2.5K 106 8
                                    

"La Gran Guerra."

Ruedo de un lado a otro en la cama intentando conciliar el sueño, pero me doy cuenta de que ya será imposible; tengo una sensación de ahogo que me cierra la garganta, el sudor hace que las mantas se adhieran a mi piel y la incomodidad crece con el pasar de los minutos.

No dormí absolutamente nada la noche anterior; el ardor en mis ojos hace que el malestar aumente. Me saco las múltiples mantas de encima y quedo sentada en la cama, observando fijamente el reloj que cuelga de la pared escarlata. Son las seis de la mañana.

Me estiro perezosamente, pensando en que será un día largo, y que daría lo que fuese para que termine lo antes posible. Setenta y cuatro años después, el recuerdo de una gran guerra sigue haciéndose notar en Panem, el país donde vivo.

Luego del surgimiento de una devastadora guerra que desgarró a nuestro país, el Capitolio, nuestro venerado gobierno, creó un espectáculo anual: los Juegos del Hambre. Esta emocionante competencia selecciona a dos jóvenes, un hombre y una mujer, de cada distrito, con edades comprendidas entre los doce y los dieciocho años, para luchar hasta la muerte en un evento transmitido en vivo.

Ser elegido o voluntario para los Juegos del Hambre no es solo una simple oportunidad; es una obligación de honor para elevar el honor de tu distrito. Pero no se trata solo de gloria; se trata de demostrar que puedes enfrentar cualquier cosa que los Juegos te arrojen porque eres fuerte, porque tu gente es fuerte.

Asegurar la victoria en los Juegos demanda una combinación de astucia, destreza física y objetividad inquebrantable. Aunque no hay una recomendación específica de edad para ofrecerse como tributo voluntario, no puedo sacudir la sensación de que aún no estoy del todo lista, independientemente de las tentadoras recompensas.

A pesar de la exigente naturaleza de la rutina de entrenamiento, mi habilidad con los cuchillos me brinda una ventaja importante si decido participar en los Juegos. Sin embargo, mis entrenadores resaltan constantemente mi susceptibilidad a distraerme, lo que representa un riesgo significativo en la arena, lo que me lleva a centrarme en fortalecer mi resistencia mental.

Finalmente me levanto de la cama, y el suelo frío bajo mis pies me hace temblar. Mientras me pongo de pie, enciendo las luces de mi habitación, revelando su acogedor espacio: un pequeño lugar adornado con paredes escarlatas, una ventana que da a la calle principal y cortinas blancas que caen hasta el suelo de parqué. En un rincón descansa mi cama, vestida con sábanas rojas vibrantes, mientras que un armario marrón y un escritorio del mismo color, con una exhibición de cuchillos encima, complementan la sencilla decoración.

Soy del Distrito 2, uno de los distritos más ricos de Panem. Mi casa está en una zona residencial, situada entre el área de fábricas (donde se manufacturan armas) y la academia militar.

Mis padres son funcionarios de seguridad de alto rango dentro del Capitolio. No somos muy cercanos, pero tampoco es que me importe demasiado; la alcaldía se encarga del entrenamiento de los jóvenes para los Juegos del Hambre, pero mis padres cubren los costos de mi preparación especializada, armas y todos los lujos que tengo. Eso compensa su ausencia, supongo; tampoco fui muy cercana a mis hermanos, porque teníamos una gran diferencia de edad. Desafortunadamente, ambos participaron en los Juegos y encontraron su fin allí.

Maximus, que era trece años mayor que yo, participó en la competencia unos meses después de cumplir los diecisiete años. Confiaba ciegamente en sus habilidades y estaba seguro de que nadie podría competir contra él, mucho menos derrotarlo. Sin embargo, duró solo una semana en la arena antes de ser asesinado por un tributo sin ningún tipo de entrenamiento, proveniente del distrito diez.

La Gran Guerra. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora