Capítulo 42

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Error imperdonable

Como seres humanos estamos conscientes que cometemos errores, que eso es lo que nos hace humanos, pero, hay errores que por más que se intenten solucionar, el daño es irreparable, y aceptarlo a veces cuesta más que el mismo daño ocasionado por el error.

Ese tipo de error lo cometieron ellos.

- Esa mujer fui yo. – habla – Esa fue la razón por la cual estuve en la cárcel.

Lucía miraba incrédula a la pelirroja, esperaba cualquier cosa, pero ¿asesinato?, le parecía increíble que esa mujer noble, tierna, sensible, adaptativa, generosa y amorosa, bajo su percepción, fuera capaz de algo tan atroz.

Abrió la boca con la intención de decir algo, pero no nada salía de su boca, repitió la acción dos veces sin lograr decir nada.

- Fui inculpada injustamente. – continua – yo no cometí ese crimen, la gente a mi alrededor se encargó de dar testimonios falsos, no sé bajo que influencia, tal vez la envidia, el odio, no lo sé, pero todo lo que dijeron el día de mi juicio no fue verdad. – aclara – Yo no fui amante de Nicolás, yo no lo maté.

La joven ojiverde asentía con la cabeza, le creía; conocía a esa mujer y algo en su interior le decía que estaba diciendo la verdad. Dirigió la mirada hacia su hermano que con tan solo ver sus ojos sabía que todo lo que habían dicho los dos adultos había sido verdad, pero había algo que aún no entendía:

¿Qué tiene que ver mi madre en esta ecuación?

- Le creo – se levanta – no hace falta que me explique, ni que reviva todo lo su pasado, yo le creo. – toma sus manos y le regala una sonrisa.

- A veces es necesario escarbar en el pasado para entender el presente. – acaricia su mejilla.

Notó que había algo más, comenzaba a ponerse nerviosa, trataba de no desesperarse, pero no lo estaba consiguiendo.

- No quiero sonar grosera y que no me importa todo esto, pero... ¿qué tiene que ver con mi madre?

Marcia dirigió su mirada hacia Esteban, luego hacia Hugo, suspiró para armarse de valor y responder; al voltear con su hija que la miraba expectante, no pudo evitar que en su garganta se formara un nudo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Temía por la reacción de su hija, ella era la más afectada por su ausencia y estaba consciente de eso.

- Marcia Cisneros, no murió ahogada en altamar... - hace una pausa – tu madre soy yo.

La joven castaña de cabello corto sintió como todo el aire salía de su cuerpo, todo en ella se bloqueó perdiendo el control de todo. Bajo la mirada tratando de entender a la par que ataba cabos.

Su aroma...

Sus ojos...

El sobre...

El amor que su padre sentía hacia ella...

Todo aquello que una vez se preguntó, estaba siendo resuelto, pero más dudas salieron. Levantó la mirada y se puso de pie, comenzó a caminar de un lado a otro poniendo nerviosos a todos.

- Lu... - habló el joven.

- ¿Tú sabias? – se detiene y lo voltea a ver.

- Me acabo de enterar. Por eso pedí que vinieras.

- Entonces ¿Soy su hija? – le pregunta a la ojiverde señalando al moreno.

- Sí, todo se trató de una farsa de Lucrecia.

- Claro...

Se tapó el rostro con las manos, comenzaba a frustrarse porque odiaba no tener definidos sus pensamientos y emociones; llanto, eso fue lo que hizo, todo lo que sentía era posible expresarlo a través de ello.

- Lucía... - trata de acercarse.

- No, no, no. – pone la mano – No te acerques.

Cuando pensaba que su padre no podía decepcionarla más, él le demostraba que no era cierto. Sentía que su pecho iba a explotar por la presión que ejercía la rabia en ella, trataba de controlarse porque tenía muy presente el estado de Marisa o Marcia, pero no lo estaba logrando.

- No entiendo... - respira para evitar llorar, pero falla – No entiendo cómo me hiciste esto... Como nos hiciste esto – se señala a ella y a Hugo – Cómo nos pudiste engañar de esta manera – seca bruscamente sus lágrimas – cuando nos viste miles de veces llorar por nuestra madre muerta – a este punto ya estaba gritando – Y ¿cambiarle la identidad? ¡Ahhhh! – aprieta los puños.

Marcia, Hugo y Esteban la observaban con lágrimas en los ojos, no pronunciaba palabra alguna; entendían el sentir de Lucía y dejaban que lo expresara pues habían sido muchos años bajo sentimientos negativos que la habían estado manejando.

- ¿Por qué?... – dice poco después - ¿Por qué hacer esto?... y tú – voltea con la pelirroja – tú sabías como me sentía, lo mucho que me dolía la ausencia de mi mamá, lo mucho que la necesitaba... - solloza – Dejaste que mi dolor creciera más, y no solo eso, sino que también continuaste mintiéndome a la cara.

Se puso de pie con la intención de acercarse a ella, pero la vio retroceder cada que ella daba un paso. Su rechazo le estrujaba el corazón.

- Tú también me engañaste... - niega con la cabeza – una madre no hace eso.

- Sis... - habla el joven.

- No Hugo, no. – lo interrumpe.

- Si continúe con la mentira, fue porque temía que no creyeran en mi inocencia. Quería tener las pruebas suficientes para demostrarles que no era una asesina.

- Ella está haciendo una investigación... - habla el moreno.

- ¡NO! – interrumpe – No se trata de si es asesina o no, eso no me importa – grita frustrada – La mentira, ese, ese es mi problema. Teníamos derecho de saber la verdad, pero es que... - se pasa las manos por el cabello.

Comenzaba a sentirse asfixiada, necesitaba pensar las cosas, calmarse; estaba dolida, la habían lastimado tanto, que en este momento sentía que podía mandar al carajo todo y a todos, pero no quería arrepentirse después. 

Sin decir más, toma su bolso y se dirige a la salida a paso apresurado, tomando por sorpresa a los tres.

- ¡Lucía! – la llama mientras va tras ella.

- Déjenme. – camina más rápido.

- Lucía, no te vayas así. – pide la pelirroja – escúchame – la alcanza en el portón.

- ¿Qué? – se voltea zafándose de su agarre.

En ese momento una camioneta blanca se para enfrente de ellas, de donde descendieron dos hombres con pasamontañas. Marcia notó que la intención de ellos era tomar a Lucía, por lo que instintivamente la jaló empujándola hacia dentro de la propiedad.

Todo ocurrió en cuestión de segundos, Lucía estaba tirada en el suelo, Esteban y Hugo corrían en dirección a ellas, pero fue demasiado tarde; se la habían llevado.

- ¡MAMÁ! – gritaron ambos jóvenes.

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