Dos: Realidad

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Han pasado ocho años desde que decidí dejar mi hogar y mi familia en California para mudarme a Washington con Anthony, nos casamos a los pocos meses y todo era miel sobre hojuelas.

La luna de miel en Paris fue increíble, me sentía dichosa, como si mi vida fuera un sueño, aunque en realidad estaba entrando en una pesadilla.

Cuando Anthony decidió lanzar su campaña para senador, el humor le cambio radicalmente, eran pocos los días que venía a casa, no sabía de él en largos lapsos de tiempo.

De una u otra forma me obligaba a convivir con su familia que me detesta, y no conforme con esto, también Rachell, su ex. Era invitada de honor en reuniones familiares.

Es la persona más insoportable que he conocido, siempre trata de hacerme quedar mal, realza mis errores hasta puntos estratosféricos. Es tan antipática y grosera que había veces que me inventaba enfermedades para no almorzar con ellos.

Dos años después de nuestro matrimonio tuve un aborto espontáneo del que Anthony ni siquiera se enteró, vivía y moría por su trabajo. Solo se acordó de mí cuando lo nombraron senador y ese día frente a todas las personas simpatizantes con él, pude tener de vuelta al hombre del que me enamore.

Desde ese momento todo ha ido de mal en peor, nuestro matrimonio es más apariencia que cualquier otra cosa. Sus infidelidades son incontables, ya me da asco hasta darle un beso, pero debo seguir sonriendo.

El tiempo se ha ido como agua entre mis dedos, ahora desea ser gobernador de Washington, solo que esta vez me incluyó, a menudo nos hacen entrevistas sobre lo maravilloso que es nuestro matrimonio y que solo nos haría falta formar una familia para ser perfectos.

He sido fuertemente criticada por los oponentes de Anthony por mi edad, mi inexperiencia en asuntos políticos, ya que al ser elegido, a mi cargo quedaran asuntos de beneficencia y asistencia social.

Hoy es otra de esas entrevistas donde me recuerdan lo bella y joven que soy, de la frescura que traeré al gobierno... bla... bla... bla...

Buenos días — saludo a la recepcionista

Le dedico la mejor de mis sonrisas, pero ella parece sorprendida con mi presencia, se sonroja y permanece mirándome mientras las puertas del ascensor se cierran.

Llego al tercer piso donde se encuentra la oficina de mi marido y como la nueva asistente no está en su puesto, entro directamente a la oficina mirando mi reloj.

Tenemos el tiempo medido para llegar a la entrevista con el «The Wall Street Journal» debe apresurarse porque lo que menos quiero es lidiar con su mal humor.

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