Amor a escondidas

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El azabache conducía su vehículo directo a su trabajo, ya acabaron las vacaciones para todos. Así que todo el mundo volvía a su trabajo.


Una vez que llego fue directo donde su mejor amigo Silver, ambos tenían su oficina propia cada uno, siendo la de Silver la que estaba más cerca de la salida, mientras que la de Shadow estaba al final del pasillo.

Se vieron en la entrada del lugar y el azabache se acercó para darle una palmada en el hombro.

—Buenos días Silver. —sonrió ligero.

—Hola Shadow. —devolvió la sonrisa.

—Dime, algo ¿que ocurrió esta semana? No sé, adoptaste un gato, robaste un banco, pateado a un bebé y gritaste ¡Gol!

El plateado solo rió leve ante lo que su amigo se menciono.

—No, no robe ningún banco, pero... si tuve unas bellas vacaciones con mi esposo. —mencionó feliz al recordar aquellos momentos.

—¿A donde fueron esta vez?

—Pues, ¿recuerdas ese lugar que te mencione?

—¿Te refieres a ese lugar que parece tener un espejo enorme en el suelo?

—Si, su nombre es Salar de Uyuni por cierto. Lo llevé allí y fue estupendo. —se encontraba feliz al contarle sus vacaciones. —¿Sabías que tiene un hotel hecho de sal?

—No, pero ahora que lo dices, talvez la próxima vez vaya.

—Si, fue fantástico.

—¡Wow! Se nota que lo pasaron muy bien. —sonrió de una forma coqueta al plateado.

—Si. —sonrojado. —En fin, ¿tu que hiciste? No me digas que seguiste encerrado en tu departamento.

—Tú si sabes mi amigo.

—Shadow por favor. —exclamo. —Mírate eres un adulto, ¿no crees que deberías conocer a alguien?

El azabache río solamente.

—No gracias, no soy muy de "salir".

—Aun así deberías conocer a alguien, ¿acaso quieres morir solo?

—No es eso, solo que no encuentro a ese alguien.

—Entiendo, pero creo que lo conocerás si salieras.

Ambos rieron.

—En fin, debo ir a mi oficina, nos vemos después.

—Esta bien Silver.

Se despidieron y cada quien fue por su parte. Shadow entro a su oficina y empezó a realizar su trabajo.

Pero no se percato de que alguien más  estaba allí con él.

—Hola Shadow. —seduciendo se acercó al azabache por detrás.

El azabache sonrió leve al reconocer aquella voz, pero seguía sin apartar la mirada de sus documentos.

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