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Patricia arregló su falda una vez más, tratando de calmar sus propios nervios. El latido acelerado de su corazón resonaba en su pecho, como un tambor que anunciaba su ansiedad. Sus manos, frías y sudorosas, parecían tener vida propia, desobedeciendo cualquier intento de control.

Antonella, impaciente, observaba con gesto de desaprobación mientras Patricia se dedicaba a su ritual de preparación. Con un suspiro exasperado, soltó el cepillo de pelo y se acercó a su amiga.

- ¿Podrías dejar de tocar tu falda? ¡Me estás poniendo histérica! -exclamó Antonella con impaciencia, sus ojos reflejando la urgencia por llegar a tiempo a la escuela.

- Lo siento, es que estoy muy nerviosa. No quiero ir, Antonella... ¿Y si mejor me preparo mentalmente hoy para ir mañana sin falta? -respondió Patricia, con la voz temblorosa y los ojos llenos de preocupación.

Antonella la miró con desaprobación, pero luego dejó escapar un suspiro resignado, comprendiendo la lucha interna de su amiga.

- Estás loca, Patricia. Tienes que aprender a enfrentar tus miedos -dijo Antonella, caminando hacia Patito con paso firme-. Recuerda, mantente erguida, saca pecho y mira al frente.

- Sí, sí... lo recuerdo -murmuró Patricia, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón.

Decidida a ayudar a su amiga a superar sus miedos, Antonella se acercó a Patricia y la ayudó a enderezar la postura. Con un gesto de aliento, ambas se dirigieron hacia la puerta, lista para enfrentar el día que les esperaba en el colegio.

Al llegar a la cocina, Patricia y Antonella se sentaron a desayunar con la madre de Patito, quien las observaba con una sonrisa cálida. Mientras Antonella mantenía una conversación animada con la madre de su amiga, Patricia se movía inquieta en su asiento, incapaz de contener sus nervios.

Notando la impaciencia de Antonella, Patricia se apresuró a terminar su desayuno, pero apenas pudo dar un sorbo al té de hierbas que había servido su madre. Con un suspiro resignado, se levantó de la mesa y se preparó para enfrentar el día que le esperaba en el colegio.

Mientras caminaban por la calle, Patricia luchaba por mantener el ritmo, su mente llena de pensamientos turbulentos y temores que amenazaban con abrumarla. La presión de enfrentarse a otro día en el colegio, donde las miradas curiosas y las expectativas de los demás la acechaban, parecía pesarle como una losa sobre los hombros.

Antonella, sin embargo, no mostraba signos de flaqueza. Con una determinación evidente en cada paso, guiaba a Patricia con firmeza, recordándole que debía enfrentarlos a todos con la cara bien alta, como ella.

-¡Derecha, Patito!

-¡Ya! Sí, sí. Estoy derecha, estoy derecha -murmuró Patricia, notando el gesto de desaprobación de Antonella.

-Solo haz lo que yo hago, ¿sí?

-Entendido.

Al llegar al colegio, el bullicio de estudiantes llenaba el aire, mezclándose con el sonido de los timbres que marcaban el inicio de las clases. Patricia notó cómo las miradas curiosas se posaban en ellas mientras caminaban por el patio, creando una sensación de incomodidad en el ambiente.

Patricia, por décima vez, pensó en salir corriendo hacia su casa, pero Antonella la mantenía sujeta del brazo. Ambas entraron al edificio, Antonella con una radiante sonrisa y Patricia con una mueca de nervios, sus ojos escudriñando el pasillo en busca de alguna señal de alivio.

-¡Patito! -exclamaron algunos compañeros al verlas, y ella observó de reojo a Antonella, quien rodó los ojos ante la atención no deseada.

Ambas se voltearon para ver a Santiago, quien trotaba feliz hacia la rubia, sus mejillas sonrojadas de emoción. Patricia notó cómo su corazón empezaba a latir con fuerza, su nerviosismo aumentando con cada paso que daba Santiago hacia ellas.

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