Capítulo 21

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Nerea

Habían pasado dos días desde que el Señor del Fuego se había llevado a Zarheo y él no había venido a verme, cosa que me estaba matando de la incertidumbre.

Nerea: ¡¡Oigan Guardias!! -grité mientras golpeaba la puerta de mi habitación- ¡¡Déjenme salir!! Necesito ver a mi hijo.

Seguí gritando por un buen rato hasta que ya no tuve voz, simplemente me deslicé por la puerta y me senté en el piso rendida.

Nerea: Hay mi amor... espero que tu padre pueda ayudarte -dije con mucha tristeza e impotencia.

***

No fue hasta el día siguiente que volví a ver a mi hijo, aunque no fue de la forma que esperaba.

Ya había oscurecido y era la hora de dormir, de nuevo pensé que no lo vería en este día pero no fue así. Tocaron mi puerta pero no fueron los golpes de siempre que son estridentes y estrepitosos sino que fueron unos golpecitos casi imperceptibles y ligeros como si no tuvieran fuerza. Incluso pensé que ni siquiera habían tocado la puerta por lo poco que se escucharon los golpes pero de igual forma me acerqué a ella.

Mi puerta era bastante extraña pues no podía abrirse desde adentro, solo se abría desde afuera.

Acerqué mi oido a la puerta y escuché un par de sollozos débiles, definitivamente era mi hijo, podía sentirlo.

Nerea: ¿Zarheo? ¡¡Zarheo!! Mi amor, abre la puerta por favor -dije preocupada mientras golpeaba la puerta frente a mi.

La puerta se abrió lentamente y pude ver a Zarheo, a mi hijo. De inmediato lo abracé con fuerza como si no lo hubiera visto en años.

Nerea: Mi amor... te extrañe tanto.

Entonces empezó a llorar y pude sentir en su abrazo que sus manos estaban temblando mucho.

Nerea: ¿Qué pasa? ¿Estás bien mi amor? -pregunté mientras tomaba sus manos.

Las sentí de inmediato y lo noté, estaban muy lastimadas y hasta quemadas.

Nerea: ¿Pero cómo? Si tu eres un maestro fuego... no debería quemarte tanto.

Zarheo: Mami... no quiero estar aquí, no quiero estar con ese horrible hombre -dijo lanzándose a mi a llorar.

No entendía que estaba pasando, muchas cosas se me pasaron por la mente pero cuando dijo "ese horrible hombre" supe que hablaba del Señor del Fuego.

Supuse que quizá Zarheo no quería recordar todo eso y contarlo sería muy duro para él así que lo cargué en mis brazos con todas mis fuerzas y salí de mi habitación. Por alguna extraña razón no había guardias cerca y aproveché para caminar por el pasillo hasta uno de los patios donde había un estanque de agua, no era el de los patos tortuga sino otro más escondido en otro patio para que nadie nos viera.

Cuando llegamos dejé a Zarheo en el pasto y yo me acerqué al estanque para usar mis poderes y tomar un poco de agua, la puse envolviendo sus manitas de forma delicada y luego forcé un poco más mi cuerpo para usar mis poderes sanadores y curarlas.

Podía notar que sus manos estaban realmente lastimadas porque incluso en el proceso de sanarlas Zarheo hacía muecas y sus manos daban brinquitos. En un intento de calmarlo comencé a tararear la canción de cuna que le cantaba todo el tiempo cuando era más pequeño, aquella canción que a mi también me recordaba a mi hogar pues la aprendí ahí.

Poco a poco se fue calmando y sentí que sus manos estaban mejorando, ya no temblaban y su respiración se estaba normalizando. Supuse que entonces sería un buen momento para preguntarle que era lo que había pasado pero ni siquiera tuve que hacerlo porque Zarheo me lo dijo primero.

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