Capítulo IX: Almas artistas.

20 3 0
                                    

Unos días después me dirigí a la tienda de antigüedades, hace bastante tiempo no iba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Unos días después me dirigí a la tienda de antigüedades, hace bastante tiempo no iba.

Al caminar por el pueblo pude admirar como los árboles verdes iban tomando hermosos colores cálidos.

¿No es hermoso el cambio de estación?

—Bienvenidos a la tienda de antigüedades —escuché a Arturo hablar cuando entré—. Oh, Amelia ¿Cómo has estado?

—Bien, he venido a verlo, hace mucho no tomamos el té.

—Bueno, la hora del té es por la tarde y ahora son las diez de la mañana, pero podemos tomar un té —sonreí mientras me invitaba a pasar.

Me sirvió una taza de té y nos sentamos en el mostrador para poder beber mientras hablábamos.

—¿Cómo has estado? La última vez que te vi te noté triste.

—Estuve bien, incluso hice un amigo ¿Conoces a Thomas Jones? Tiene alma de artista, como yo.

—Si, conozco a los Jones, una familia pobre pero buena. Han venido a vender posesiones.

Le conté la historia de cómo conocí a Thomas, luego sobre la cena con el señor Andrews.

—No sabía que se conocían.

—Si, verás, el señor Andrews y mi padre eran mejores amigos de la infancia. Ir a la casa de los Andrews era mi parte favorita del día cuando era niña, acostumbrábamos a ir todos los domingos. Como Stephen y yo tenemos la misma edad, nos volvimos mejores amigos. Pero cuando mi padre falleció y nos fuimos del pueblo perdimos toda comunicación.

—Que trágico, deberían volver a hablar. Como dice el viejo refrán, donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos —reí ante esa refrán, ese tipo de cosas me causaban risa. Arturo siempre usaba refranes como metáforas.

—Planeábamos ir al arroyo, ese era nuestro lugar favorito cuando éramos niños.

—¡Me alegro! Cambiando de tema, nunca me dijiste que te pareció trabajar aquí.

—Oh, bueno, a pesar de la poca clientela lo disfruté.

—Estaba pensando, como soy viejo.

Lo interrumpí. —¿Viejo? ¿No había nacido ayer? —respondí con sarcasmo, él se rió.

—Ahora lo acepto, no nací ayer, soy un hombre viejo. Me preguntaba si te gustaría ayudar en la tienda, trabajar. Podrías ocupar el turno de las mañanas. Si te parece bien, es una oferta sin presiones —salté de mi silla y lo abracé.

—¡Es la mejor propuesta que he recibido en mis diecisiete años!

—Me alegra, obviamente te pagaré, como en cualquier trabajo. Pero pídele permiso a tus padres, no quiero meterte en un lío.

—Prometo que pediré permiso —dije con una mano en el corazón.

Después de un rato me fui a mi casa, debía almorzar para después ir a la casa de Thomas.

Nuestra melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora