Dos: Un Hombro Para Llorar

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Fiorella


Paso la aguja por la piel de mi muslo, mientras hago todo el esfuerzo de no gritar desde el fondo de mi garganta. Tengo que aguantar las inmensas ganas de vomitar al ver mi piel cerrarse cada que el hilo la va uniendo.

Esta vez mi padre se ha pasado de la raya.

Hoy es una de las noches en las que vuelve del bar donde se gasta la mayoría del dinero. Vuelve ahogado en alcohol, gritando y maldiciendo a la vida por haberlo dejado así. Se queda un rato tendido en el sofá y me grita que le dé más cerveza. Después se pasa otro rato más viendo televisión hasta que se harta y sube a su habitación para quedar inconsciente en cuanto toca la almohada. Incontables han sido las veces en las que he tenido que subir para voltearlo y ponerlo de orilla a la cama para que no se vaya a ahogar con su vómito. Él puede destrozarme la vida, y aun así yo estoy ahí para cuidar la suya.

Pero esta noche todo ha cambiado. No regresó tambaleándose ni balbuceando. Llegó tomado, pero lo suficiente consciente como para tomarme del brazo y empujarme con tanta fuerza que trastabillé y me fui hacia atrás. Mi pierna alcanzó a pegar con una de las mesas situadas a los lados del sofá. La lámpara que estaba sobre ella se cayó hacia el suelo y se hizo añicos. Por suerte no me corté con ella, pero la gran abertura que había a lo largo de mi muslo no me dejó salir ilesa. Mientras me arrastraba por el suelo, tratando de detener el sangrado abundante, mi padre comenzó a lanzar objetos por los aires y vociferar improperios. No sabía a qué se refería, pero repetía una y mil veces «Todo se fue a la mierda».

Mi cabeza logró unir los cabos y llegué a la conclusión de que había perdido alguna partida de cartas y ahora le debe dinero a alguien. Lo que significa que puede que estemos en problemas, y muy graves. Solo espero que no llegue nadie tirando la puerta queriéndose cobrar lo que mi padre debe. Él no tiene dinero, pero tiene dos hijas, y eso siempre es una opción.

Aunque en realidad, solo tenga una, y sé muy bien cómo terminará todo.

No le dije nada. No me moví. Permanecí en el suelo y esperé a que se fuera o me agarrara a golpes. Afortunadamente, la opción uno fue la elegida. Como si fuera solo un mueble más, mi padre pasó a mi lado sin importarle que estuviera en el suelo con una pierna sangrando. Simplemente subió por las escaleras y cerró con un portazo la puerta de su habitación.

Ahora estoy tratando de una manera desastrosa el poder curarme la pierna. Ni siquiera sé si lo estoy haciendo bien, solo sigo los pasos que recuerdo haber leído en un libro de primeros auxilios que encontré en la biblioteca de la escuela. Intento apañármelas con lo que tengo. Con una aguja que he rescatado de la caja de costura que mamá usaba. Me he acabado la mitad de la botella de alcohol y los pedazos de algodón que tenía se han terminado.

Lágrimas escapan de mis ojos sin que pueda detenerlas. Mi pierna arde como el infierno y mi labio duele de lo mucho que lo estoy mordiendo para no gritar. Si despierto a mi padre entonces vendrá y me dará verdaderas razones para llorar. No me preocupo por Pía, ella no ha vuelto a casa desde que salió en la mañana. Aunque no hubiera hecho mucha diferencia. He llegado a pensar que, si yo muero, por lo único que se preocuparía es por escoger el atuendo perfecto para mi funeral, si es que me llegan a hacer uno.

Intento ponerme de pie, sosteniéndome del lavabo del baño. Una mueca de dolor me cruza el rostro. No puedo mover bien la pierna, y al intentar caminar cojeo un poco. Puedo apoyarme con la derecha cuando tenga que estar parada, pero al momento de caminar empezará la verdadera tortura.

Amelie va a notarlo y se pondrá furiosa. Para nada está de acuerdo en que siga viviendo con mi familia. Me ha repetido hasta el cansancio que debo alertar a las autoridades sobre lo que me han estado haciendo los últimos tres años, pero yo no puedo hacer eso. No tendría nada sin ellos. Sé que debería mantener otro tipo de postura, tenerles rencor por lo que me han hecho pasar y alejarme de ellos lo más pronto posible. Parte de mí quiere hacerlo. Quiero tomar mis cosas e irme sin mirar atrás. Pero hay otra parte de mí que me mantiene unida. Me tiene dividida en dos sentimientos. La culpa y la esperanza.

Massimo "Secretos Y Oscuridad". (Familia Peligrosa I) // NUEVA VERSIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora