacio con dos jóvenes gennin. El Hokage y la Princesa se lanzaron una mirada de preocupación. Sakura odiaba la vida palaciega y nada en el mundo le haría acudir a la Capital de no ser por una buena razón.

En cuanto se reunieron con ella, Naruto corrió a abrazarla. La kunoichi le correspondió. Su semblante no mostró alivio, sino todo lo contrario, preocupación:

- ¿Qué hacen ellos dos aquí? – Preguntó extrañado al solo ver a Hikaru y a Sora.
- Tenemos nombre y existimos – le regañó Hikaru, aunque no le hizo caso.
- Naruto, perdóname. Se ha llevado a Yuna-chan a la Casa de la Eternidad.
- Y lo ha hecho para nada – comprendió Naruto horrorizado.- Tengo que salvarla. La he puesto en peligro de manera muy gratuita. ¡¿Cómo has dejado que se la lleve?! – le gritó a Sakura, por primera vez en su vida.
- Ya sabes su facilidad para pasearse entre nuestras filas.- Le intentó tranquilizar - Nadie le reconoció. La protección que impide emplear en ella el Hiraishin la ha protegido. Deben habernos sacado poco menos que media jornada. Estamos a tiempo de impedirlo.

Todos sus miedos se hicieron realidad. Todo cuanto había hecho para proteger a Sakura ahora afectaba a Yuna. Yuna estaba en peligro por su culpa y Hikaru y Sora se pondrían en peligro para intentar salvarla. A medida

- ¡Quédate aquí! ¡Esto es serio, Sakura-chan! ¡No puedo dejarle que llegue hasta lo que busca!
- No lo poseían los otros kages.
- En cuanto sepa que no es así, nos declarará la guerra y enviará a sus huestes a por ello.
- Y eso dará carta de legitimidad al Señor Feudal para hacer pública la Orden Palatina – intervino Shion – Tenéis que impedírselo, pero, ¿dónde está la Casa de la Eternidad?
- Aquí mismo: en el Monte Tayto – explicó Naruto.- Sakura, quédate y protege a Shion, necesita de tu ayuda y servicios.
- Princesa, disculpadme, pero,... NO, Naruto: tú y yo vamos a ir juntos y nada de lo que digas o hagas podrá hacerme cambiar de opinión. Alguien me enseñó que nunca había que rendirse ni desdecirse de lo prometido y yo ya te hice una promesa.

Ella le dio la mano y Naruto la miró sorprendido. Sentía el chackra de Sakura. Era muy distinto a como solía ser siempre, estaba lleno de vida. Naruto se fijó y el diamante de chackra de su frente había cambiado. Unas marcas se dibujaban por todo su cuerpo y en lugar de desaparecer, quedaba un símbolo que emulaba al kanji empleado para designar una palabra: voz.

Él asintió. Le dio la mano y Naruto realizó los sellos pertinentes mientras que liberaba la energía de Kurama y el modo Bijuu. En unos segundos habían desaparecido.

Naruto Hakitori 2 (Las Crónicas del Fénix)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora