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Nina miró a Dean a los ojos, perpleja. Había olvidado el color azul en ellos; fue como haber visto un fantasma en carne propia. Pálida y en silencio, retrocedió unos pasos hasta chocar con la pared.

Dean levantó las manos como acto reflejo, y ella se fijó en el ramo de rosas. Fue ahí que se le retorcieron las entrañas y cayó en cuenta de la realidad; estaba ahí, a solo unos pasos de distancia, después de tanto tiempo... el maldito se había dignado en aparecerse.

Y como si él pudiera leer la mente de Nina, abrió la boca antes que ella lo hiciera.

—Déjame explicarte. —Bajó las manos, sin relajar su postura, y acortó el espacio entre ambos. Nina se echó para atrás a pesar de ya no tener espacio.

—¿Qué haces aquí? ¿cómo fue que te dejaron subir?

Nina dudaba mucho que se hubiera escabullido sin ser visto por nadie de recepción. El edificio estaba en una zona bastante segura de la ciudad, y los guardias del recinto no permitían el paso a nadie que no fuera inquilino o autorizado por este.

Pero entonces recordó que Johnny, el chico de recepción, había mantenido una buena amistad con Dean durante su estancia en el edificio.

—Johnny... —dijo casi en un susurró cuando unió los puntos en su cabeza. Con la respiración ya menos agitada, se dirigió nuevamente a Dean, que yacía ahí en silencio y retraído—, él te dejó pasar, ¿cierto? No puede ser...

El pobre Dean parecía estar a punto de tener un colapso mental. Por un momento se arrepintió de haber ido a buscarla.

—No tuve otra opción, Nina. Has estado ignorando mis mensajes, mis llamadas. —Había un deje de desesperación en su voz—. Por un momento pensé que algo malo te había pasado hasta que Harriet me dijo que no te apetecía saber nada de mí.

En ese momento, Nina se prometió no volver a confiarle algo a Harriet.

—Hubieras considerado escribirme una carta —le dijo y caminó hacia la puerta de su departamento, pasándolo de largo e ignorando su mirada.

Dean respiró el perfumado aire que dejó su figura en el camino y se giró hacia ella. Nina presionó los botones de su cerrojo con euforia, resultando en la clave equivocada. Lo hizo un par de veces más, pero la luz roja permanecía parpadeante.

No recordaba la maldita contraseña del departamento.

—Mierda —masculló. Los oídos le pitaban y sentía una extraña presión en el pecho. El corazón le palpitaba con rapidez en la garganta, obligándola a tragar con dificultad.

Inhala

Exhala

Inhala

Exhala

AGAPE ⭒ CILLIAN M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora