Capítulo 28

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Lucía

La pérdida de una madre es una experiencia profundamente dolorosa que puede afectar a cada individuo de manera única; nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad y mortalidad.

No hay una forma correcta de lidiar con esa pérdida. Unos lloran y expresan abiertamente su dolor, mientras que otros pueden reflexionar en silencio o buscar consuelo en actividades significativas; el tiempo, el amor y el apoyo adecuados son gratificantes para encontrar el consuelo y construir o reconstruir una vida significativa, pero ¿qué pasa si no se cuenta con ninguno de estos?

Así creció Lucía; sin una figura materna, carente del amor y la atención de su padre, abrumada bajo las presiones y prejuicios de su tía Lucrecia y la inexperiencia de su tía Inés. Desde chiquita se mostró autosuficiente, maduró antes de tiempo, y perdió mucho de su infancia, eso explica mucho de sus actitudes, sus reacciones, su forma de pensar, sin embargo, a pesar de todo el sufrimiento que ha sentido, se caracterizaba por ser una joven espontanea, llena de energía, noble, terca y testaruda como la mamá e impulsiva como el papá.

7:10 am

- Ay ¡hola! Buenos días – saluda entrando a la cocina.

- Lucía, Buenos días. – saluda la pelirroja.

- Hija – va hacia ella y le da un beso en la cien - ¿Qué haces despierta tan temprano?

Esa muestra de interés afecto fue algo que Lucía muy pocas veces recibía de su padre, y no le desagradaba en lo absoluto. Desde pequeña siempre hizo hasta lo imposible por ser cercana a su padre, ganar un poco de atención, de mimos, y aunque la mayoría de las veces recibía regaños, desplantes o evasivas; aun así, cada que tenía la oportunidad de compartir con él, no la desaprovechaba.

- Bueno, es que quede de desayunar con Marco.

- Marco – bufa.

- Papá... - dice en un tono de advertencia, pero con una sonrisa burlona.

- No me gusta que tengas novio. – dice serio.

- A ti nada de lo que hago te gusta. – dijo sin pensar, estaba tan acostumbrada a discutir con él o provocarlo que ya le salía de manera natural.

- Lucía, no empieces con reclamos. – advierte.

La castaña solo suspiró pesado, mientras que la pelirroja los observaba preparando su café; le dolía ver que no pudieran entablar una conversación tranquila y ver como su hija siempre estaba a la defensiva con su padre.

- ¿Cómo les fue de regreso? – cambia de tema – Mi tía Inés nos contó que se quedaron varados a las a fueras de la ciudad.

- Eh sí, nos fue bien. – responde la abogada – Resulta que la lluvia tumbó un pino que terminó obstruyendo la carretera y bueno, no hubo manera de regresar, por eso nos tuvimos que quedar. – explica.

- Mmm... bueno ya me voy, me esperan – se despide.

- ¿A qué hora regresas? – la detiene.

- No sé, pa. Te aviso. Adiós – se retira.

- Me parece increíble que no puedas tener una conversación tranquila con tu hija sin que se ataquen. – le reprende una vez están solos.

- Que... pero si tiene un carácter explosivo. – se justifica.

- Igual que tú. – cruza los brazos – ¿No te has puesto a pensar en por qué siempre está a la defensiva contigo? Si ella es así es tú culpa, Esteban. – toma su taza y se retira.

El moreno se quedó pensando en las palabras de su esposa, tenía razón, él era el único responsable de las actitudes de sus hijos. Nunca estuvo para ellos, nunca fue capaz de demostrarles su amor, y se arrepentía por eso.

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