Ser padre soltero y recién divorciado le complica el trabajo a Cillian. Los llamados al set de grabación de su nueva película exigen su presencia gran parte de su día. Por lo tanto, al no poder dejar a su pequeño de 6 años en casa, se ve obligado a...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Hola.
Oh.
—¿Dean? —Nina se tocó el pecho cuando su corazón comenzó a latirle desacompasado al escuchar su voz.
Dean Miles había sido su primer amor. El mismo que había conocido una tarde lluviosa de septiembre cinco años atrás, siendo el nuevo inquilino del edificio donde vivía. El primer chico que la hizo creer que los cuentos de princesas se pueden hacer realidad.
Recién egresado de la maestría en derecho fiscal, Dean había elegido el estado de Washington para ejercer sus primeros años de profesión en la universidad de Seattle como maestro. Proveniente de padres adinerados y una fuerte legacía familiar, Dean se abrió camino en la vida laboral por si solo. Habiendo rechazado la oferta de sus padres (posicionarlo dentro de un importante bufete de abogados), descubrió una pasión -innata- por la docencia.
Seis meses habían bastado para que Nina se enamorara por completo de él. Su belleza era algo fuera de este mundo; con un rostro sacado de revistas y un cuerpo de ensueño, le fue imposible resistirse. Sin pasar por alto la sencillez y pureza de su alma, que lo posicionaba como la opción número uno de cualquier chica que lo conociese.
Pensando que terminarían teniendo una relación duradera y especial, se dejó llevar por la exquisita amistad entre ambos. Aunque Dean había acaparado gran parte de su corazón -y pensamientos-, para él no era más que una amiga... o hermana.
Nina Orwell fue la primera chica a la que le rompió el corazón en mil pedazos. Le había bastado un año para entender que ella -su vecina de piso- estaba completa y perdidamente enamorada de él. Penosamente, Dean fue incapaz de corresponderle. Y fue así como, una mañana soleada de primavera, se marchó. Habiendo dejado una carta al pie de la puerta de su departamento, abandonó el edificio y cualquier esperanza existente en Nina de formalizar algo con él.
Nina no podía creerlo. No quería creerlo. Había sido tan ilusa y estúpida por creer que alguien como él se enamoraría de alguien como ella.
Dos años le costó superar ese corazón roto para finalmente sanar. Con éxito -y seguridad- podía verlo a los ojos de nuevo sin derramar ni una lagrima. Había aprendido a quererse y valorarse lo suficiente.
Tamara acababa de regresar al auto cuando la vio con la mirada perdida en algún punto muerto del tablero. Tuvo que chasquear los dedos para sacarla del trance en el que se hallaba.
—¿Todo bien? —La cuestionó mientras se abrochaba el cinturón de seguridad. Nina se limitó a asentir y colgó la llamada sin titubear—. ¿Con quién hablabas?
—Número equivocado.
Arrancó el motor y condujo hasta su departamento. Ni la nieve que había comenzado a caer, ni la plática de Tamara sobre la música de la radio le fue suficiente para distraerla de la espiral de sentimientos que la llamada de Dean le había disparado.