Capítulo I: El regreso.

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Siglo XIX, un pueblo perdido en algún rincón del mundo

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Siglo XIX, un pueblo perdido en algún rincón del mundo.

Volver al pueblo en el que creciste después de diez años es algo difícil y más cuando la razón por la cual te fuiste fue una tragedia. La muerte de un padre en plena batalla califica como tal.

Claro que recuerdo aquel pueblo, era mi lugar favorito en la tierra. Pero la mente de un niño ve el mundo de una manera única, por lo cual, temo que mis recuerdos estén alejados de la realidad.

Si cierro los ojos y me concentro puedo llegar a ver aquel río, el columpio, oler la fresca brisa de las mañanas e incluso puedo correr por los prados. Solía hacer eso cuando vivía en la ciudad ¿Cómo es que la gente vive con las calles repletas, caballos con carruajes andando por doquier y el humo de las fábricas? A mi no me gustaba porque, en mi opinión, no hay nada más hermoso que vivir con un frondoso bosque detrás. Vivir rodeada de verde me gustaba porque ese color me daba vida.

—Ya casi llegamos, nos quedan un par de kilómetros —la voz de John, mi padrastro, me sacó del trance en el que estaba.

—¿Otra vez sumergida en tu mente Amelia? —preguntó mi madre al verme un poco alejada de este mundo.

—Mi mente me tenía sumida en los recuerdos de aquel pueblo.

—Más vale que salgas de esas aguas y te concentres en la realidad, ya estamos cerca del pueblo —comunicó John con una sonrisa—. Empezaremos una nueva etapa de nuestras vidas, los tres juntos.

Yo sonreí, mi madre y John se conocieron hace ya siete años. Al principio no me agrado la noticia ¿Tan rápido había superado la muerte de mi padre? Pero después me explicó que nunca amaría a nadie como lo hizo con mi padre, pero que John le daba algún tipo de sentido a su vida. Me pregunté cómo se sentiría eso, tener una persona que le dé sentido a tu vida.

Fue una gran sorpresa que para su aniversario de bodas le regalara a mamá una casa en aquel pueblo. A mi me emocionó demasiado.

No es la misma casa que teníamos antes, es más pequeña y está en otra parte del pueblo. Pero no me importa, honestamente no podría habitar el hogar en el que crecí con mi padre sin él.

Tal vez él era un pilar en mi vida y al irse dejó un vacío inexplicable para una niña de siete años. Honestamente sigo sin entender ese sentimiento. El mundo de los sentimientos es algo complicado, un mundo aparte en el que suelo examinar todo con una gran lupa aunque no encuentre resultados.

Miré a mi madre y a John. Solo hablaban mientras miraban por las ventanas del carruaje. ¿Cómo unas simples miradas pueden expresar tanto? Mamá encontró a su príncipe azul, una vez más.

—Las palabras correctas para expresar mis sentimientos no existen. Supongo que así son las emociones, confusas —hablé con una sonrisa.

—Las mías son felicidad plena. Por estar aquí con mi hija y con mi esposo.

Los tres sonreímos. Se siente bien ser una familia, John se incorporó muy bien a nosotras, todo parecía encajar a la perfección.

Después de tanta espera habíamos llegado. Bajé del carruaje muy rápido quedándome quieta para admirar la casa en la que viviríamos por el resto de nuestras existencias, o al menos eso creía.

Pequeña, dos pisos, una chimenea, un porche y un bosque verde que se extendía detrás de esta.

—¿Qué les parece? —preguntó John señalando la casa.

—Es perfecta —exclamó mi madre.

—Solo me bastó verla por un segundo para imaginas todas nuestras aventuras dentro de este palacio —comenté miestras admiraba la casa, pasé semanas imaginándomela, pero la realidad le ganó a mi imaginación.

—Amelia, no es un palacio —dijo John entre risas—. Pero me alegra que les haya gustado, sabía que la amarían tanto como yo.

—¿Entramos?

—Entremos.

Apenas escuché las palabras de mi madre comencé a correr en dirección a nuestro nuevo hogar.

Por dentro era más bella, o tal vez yo tenía la costumbre de ver belleza en todo lo que se cruzaba en mi camino.

Una sala pequeña, una cocina, un comedor. Subí las escaleras para encontrar dos habitaciones y un baño. Esto era perfecto.

—¡Amelia, ven a buscar tu equipaje! —el grito de mi madre me sacó de mi burbuja. Enseguida bajé las escaleras para buscar mis cosas.

No tenía muchas pertenencias, algunos vestidos, libros, pinturas y mi pertenencia más preciada, una figura de caballo tallada con madera, me la había regalado mi padre. No recuerdo muy bien cuándo ni porqué, pero eso no importaba.

Mamá y John se quedaron con la habitación más grande y yo con la pequeña. La cual me parecía perfecta, tenía una hermosa vista a un árbol de cerezos y al gallinero.

Acomodé mis vestidos en el closet, mis libros los desparramé por toda la habitación, mis pinturas en el escritorio y por último, la figura del caballo en mi mesa de luz junto a un par de velas.

—Ya se siente como mi hogar —dije mientras daba un respiro y admiraba el cuarto que me rodeaba—. Aunque le falta un poco de color, tal vez pinte flores en las paredes.

—¡Amelia, ven a ayudarme con la cena!

Bajé las escaleras corriendo hasta la cocina. Mi madre lavaba un par de vegetales que trajimos de nuestra antigua casa.

—¿En que ayudo?— pregunte al ver que John revolvía el contenido de una olla.

—Pon la mesa.

Después de poner la mesa, la cena ya estaba lista así que los tres nos sentamos a comer un delicioso estofado de verduras.

—¿Mañana puedo ir a explorar el pueblo?

—Por supuesto, en la mañana iré a comprar víveres, tú puedes explorar, solo en los alrededores, no vienes a este pueblo desde hace años Amelia —me advirtió mi madre.

—Por supuesto que no me perderé, las raíces de este hermoso pueblo corren por mis venas.

—Anna tiene razón, podrías perderte. Me encantaría acompañarlas pero debo trabajar, tal vez el fin de semana podríamos ir a almorzar al bosque —declaró John.

—¿Lo prometes?

—¿Alguna vez dije algo que no cumplí?

—No, confío plenamente en ti, John Brown.

Ambos reímos.

Después de cenar ayudé a lavar los platos. Me excusé y subí a mi cama. Estaba exhausta, viajar por horas es agotador.

Me metí en mi cama y antes de cerrar los ojos mi vista se centró en aquel pedazo de madera.

—Un nuevo capítulo de mi vida acaba de empezar papá.

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