Capitulo 16

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"Sentía que se dirigía hacia su propia sentencia,

 como un prisionero que conoce bien su destino."

La música sonaba suavemente, envolviendo el gran salón en una atmósfera de emoción y elegancia

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La música sonaba suavemente, envolviendo el gran salón en una atmósfera de emoción y elegancia. Los nobles llegaban en grupos, luciendo trajes opulentos y joyas que brillaban a la luz de las velas. Cada uno traía consigo regalos elaborados, desde finas piezas de joyería hasta costosos objetos decorativos, todo destinado a demostrar su favor ante la realeza. Las risas y los murmullos de la nobleza llenaban el aire, creando un bullicio animado que contrastaba con la opulencia del lugar.

De repente, un silencio reverente llenó la sala cuando el Rey y la Reina hicieron su entrada. La majestuosidad de su presencia hizo que todos se inclinaran en señal de respeto. Se acomodaron en sus tronos, sus miradas fijas en el altar, donde pronto se llevaría a cabo la ceremonia. La Reina, con un vestido de seda dorada que caía con gracia, sonrió a los presentes, mientras el Rey, de porte imponente y vestido con una capa de terciopelo negro, levantó la mano para calmar el murmullo.

—Buenas noches —anunció con una voz profunda—, bienvenidos a esta ceremonia de unión. Hoy celebramos la llegada de un nuevo capítulo en nuestra historia, la unión de nuestro querido príncipe Mew con su futuro Omega.

Un murmullo de expectación recorrió la sala, y los nobles intercambiaban miradas, llenos de curiosidad y emoción ante lo que estaba por venir.

Después de unos momentos de tensión, el Rey continuó:

—Es un honor presentarles a nuestro hijo, el príncipe Mew.

Las puertas del salón se abrieron de par en par, y el príncipe Mew hizo su entrada. La música se detuvo y los nobles se pusieron de pie, admirando la figura del príncipe que avanzaba con elegancia por el pasillo. Mew llevaba un saco negro adornado con hilos de oro y plata, que caía con gracia sobre su figura atlética. Un cinturón de cuero negro ceñía su cintura, y a su costado colgaba una espada, cuyo pomo brillaba con piedras preciosas. La túnica que llevaba debajo era de un azul profundo, que acentuaba el color de sus ojos, llenos de determinación. Sus pasos eran firmes, resonando con autoridad mientras se dirigía al altar.

Cuando Mew llegó al altar, se volvió hacia los nobles. Los murmullos comenzaron a fluir de nuevo mientras todos esperaban la entrada del Omega. La anticipación llenaba el aire, cada noble preguntándose quién sería el afortunado que ocuparía el lugar junto al príncipe.

El Rey, observando el ambiente, hizo un gesto para que anunciaran la entrada de Gulf. El sirviente acato la orden y con voz clara proclamó:

—¡El prometido del príncipe Mew! ¡El Omega Gulf Kanawut!

Pasaron unos segundos en los que todos miraban expectantes hacia la puerta de la sala, pero nadie ingresaba. El Rey frunció el ceño con molestia, y el murmullo de la sala comenzaba a ser incómodo.

Mientras tanto, en la parte trasera, Gulf estaba sumido en un mar de pánico. Las sirvientas, con miradas de aliento, lo instaban a que entrara, pero él sentía que sus piernas se negaban a responder. La ansiedad lo invadía como una sombra oscura, y en ese momento de parálisis, la imagen de Win, su hermano, se dibujó en su mente, recordándole lo que estaba en juego. Fue esa determinación la que finalmente lo impulsó a actuar. Respiró hondo, sintiendo cómo su pecho se expandía a pesar del temor que lo consumia.

Con una mezcla de miedo y coraje, avanzó hacia la puerta, cada paso resonando en su mente como un eco de su propio destino. Con un ligero temblor en las manos, tomó el picaporte y lo giró. La puerta se abrió lentamente, revelando su figura ante la multitud expectante.

 La puerta se abrió lentamente, revelando su figura ante la multitud expectante

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