So Long, Paris

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Bajo el manto estrellado de la noche parisina, Charles y Carlos paseaban de la mano por las calles adoquinadas, iluminadas por las suaves luces de los faroles y el murmullo de la ciudad que nunca dormía. El aire fresco primaveral les acariciaba el rostro mientras disfrutaban de la tranquilidad de la noche.

—Creo que—mencionaba Charles, viendo el grupo de personas, amigos, familias y parejas que pasaban alrededor—a pesar de todo, el haber expuesto al mundo nuestra relación es la mejor decisión que pudimos haber tomado.

Todos los individuos caminaban libremente, inmersos en su propia convivencia, reflejando en los ojos del monegasco siluetas felices y armónicas que parecían gozar del momento tanto como ellos.

—De otra forma, no estaría caminando de la mano con mi prometido recorriendo las calles de la ciudad del amor—completó.

—¿Y sabes qué es aún mejor?—preguntó el moreno deteniendo su paso, sin soltar la mano del ojiverde, girando su cuerpo para verlo directamente.

Y antes de que Charles pudiera articular alguna respuesta, Carlos tomó su rostro y plantó un suave beso en sus labios, convirtiéndolo en un momento de magia en medio de la mística atmósfera parisina nocturna. Mientras las luces de las farolas pintaban destellos dorados en las antiguas calles empedradas, el suave susurro del viento acariciaba los árboles que se alzaban majestuosos en los bulevares. El aroma embriagador de la cocina francesa flotaba en el aire, mezclado con notas sutiles de perfume que parecían bailar alrededor de la pareja.

El cielo nocturno se extendía sobre ellos como un manto de terciopelo oscuro, salpicado de estrellas que destellaban con timidez, como si fueran testigos silenciosos de aquel momento de intimidad. A lo lejos, el murmullo distante de la ciudad añadía una melodía suave y constante al ambiente, como si Paris misma estuviera murmurando palabras de aliento y complicidad.

El beso, enmarcado por la majestuosidad de la ciudad de la luz, adquiría una profundidad y una intensidad que parecían trascender el tiempo y el espacio. Los labios de Charles y Carlos se encontraban en un ballet delicado y apasionado, fusionándose en un instante eterno que resonaba con la promesa de amor y romance en cada esquina de aquella calle parisina.

Y de aquello solo era capaz la capital francesa, con el poético superpoder de enaltecer todo momento y pintar de arte cada segundo mientras una historia de amor se desarrollara en sus tierras.

Esa era la magia del rincón predilecto del Edén terrenal de Charles.

—Carlos—expresó suave el monegasco, luego del cese del beso, sus frentes encontrándose la una a la otra—sé que estamos comprometidos pero, ¿alguna vez te has puesto a pensar en lo que sigue?

—¿De qué hablas?, ¿como de nuestra boda?

-¡Exacto!—respondió alegre al recibir la contestación que buscaba—¿tú... tú quieres tener una?

—Charles... —susurró el español, su voz apenas audible sobre el murmullo de la brisa nocturna—. Sí, claro que he pensado en nuestra boda, pero... ¿y después de eso? ¿Qué sigue para nosotros?

Un silencio tenso se cierne sobre ellos mientras las palabras se quedan suspendidas en el aire, cargadas de significado. Charles se queda mirando fijamente a Carlos, intentando descifrar el significado detrás de sus palabras.

—Después de la boda... —murmuró, luchando por encontrar las palabras adecuadas—. Supongo que pensé que... que estaríamos juntos, construyendo nuestra vida, compartiendo nuestros sueños.

—Pero, ¿y si nuestros sueños no coinciden? —interrumpió Carlos, su voz ahora llena de angustia—. ¿Y si lo que yo quiero no es lo mismo que lo que tú quieres? ¿Y si... nos damos cuenta de que nuestros caminos se separan?

1655 [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora