Juegos del inconsciente

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Las semanas subsecuentes a la carrera inaugural fueron relativamente normales, Carlos y yo conviviendo más de lo usual, y con dichas interacciones poco convencionales fue que me permití abrir los ojos.

Si durante las vacaciones creí no sentir nada por mi compañero, el tenerlo de vuelta en mi cotidianidad me hacía notar que jamás había superado ninguna clase de sentimientos hacia él.

Fue tan solo un periodo de mi vida en el que me permití cegarme ante la inminente realidad y ser brevemente feliz en mi demencia.

Pero si ahora Charlotte me decía "acuérdate que el amor de tu vida está en Europa ahorita" y que sin pensar inmediatamente yo le respondiera "pues sí, es de España, pero no está en Europa, está en la habitación de junto"; hacía que mi panorama cambiara completamente.

Traté de negarlo escudándome en la atracción hacia un tercero, e incluso intenté creer que las emociones confusas que sentía ante su presencia eran solo por desagrado, sin embargo terminé averiguando que ese supuesto odio no era más que mi impotencia diciéndome que aún estoy rendido ante sus pies.

Porque sí, no solamente la aceleración de mi corazón ante sus comentarios indiscretos y la emoción con sus acciones se habían reinstaurado, también volvía este sentimiento de desprecio ante su tranquila y serena presencia mientras mi mente ha vuelto a ser un caos por su culpa.

Siempre siendo una constante montaña rusa de emociones de la cual aún no he logrado desbordar.

La influencia en sobremanera que aún ejerce en mi estado de ánimo es sorprendente, catastrófico probablemente lo catalogaría yo, y cada día, con cada mínima acción, aquel español me hacía más consciente de ello.

Carlos y yo nos encontrábamos de camino a la pista, y en cuanto observé la nueva publicación de Ollie en Instagram, me sentí tentado a mostrársela a mi compañero para estimular cierta reacción en él.

—Ya sé que dije que ya no me gusta, pero es que mira—comenté mientras le pasaba mi teléfono—es guapísimo.

Tomó el celular, observó la fotografía desinteresadamente, como casi todo lo que hace, y me lo devolvió diciendo:

—Ya Charles, supéralo, Ollie es hetero, yo no tanto.—dijo propiciando una mirada coqueta hacia mí, logrando sonrojar levemente mi rostro y reír como única respuesta prudente.

Y si yo creía que eso había sido intenso, Carlos continuaba demostrándome que nunca es suficiente el nivel de intensidad.

Ese mismo día, horas después, me hallaba en mi motorhome, descansando apropiadamente luego de un día de prensa, cuando de pronto aparece mi compañero entrando al mismo sitio.

Se notaba que recién había hecho ejercicio pues vestía un conjunto deportivo negro, típico de él trotar por la pista apenas llega al circuito.

Y siendo honesto, Carlos vistiendo ese color se ha vuelto mi debilidad, simplemente lo encuentro demasiado atractivo, al punto de acorralarme a sentir un gran antojo por ese cuerpo trabajado cubierto en telas de tonos oscuros.

Por un momento creí que se había confundido de recinto y estaba por indicarle que su lugar era el de al lado, hasta que lo vi tomar una silla y colocarla directamente frente a la mía.

—¿Cómo te sientes Charles?—preguntó recién tomó asiento.

—Bien, relajado, aunque creo que eso es obvio, ¿y tú?

De pronto sentí cómo colocó sus pies detrás de la parte inferior de mi asiento y con fuerza lo jaló hacia él, disminuyendo la distancia entre ambos.

1655 [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora