Capitulo 5

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"Las personas que no pueden hacer nada

 son realmente dignas de ser llamadas desperdicios".

Gulf apenas podía procesar lo que acababa de suceder

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Gulf apenas podía procesar lo que acababa de suceder. Sus piernas se sentían débiles mientras los guardias lo conducían por los largos pasillos del castillo. El resplandor azul del zafiro en el anillo aún brillaba en su mente, como una pesadilla de la que no podía despertar.

Los murmullos de los sirvientes y cortesanos se apagaban a su paso, todos con los ojos fijos en él. Sabían lo que el resplandor del anillo significaba, y aunque nadie se atrevía a hablar, Gulf sentía el peso de sus miradas como si fueran cuchillas.

Finalmente, los guardias lo llevaron a una habitación lujosa, pero cerrada y solitaria. Las paredes estaban adornadas con tapices ricos, y una cama grande ocupaba el centro de la estancia. Cuando las puertas se cerraron tras él, Gulf cayó de rodillas, la realidad cayendo sobre él con toda su fuerza. No había escapatoria. No había forma de deshacer lo que el anillo había decretado.

—¿Cómo mierda pasó esto? —murmuró para sí mismo, sintiendo una mezcla de rabia y desesperación.

Mientras se sumergía en sus pensamientos, la puerta se abrió nuevamente, revelando a uno de los consejeros reales que estaba presente cuando le probaron el anillo. Era un hombre alfa de avanzada edad, con ojos astutos y una expresión seria. Su rostro era inexpresivo, pero había algo en su mirada que denotaba una profunda comprensión de la situación.

—Gulf, ¿cierto? —preguntó el consejero, observándolo con atención. Cuando Gulf asintió, el hombre continuó—. Es un gran honor que el anillo te haya elegido, pero también una gran responsabilidad. El Príncipe Mew será informado pronto, y deberás estar preparado para lo que venga.

Gulf lo miró con coraje, el fuego en su interior encendiéndose de nuevo. —Yo no estoy dispuesto a dejar mi libertad, ni siquiera soy de Haewn. No me jodas con eso de "gran honor".

El consejero lo miró con una mezcla de compasión y seriedad. —No siempre se elige el destino que deseamos, pero a veces, es el destino el que nos elige. Debes estar listo, Gulf. El futuro de Haewn ahora está entrelazado con el tuyo.

Gulf sintió un nudo en el estómago, pero no dejó que la ansiedad lo dominara. —¿Y qué si me niego? —replicó desafiante—. No soy un puto títere para que me manejen como les dé la gana.

El consejero lo observó en silencio durante unos momentos, midiendo cada palabra antes de hablar. —No te equivoques, muchacho. Tienes más poder en esta situación de lo que crees. Pero también debes entender que este poder conlleva un precio. Si decides luchar contra esto, será una batalla difícil y solitaria.

Con esas palabras, el consejero dejó la habitación, dejándolo nuevamente solo. Gulf se dejó caer sobre la cama de seda, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros. ¿Cómo iba a enfrentarse a Mew, su ahora al parecer pareja? No sabía si era bueno o no, ni a la corte, ni a todo lo que se esperaba de él. Pero una cosa estaba clara: no iba a dejar que nadie, ni siquiera un maldito anillo, dictara su destino.

Sus pensamientos vagaron hacia su madre adoptiva, Nongnuch, recordando sus enseñanzas y la fortaleza que ella le había inculcado. Con un suspiro, se levantó de la cama, su determinación creciendo. No, no se dejaría vencer. Si había algo que había aprendido de su vida como un Omega disfrazado de Beta, era a luchar por su lugar en el mundo, sin importar las adversidades.

—Bien, Haewn. Prepárate, porque no seré la Omega dócil que esperan —susurró para sí mismo, mirando hacia la puerta como si fuera una promesa silenciosa.

 Prepárate, porque no seré la Omega dócil que esperan —susurró para sí mismo, mirando hacia la puerta como si fuera una promesa silenciosa

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