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Las horas pasaban con la lentitud pesada de un reloj averiado, y el profesor Barcaroli se encontraba nervioso y lleno de incertidumbre. Cada día que pasaba sin una respuesta positiva de Patricia Castro lo colocaba de nervios. La competencia se acercaba, y su alumna prodigiosa parecía cada vez mas decidida de no participar en dicha competencia. Las clases avanzaban, pero Patito, como la llamaban cariñosamente, estaba en otro mundo, atrapada entre la realidad de las aulas y las ensoñaciones que tejía su mente.

El timbre sonó, liberándola de su ensoñación. Como un robot, Patito recogió sus libros y se dirigió hacia la salida. El mundo a su alrededor brillaba de vida y alegría, haciéndola sentir aún más fuera de lugar. Caminó sin prisa hacia el kiosko del colegio, donde su madre, Carmen, trabajaba incansablemente. Ese día, solo ansiaba regresar a casa y sumergirse en entre las sabanas de su cama.

— ¡Patito! —una voz alegre rompió sus pensamientos.

Se giró para encontrarse con Josefina Beltrán, la chica vibrante que venía acompañada de Tamara y Sol. Las tres irrumpieron en su mundo con entusiasmo, saludándola con sonrisas radiantes. Patito les respondió con una sonrisa amistosa, aunque la pesadez de sus pensamientos no la abandonaba.

— Hola chicas, ¿cómo están?

— Todo marcha de maravilla, ¿y tú? —respondió Sol, la más alta y extrovertida del grupo.

Patito asintió, pero su corazón seguía siendo un hueco. Mientras Josefina la incitaba a participar en la conversacion de manera insistente, la rubia con trenzas se sentía incómoda, como si estuviera fuera de lugar en su propia piel.  Decidió callar su malestar y agradecer el gesto de las chicas. A pesar de la incomodidad, Patricia encontró en la compañía que necesitaba para disipar aquella inseguridad. 

— Patito, esta tarde vamos a hacer una convivencia con los chicos en mi casa, ¿te gustaría unirte? — preguntó Josefina con ojos centelleantes, rebosantes de energía. Patito se tomó unos segundos antes de responder, dubitativa.

— Oh, gracias, Jose, pero no suelo...

— ¡Vamos, Patito! — intervino Tamara con entusiasmo. — Los chicos son agradables, ya los conoces.

— Sí, pero no creo que mi mamá me deje ir. De todos modos, gracias por la invitación.

— ¿Y si hablamos con tu mamá? — insistió Josefina, su tono de voz cargado de urgencia. — Tal vez si le explicamos todo, ella podría decir que sí.

Patito se debatía en su interior. Sabía que su madre era extremadamente protectora, y le costaba imaginar que aceptara una propuesta como esa. Las chicas tiraron de sus manos, apresurándola mientras caminaban hacia el kiosko donde Carmen atendía a un grupo de chicos.

Las chicas se acercaron al kiosko, donde Carmen, la madre de Patito, estaba sirviendo refrescos y snacks a los estudiantes. Una cálida sonrisa se dibujó en el rostro de Carmen cuando vio a su hija en compañía de Josefina, Tamara y Sol.

— ¡Hola, chicas! ¿En qué puedo ayudarlas?

— Hola,  Carmen —las tres saludaron al unísono, mostrando una actitud amigable y respetuosa.

Josefina tomó la palabra con un brillo de entusiasmo en los ojos.

— Carmen, esta tarde planeamos hacer una pequeña reunión en mi casa con los chicos, y nos encantaría que Patito se uniera a nosotros.

Carmen miró a su hija, comprendiendo la lucha interna que ella estaba librando. Sabía que Patito no solía socializar mucho y que su timidez a menudo la mantenía al margen de las actividades con sus compañeros.

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