IMAGINA II

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EL EMBARAZO

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PIETRO


Estaba tirado en el sofá de nuestra casa en Sokovia, hacía más de dos años que Irvette y yo vivíamos en esa casa, mis ojos pesaban cada vez más a medida que transcurría el tiempo y sentía como poco a poco mi cuerpo se relajaba y me iba quedando dormido.

—¡Pietro!—el grito lastimoso de Irvette me hizo pegar un bote asustado y caer de cara contra el suelo.

Tarde unos segundos en reaccionar y cuando escuche por segunda vez que gritaba mi nombre fue que me levante de un salto y rápidamente llegué hasta ella.

Irvette estaba en el baño de nuestra habitación, tirada en el suelo y con la cabeza hundida en la taza del váter.

—¿Qué te pasa?—pregunté preocupado por ella, a la vez que me agachaba junto a ella para retirar algunos pelos que se habían pegado a su cara por el sudor.

—Qué me estoy muriendo, Pietro.—dijo con una voz dramática, los ojos cerrados y una exagerada cara de dolor.

Negué un poco, con una sonrisa al ver como dramatizaba, mientras Irvette soltaba berridos lastimosos.

Me acerque un poco más a ella y tomé su cara entre mis manos, obligandola de esta forma a que me mirará a la cara.

—Irvette, mírame. Abre los ojos.—dije acariciando sus mejillas.

Ella me obedeció con fastidió.

—¿Qué quieres, Pietro?—dijo con molestia.

—Qué me digas porque estás así.—hablé con tranquilidad y una pequeña sonrisa amable.

Irvette se rió levemente después de mis palabras.

Arrugue el ceño sin comprender a qué se debía su actitud.

—Tengo un retraso de cuatro semanas.—dijo casi en un susurro.

La sangre se me heló y por un segundo me quedé completamente quieto, con la mirada perdida tratando de asimilar lo que podría significar eso.

Irvette volvió a reír algo más despejada.

—Tendrías que ver tu cara.—dijo separándose de mi para apoyar su espalda contra la pared del baño.

Salí de mi trance y la mire con los ojos abiertos y la respiración algo alterada.

—¿Lo dices enserio?—pregunté casi incrédulo.

—Bueno, todavía no me he hecho la prueba...—dejo la frase en el aire y me mostró la caja de un predicto que había sacado de uno de sus bolsillos traseros.

—¿Y a qué esperas?—me levante de golpe y la ofrecí mi mano para que se levantara.

—A dejar de vomitar, ¿quizá?—me respondió con obviedad, a la vez que se levantaba.—Aunque ahora ya estoy mejor.—siguió hablando mirando la caja.

—Bien, bien.—dije nervioso, limpiando las palmas de mis manos que de pronto habían comenzado a sudar.

Irvette me miro con una sonrisa que no entendí y yo la mire expectante.

—Pietro.—dijo aun con la sonrisa.

—Dime.—

—Tengo que mear.—dijo alzando las cejas, yo asentí y me crucé de brazos.—Pietro, no creo que sea necesario que me veas mear.—Irvette rodó los ojos y apunto a la puerta de salida.

—¡Ah, si cierto!—de pronto caí en que tenía que salir del baño.

Besé rápidamente los labios de Irvette y salí a rápidas zancadas del baño.

Cerré la puerta a mis espaldas y solté el aire que no sabia que estaba reteniendo. Me pase una mano por la casa tratando de despejar el hilo de pensamientos que habían comenzado desde que escuche la noticia.

Me deje caer hacia la puerta, destensando un poco mi cuerpo abarrotados y calmando los latidos de mi corazón, que se había acelerado de sobremanera.

Tras unos minutos la puerta del baño se abrió de golpe, haciéndome tropezar al seguir apoyado en ella.

Levanté la mirada hasta sus ojos cuando me recompuse, con una cara completamente expectante y de completo nerviosismo.

—¿Y bien?—la pregunté cuando vi que no decía nada y no levantaba la cara de aquel dichoso objeto.

Irvette alzó la mirada y por fin encontré sus ojos con los míos, parecían asustado y preocupados.

Ella levantó el objeto y lo puso a la altura de mis ojos.

Dos líneas.

Las mire por varios segundos, tratando de buscar algo que decir o algo que comprender, no estaba seguro de lo que pasaba.

—Irvette, no se que significan dos líneas.—dije con la desesperación a flor de piel y mostrando toda mi frustración en la expresión de mi rostro.

Ella exhaló pesadamente, antes de volver a mirarme.

—Estoy embarazada, Pietro.—

Su voz sonó clara en mi cabeza, retumbaban sus palabras dentro de ella, asimilando todo lo que esas palabras significaban. Pero cuando salí de mi asombro y el shock inicial pude apreciar que el tono de su voz sonó asustado y volví a la realidad, preocupándome por primera vez en ella, en vez de en mis propios pensamientos.

—Prrincesa...—susurré.—Tranquila.—al decir eso último mis brazos ya estaban rodeando su cuerpo y su cara hundida en mi cuello.

—No se si quiero tenerlo, Pietro.—me confesó en un sollozo. Mi pecho se apretó al escuchar lo rota y angustiada que sonaba su voz.

Pero sus palabras me sorprendieron, era cierto que la idea de tener un hijo me aterrada y me había dejado paralizado pero en ningún momento pasó por mi mente no tenerlo, y que a ella si me dejó confuso.

—¿Por qué? Yo estoy aquí.—dije acunando su cara entre mis manos para poder mirarla a los ojos.

—Pero estamos solos, Pietro.—Ella aparto la mirada clavandola en algún mundo de mi rostro que no fueran mis ojos.—Que no hay nadie más, falta toda nuestra familia.—sus ojos se cristalizaron y un pequeño nudo en mi garganta de formó.

—Irvette, Irvette.—insistí hasta que volvió a mirarme.—Por eso vinimos aquí, ¿no? Para formar una nueva vida juntos.—Ella asintió un poco dudosa.—Pues este solo es un paso más en nuestra nueva vida y decidas lo que decidas tiene que ser por ti, por nosotros, no por los que faltan.—aunque el nudo se hizo más fuerte seguí hablando con la misma firmeza para que sintiera mi seguridad es nosotros.

—Tienes razón.—finalizó tras unos segundos de espera, con una mínima sonrisa.

***

Y ahí estaba, Galina.

La pequeña nos miraba con los ojos bien abiertos y cierta curiosidad en ellos mientras movía las manos irregularmente.

Irvette y yo la observamos en su cuna, la cuna en la que ya llevaba más de un mes durmiendo.

—Es una prrincesa.—dije con una sonrisa mirando a mi hija.—Y tú otra.—ahora dirigí mi mirada a Irvette y besé su mejilla brevemente.

Ella sonrió en mi dirección.

—Steve ha llamado para poder venir a ver a Gal.—me informó.

—Pues espero que no venga a la vez de Stark y su hija, no me apetece escuchar sus peleas.—dije entre risas y mi sonrisa se contagio a Galina.

ACELERA || PIETRO MAXIMOFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora