Capítulo V: El reencuentro.

25 3 3
                                    

—¿Amelia? ¿Eres tú? —tres palabras que lograron paralizarme por completo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Amelia? ¿Eres tú? —tres palabras que lograron paralizarme por completo.

Subí mi vista como si no hubiese estado soñado con este momento los últimos diez años de mi existencia.

Y ahí estaban, esos ojos que vivían en mi cabeza. Eran tan brillantes como los recordaba aunque diferentes al mismo tiempo. Pero el tiempo lo cambia todo, pensé.

—¿Stephen? —no sé cómo esas palabras salieron de mi boca pero él estaba ahí y era de carne y hueso, no era mi imaginación jugándome una mala pasada.

—Nunca creí volver a verte.

Sonrió y nos quedamos callados. Observándonos mutuamente. Su cabello castaño claro con rulos seguía siendo el mismo de siempre. Era más alto (por supuesto que sí, pasaron diez años), tenía un traje gris, sus ojos verdes conectaron con los míos por un segundo. Ambos apartamos la mirada.

—Gracias por las flores —dijo sacándonos de este bucle de miradas infinitas—. Tu nombre no estaba en la tarjeta pero sé que las elegiste tú, hibiscos con un mensaje sincero de vida y de acompañamiento —sonreí cuando lo escuché decir eso.

—¿De verdad te acuerdas de eso?

—Sí y de todo lo que alguna vez me has dicho.

—Lo siento mucho por tu perdida —no podía dejar mis condolencias dentro de mi.

—Gracias —esas palabras salieron en un hilo de voz quebradizo, me hubiese gustado abrazarlo pero no había tanta confianza. O tal vez sí ¿En qué momento pierdes la confianza con alguien?

—Es una noche espectacular ¿No? Se pueden apreciar las estrellas de una manera bellísima —cambié de tema.

Ambos miramos al cielo.

—¿Por qué estás aquí afuera? La fiesta es adentro.

—Quería tomar aire, además tengo mi propia orquesta de grillos y búhos —rio ante mi comentario, Dios, extrañaba esa risa—. ¿Tú qué haces aquí fuera?

—Honestamente estaba cansado de esta fiesta, muchas cosas cambiaron.

—Lo sé.

Un incómodo silencio surgió entre nosotros. Yo no estaba segura de que decir, siempre tengo algo que decir pero en estos momentos nada sonaba adecuado.

—¿Quieres bailar con la orquesta de grillos y búhos? —reí ante el comentario pero al ver su mano extendida hacia mí no dudé en tomarla. Que nuestras manos se agarren entre sí produjo algo dentro de mi que no puedo explicar.

—No sé como se acostumbra a bailar.

—Podemos hacerlo como queramos, no hay nadie aquí fuera.

De pronto comenzamos a dar vueltas agarrados de las manos, bailar, saltar y reír.

Una voz interrumpió nuestro baile.

—Amelia, hija, aquí estabas —era mi madre, de pronto nos despegamos con Stephen—. ¿Stephen? —preguntó con sorpresa.

—Hola señora Johnson, un placer verla de nuevo.

—Estas tan grande, mírate, ya eres un hombre —Stephen rio.

—Gracias por las flores Anna.

—De nada corazón, veo que su amistad nunca termina —comentó mientras nos miraba a los dos. De pronto sentí un gran calor en mi cara e imaginé que se puso roja.

Mamá rio y me dijo que era hora de irnos. Por supuesto invitó a Stephen a comer a nuestra casa algún día.

Nos despedimos prometiendo vernos algún día. Para ser completamente honesta ya no confío en las promesas pero me gustaría, al menos por un segundo, creer en esta.

Volvimos a casa caminando, fue una hermosa noche. Mamá y John hablaban, yo repasaba mis minutos con Stephen en mi cabeza una y otra vez.

Al llegar a mi cuarto fui a la ventana a ver las estrellas.

—Lo volví a ver papá, lo volví a ver —sonreí y me fui a dormir imaginando mil escenarios en dónde nos volvíamos a ver.

En el pueblo.

En las montañas.

En el bosque.

En el río.

Corríamos en los prados.

Agarrados de las manos.

En mi mente no paraba de reproducirse una melodía hermosa que solo me recordaba a él.

Será nuestra melodía, algún día.

❀✿❀

Al otro día me desperté con ganas de pintar un hermoso cuadro, era mi manera de controlar mis emociones y plasmarlas en un pedazo de papel. Sobre todo cuando sentía algo tan intensamente.

Si tengo que decir una verdad sería la siguiente: Siento todo de una manera tan intensa que me hace ser sensible ante el mundo. Pero ¿Acaso no es mejor sentir todo intensamente que no sentir nada en absoluto?

Saqué mis materiales y los llevé al patio de mi casa.

Era una hermosa mañana de domingo, mi madre y padrastro seguían durmiendo. Era muy temprano pero se podían escuchar a los pájaros cantar.

El mundo gritaba "Buenos días" y yo lo hacía con él.

Tomé el lienzo y lo puse en mi atril de madera.

De pronto, como si mis manos tuvieran su propio corazón, comencé a pintar lo que sentía.

Pinté un amanecer en los prados, con un río y un hermoso columpio. Recordando ese mágico lugar que alguna vez conocí.

Los tonos rosados y verdes, junto con lo celeste del río me hicieron sentir bien. Me hacían sentir viva.

—Que hermoso cuadro —la voz de John apareció detrás mío.

—Gracias.

—Tú madre te llama, vamos a desayunar y después puedes seguir. Podemos pintar los tres por la tarde, hoy es mi día libre.

—¿Los tres pintando en la tarde? ¿Hay algo más perfecto que eso?

John rio y entramos juntos a la casa a desayunar.

Nuestra melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora