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El aroma a jamón con miel de nogal flotaba por los pasillos hacia la estancia, avivando el apetito de los invitados que ocupaban hasta el más recóndito lugar como asiento

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El aroma a jamón con miel de nogal flotaba por los pasillos hacia la estancia, avivando el apetito de los invitados que ocupaban hasta el más recóndito lugar como asiento.

Tamara iba de un lugar a otro; atendiendo, recibiendo y saludando a quien podía. Todo mientras cargaba al menor de sus hijos, quien -por algún motivo- no quería estar con su padre, a pesar de que este le había ofrecido abrir uno de sus regalos por adelantado.

—¿Quieres un trago? —preguntó Nina cuando su hermana se desplomó a su lado. Asintió con la cabeza y luego cerró los ojos por un momento mientras que Nina le servía un vaso—. Sé que odias que te lo diga, pero-

Tamara levantó una mano para callarla, y le dio un largo trago a su bebida.

—Ni se te ocurra —le dijo—. Desde que mamá me pasó la batuta, ninguna fiesta navideña ha sido un fracaso. Y este año no será la excepción.

Ambas se unieron en una carcajada a la vez que contemplaban el derredor. Al otro lado del living, junto al perchero, se encontraban Miranda y Harold Orwell charlando con uno de los invitados.

—Se ven felices —agregó Nina sin quitar la mirada de sus padres—. Y si eso significa que no seré el blanco de mamá esta noche, me doy por bien servida.

Se llevó la copa a la boca, bebiendo hasta la última gota de su contenido.

—Que no te arruine la noche, Nina. —Tamara le palmeó un hombro para confortarla—. Te ves hermosa hoy, por cierto. Y... te tengo una sorpresa, pero tendrás que esperar un poco más para recibirla.

Nina pasó la siguiente hora preguntándose de qué sorpresa hablaba. A pesar de estar ya acostumbrada a recibir inesperados regalos de su parte, siempre lograba sorprenderla.

Había alrededor de treinta personas esparcidas al interior y en el jardín de la casa; la mayoría de ellos ya familiarizados con la reciente fama de Nina, se abstenían de sacar el tema a flote o de siquiera pedirle una fotografía.

Nina, por su lado, trataba de mantener un bajo perfil durante la noche. Charlaba con una que otra persona, se servía otra copa; jugaba con sus sobrinos, otra copa más; se escabullía a la cocina a hurtar algún bocadillo y regresaba a la estancia. Era un ir y venir hasta que Harold se interpuso en su camino y la llevó -a regañadientes- hasta el porche de la casa.

—No hemos tenido oportunidad para charlar —dijo su padre, encendiendo un cigarrillo a la vez que se sentaba en uno de los reclinables. Miró a su hija por encima de sus anteojos en forma de media luna—. ¿Cómo has estado, saltamontes?

De repente, Nina se sintió como una niña de diez años de nuevo. Su mente viajó a cuando su padre regresaba a casa por las noches y la llamaba desde abajo. Usualmente, llegaba con dos sorpresas: una para Tamara y la otra para ella. Desde golosinas hasta juguetes, cambiando conforme fueron creciendo hasta que, eventualmente, sus intereses se desviaron.

AGAPE ⭒ CILLIAN M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora