CAPÍTULO 1

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Cuando visité los calabazos al segundo día hubo un cambio muy notorio, pues lo primero que escuché al llegar fue. 

"Vete." 

Sin embargo no importaba qué dijera, pronto se dio cuenta de que no me iría y guardó silencio en lo que llegaba la noche. 

Una vez mas terminé hablando sola, pero ya no se sentía tan solitario como antes.

¿Qué es lo que estaba buscando? 

¿Porqué seguía ahí a pesar de no ser bien recibida? 

Poco después recordé las palabras de Lucia. 

"...No te culpo, es difícil escoger a quien querer." 

Las palabras que escuché mientras lloraba se repetían una y otra vez en mi mente. 

Para cuando me di cuenta la persona tras las rejas no dejaba de verme.

La vergüenza se apoderó de mí por lo que evité verlo a la cara.  

"Esta vez conseguí traer una cobija." 

Sin esperar ninguna respuesta escapé del lugar hasta el día siguiente donde el ambiente era sumamente incómodo. 

"..." 

"Creo que me he quedado sin dinero." 

Admití con tristeza. 

"Será difícil venir si no le entregó un soborno al guardia de la entrada." 

Aún con el apoyo de Lucia, era difícil seguir pidiendo dinero. 

'¿No estas curioso por saber como es que llegué a este punto?'

Fui capaz de llamar su atención por unos minutos. 

'Hice un trueque.' 

"Debo irme, esta noche será larga."

Al tercer día el imperio fue un escandalo tras la muerte del vizconde Agnes, la nobleza entró en pánico y reclamó al Emperador que les brinde protección, sin embargo éste nunca respondió. 

"Qué es esto."

El guardia no se veía muy contento con las joyas que ofrecí. 

"Vale mucho mas que el oro ¿No lo quieres?" 

Amenacé con quitárselo, pero al final el hombre se negó al escuchar lo último. 

"Solo un día no será suficiente." 

"..."

Podía ver la duda en aceptar el trato. 

"Que sean dos-"

"Tres."

"¿Piensas que te haré caso?" 

El enojo del hombre se mostró en cuanto presionó mi cuello con su arma. 

"De no ser por mí no hubieras entrado." 

"..."

La fuerza con la que presionaba mi cabeza entre sus manos hizo que la peluca cayera al piso. 

 "...!"

La expresión de enojo pasó a una de asombro y al final a una de miedo. 

"Fingirás que no me viste aquí ¿Entendido?" 

(...)

Aquel día no fue distinto de otro. 

Aún nos manteníamos en silencio mientras esperábamos a que llegue la noche. 

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