Sei: Desastre Tras Desastre

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Lunes 22 de octubre de 2018

Fiorella


Si pensaba que las cosas no podían empeorar, es porque las estaba subestimando.

Coloco una última capa de base a mi mejilla para intentar cubrir el golpe que mi padre ha dejado sobre ella. Mi cuerpo se estremece al recordar lo sucedido.

Después de darme una larga ducha, me puse mi pijama y me fui a acostar. Mi cuerpo dolía horrores, y apenas podía mantenerme de pie. Después de que me senté en la cama, no me di cuenta del momento en el que me quedé dormida. Lo que me despertó fue un tirón en el cabello, que para cuando abrí los ojos, mi padre me estaba arrastrando por el suelo de mi habitación hasta que me dejó contra la pared al lado de la ventana. Él no sabía de los planes de Pía, pero ella se había encargado de contarle una historia.

El primer golpe en el rostro fue acompañado de un reclamo por haber salido de la casa sin permiso. El puñetazo en mi estómago fue por no tener algo de comer para él más que sobras de pizza. Lo peor, fue el reclamo de ser una puta que se había ido con el primer hombre que se le cruzó en frente.

—Marissa fue muy blanda contigo, debió dejar que yo te educara bien —espeta con veneno en su voz. Mi rostro está contra la ventana, por lo que solo soy capaz de escuchar cómo se desabrocha el cinturón de su pantalón. El corazón me late con rapidez, pero para cuando quiero hacer algo, él da el primer azote contra mí. El cuero deja ardor en mi piel, justo en mi espalda. Muerdo mi labio con fuerza, si grito será peor —. Sabía que no faltaba mucho para que te convirtieras en esto, zorra regalada. Pero ya te quitaré las ganas de querer andar de resbalosa.

No sé cuántos latigazos fueron. Perdí la cuenta después de doce, justo antes de perder la consciencia. Ya no sentía la espalda, mis extremidades dolían y el vómito que retenía en mi garganta estaba a nada de ahogarme. Lo peor fue cuando desperté. Mi padre debió haber salido de casa porque el grito que solté al intentar levantarme fue lo suficientemente fuerte como para que él fuera hasta mi habitación y me callara. Cuando alcé el rostro me di cuenta de que había amanecido de nuevo. Pasé todo un día dormida por el dolor, pero lo que más me desconcertó fue darme cuenta de que ni mi padre ni Pía intentaron despertarme para que les preparara de comer. O me vieron tan mal como para ponerme de pie, o pensaron que estaba muerta.

Tuve que faltar una semana a la escuela mientras esperaba a que la espalda sanara lo suficiente para poder estar de pie. No sé qué tanto fue lo que me golpeó mi padre, solo sé que, durante dos días, las piernas no soportaban mi peso, llevándome al suelo en un dos por tres. Tenía que hacer de comer inclinada sobre la barra o terminaría estrellándome contra la estufa.

Lloré hasta que me quedé seca. Hasta que mis ojos ardieron, y la cabeza estuvo a punto de estallarme. Lloré de dolor, de tristeza. De impotencia. Porque ya estaba harta de todo. Harta de mi vida y de lo que se había convertido. Porque yo ya no quería seguir así, esperando a que en algún momento mi padre me diera un mal golpe y me asesinara. Por eso pensé en adelantarme.

No me quedaban más de diez pastillas para el dolor. El bote estaba casi vacío y yo solo quería dejar de sentir. No es la primera vez que lo intentaba. solo esperaba que esta vez funcione. De todos modos, no había nadie que fuera a salvarme esta vez. Las pastillas temblaban sobre mi mano mientras las llevaba a mi boca. Me desesperé cuando se me cayeron, y grité de coraje cuando intenté levantarlas, pero un tirón en mi espalda me lo impidió. Terminé en el suelo del baño, llorando y maldiciendo todo. El frío de las baldosas me abrazó y yo me quedé ahí hasta que el dolor en mi pecho se fue.

Los días siguientes solo esperaba que la hinchazón en mi espalda bajara. Desafortunadamente las cicatrices que habían dejado los golpes de mi padre no se quitarían en un buen tiempo, al menos no con la curación tan pobre que había hecho, pero hice lo que pude con lo que me quedaba de medicamentos. Aunque no podía dejar de pensar en que me quedaba un problema más. No sabía si las chicas me habían llamado los primeros días al celular. Pero al tercero, Amelie llamó a mi casa para saber qué es lo que estaba pasando. Intenté hacerme la fuerte, pero antes de que siquiera pudiera pensar qué decirle, un sollozo se me escapó de los labios y no bastó ni veinte minutos para que estuviera frente a mi puerta. Me dejé caer ante ella y me derrumbé sobre sus brazos. Esperó todo el rato que estuve llorando hasta que fui capaz de articular palabra y le pude contar lo que había ocurrido.

Massimo "Secretos Y Oscuridad". (Familia Peligrosa I) // NUEVA VERSIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora