Capítulo XXVII: El llamado de la luna.

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"Siempre espera lo peor Amelia, así nunca terminarás decepcionada" No recuerdo cuando comencé a repetirme esa frase en mi cabeza, pero en algún punto de mi vida lo hice

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"Siempre espera lo peor Amelia, así nunca terminarás decepcionada" No recuerdo cuando comencé a repetirme esa frase en mi cabeza, pero en algún punto de mi vida lo hice. Es algo ridículo pero cierto.

Olvidé esa frase por completo, comencé a esperar lo mejor de todos, lo mejor de mi misma, pero no estoy segura de sentir decepción. El mundo de los sentimientos sigue siendo algo complicado para mi.

Siento que todos mis sueños, esperanzas e ilusiones se desvanecieron en un segundo ¿Cómo una persona puede ser completamente feliz pero estar excepcionalmente triste al otro segundo? ¿Cuál es la conexión entre ambos sentimientos?

El señor Andrews se veía más furioso que nunca. Para ser honesta jamás se presentaba con una sonrisa, un rostro serio era lo típico en él ¿No tenía emociones o simplemente no sabía cómo expresarlas? Toda la vida me lo pregunté, nunca obtuve respuestas.

Stephen estaba asustado, podía verlo en su rostro, a diferencia de su padre, este expresaba mucho y yo sabía leerlo a la perfección.

Yo estaba congelada, de repente me olvidé de como moverme, respirar y hablar ¿Qué me pasaba?

Comienzo a pensar que la mente tiene un mecanismo de defensa, bloquear momentos traumáticos. No recuerdo mucho de lo que pasó esa tarde.

Pasamos de estar en una burbuja dorada junto al río, a que el señor Andrews nos gritara cosas que prefiero no recordar y de repente, nos encontrábamos en la puerta de mi casa.

John la abrió, imaginé que no se esperaba encontrarnos a los tres detrás de la puerta.

—¡Su hijastra es una cualquiera! ¡¿Cómo se atreve a meterse con un hombre comprometido!? —La cara de John tras las declaraciones de Harry Andrews se puede describir con una palabra: descontento.

—¡No la llames así padre! —Stephen gritó—. ¡Ella no hizo nada malo! Y además yo no estoy comprometido...

La mano del padre contra el rostro del hijo nos dejó conmocionados. La impotencia que me generó esta acción no se puede explicar, quería golpearlo, abrazar a Stephen y no soltarlo jamás, protegerlo del mundo exterior y mantenerlo a salvo como si fuese una delicada rosa.

John gritó por primera vez desde que lo conocí, era algo grave.

Los gritos estallaron, mi madre salió de la casa. Honestamente no sé qué decían. Yo me quedé perdida en mi propio universo.

Escuchaba un ocasional "Esto es una falta de respeto", "No lo puedo creer" o "Cálmese por favor".

Finalmente se fueron, recuerdo la última mirada que le dí a Stephen, nunca vi aquellos ojos tan rotos, tan míseros y sumidos completamente en la pena.

Al entrar a mi casa todo era silencio, mamá me abrazó y besó mi cabeza John se unió al abrazo.

—¿Puedo ir a mi habitación? —pregunté rompiendo la burbuja de silencio.

Mamá asintió, las palabras no eran necesarias.

Llegué, me quité los zapatos y me tiré en la cama. Ni siquiera me quité la ropa.

Tomé una almohada y comencé a llorar mientras me aferraba a ella.

Jamás en mi vida hubiese creído que yo, un ser humano tan peculiar, podría derramar esa cantidad de lágrimas. Pero lo hice, se fueron acumulando poco a poco.

En algún punto se hizo de noche, comencé a creer que mi habitación se convertiría en una laguna, una llena de melancolía. El tipo de aguas en las que los poetas preferirían acabar con sus vidas y sumergirse a la desconocida eternidad.

Llegó cierto momento de la noche en la que la oscuridad me abrazó y decidí observar por la ventana. La luna brillaba en medio de aquel cielo estrellado.

¿Qué la motivaba a estar allí siempre, tan serena, bella y venerable?

Suspiré y me pregunté si él la estaría mirando también. ¿Acaso es esta una conexión de almas tan especial y poderosa que se siente atraída por el llamado de la luna?

En algún momento me quedé dormida, contemplándola a ella.

❀✿❀

La luz del día entró por la ventana y por alguna razón siento que esta es una de esas mañanas en las que quiero que el mundo que conocía el día anterior se esfume para dar paso a uno mejor. Pero esa idea está muy alejada de la realidad; el mundo es trágico, algunos días más, otros menos.

Esa presión que sentía en el pecho no desaparece, sigue ahí, presente y recordándome lo ocurrido.

Me acomodo y vuelvo a mirar por la ventana, la luna le dio paso al sol y una pregunta llega a mi mente ¿Estaré destinada a sentirme así por el resto de mi vida? ¿Siempre tendré que perder a las personas que realmente quiero?

Me gusta mirar la vida de manera positiva, pero hay días en los que simplemente no puedo lograrlo, hoy es uno de esos días.

Los sentimientos. Tan complejos y diversos, llegué a la conclusión de que nadie los entiende realmente, son espontáneos y cada uno los vive de manera diferente.

Comencé a pensar en los libros que leo. Al final de la historia la princesa siempre es rescatada por el príncipe. En mi caso no necesito ser rescatada, necesito rescatarlo. ¿Es mi momento de ser una princesa azul?

Me voy de aquel cuarto y bajo las escaleras corriendo.

—¿Amelia? ¿A dónde vas? —escucho la voz de mi madre pero no me impide abrir la puerta y salir corriendo hacia aquel barrio que solía conocer.

Al llegar a esa casa me detengo, no sabía que iba a decir ni hacer.

Respiro y voy directamente a la puerta a tocarla.

Me abrió una mujer, asumí que era la dama de llaves.

—¿Se encuentra Stephen? —pregunto sin aliento.

—El joven Andrews y su padre partieron hace una hora a la ciudad —me informa y quedo confundida.

—¿A la ciudad? —cuestiono—, ¿Sabe a qué hora vuelve?

—No volverá, el joven fue a hacerse cargo del negocio de su padre, bueno, a trabajar para él. Entre nosotras, ayer llegaron gritando a la casa y hoy se fueron antes del amanecer, algo serio ha pasado —comienzo a tener una respiración irregular tras escuchar las noticias.

¿Se fue? ¿Para siempre?

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