CASANDRA

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Los juegos fúnebres estaban a punto de comenzar y la sensación de angustia, con la que se había levantado esa mañana, no hacía más que crecer. Un año más su padre, el gran rey Príamo de Troya, había organizado unos juegos en honor al hijo que, dieciocho años atrás, había mandado abandonar en el bosque. Se trataba de un evento que reunía a toda la población de Ilión y que solía durar hasta el anochecer.

Recordaba muy bien el día en el que su madre dio a luz a Paris. Por aquel entonces contaba con diez años de edad, sin embargo, no se había olvidado de la serie de sentimientos que había tenido. Al principio, cuando se enteró de que se iban a llevar a su hermano pequeño, de confusión e incomprensión, pero luego... Mientras el niño era entregado a Agelao, pastor de la corte, sus ojos se encontraron con los del retoño y, al instante, vio emerger de las manos de su hermano candentes llamaradas que envolvían la habitación en un ferviente fuego, que quemaba vivos a cuantos estaban a su alrededor. Lo único que fue capaz de hacer fue gritar aterrorizada hasta perder el conocimiento y su siguiente recuerdo era despertarse en su cama al día siguiente.

Nunca había confesado a nadie esa visión que, desde entonces, la aterrorizaba durante sus sueños. Últimamente, además, se había vuelto frecuente y aumentado su intensidad. La última durante la noche anterior a los juegos. En ella no solo había ardido la habitación, sino el palacio entero y con él su familia.

-Hija, ¿te encuentras bien?

Un tanto sobresaltada, desvió su mirada hacia su madre, que se había acercado a ella antes de sentarse en su trono. La reina Hécuba la observaba preocupada.

-Sí, madre -mintió sabiendo que, aunque compartiese sus sueños y temores, no sería escuchada-. Es solo las emociones que siempre me embargan en este día.

-Lo comprendo. -Hécuba posó unas consoladoras manos sobre las de su hija y la sonrió con tristeza-. Mi corazón también se encoge cuando piensa en ese hijo al que solo pude sostener en brazos unos segundos, nada suficientes para una amorosa madre. Pero tengo a tu padre, tus hermanos y hermanas, y a ti, mi dulce niña. Debemos encontrar apoyo los unos en los otros.

-Sí, madre.

Nada más se dijeron, aunque tampoco habrían podido. Príamo hizo su aparición, saliendo del palacio y dirigiéndose, en medio de los clamores de los troyanos hacia el palco preparado para la familia real. Tomó asiento junto a su esposa, que se encontraba a su derecha. Al lado de su madre, estaba Andrómaca, esposa de su hermano mayor, Héctor, mientras a la izquierda del rey se sentaban sus hijas, Laódice, Políxena y finalmente ella. Sus hermanos, presididos por Héctor, formaban delante, preparados para el momento en que su padre diera inicio a los juegos, y detrás de ellos el resto de participantes para las pruebas.

Príamo indicó con un silencioso gesto que podían comenzar y la población estalló en clamores. Su padre nunca había dirigido unas palabras, como era costumbre, en tan señalado día, todavía no había superado, ni perdonado así mismo, el haber tenido que ordenar el asesinato de su hijo recién nacido.

Los juegos fúnebres eran una serie de pruebas, tanto atléticas como de combate, en las que cualquier joven del reino podía participar, así que habían terminado por convertirse en un gran acontecimiento para la polys. Todos los años era lo mismo, pero ese había algo diferente que solo ella podía notar. Sentía el ambiente cargado, la intranquilidad la obligaba a moverse, la tensión agarrotaba sus músculos, su corazón palpitaba desbocado y, tras el mediodía y después de comer, cuando iban a comenzar los combates, su piel empezó a exudar un sudor frío.

Fue durante el primer combate de su hermano menor, Deífobo, quien, por medio del azar, tuvo que enfrentarse a un pastor llamado Alejandro, que entró a la zona de lucha rodeado por una cohorte de cuchicheos. Hasta ahora no había prestado mucha atención, empero, cierto cambio en el aire que la rodeaba la hizo centrarse en lo que sucedía y escuchó de sus hermanas que ese chico se había proclamado vencedor en todas las pruebas, superando incluso a sus hermanos.

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