La torre era más alta de lo que la había parecido desde fuera, pero eso no impidió, aunque ya notase sus pies cansados, que continuase subiendo la escalera. Si necesitaba llegar al Inframundo para cumplir la petición de Afrodita, la mejor manera sería con su muerte y la altura de ese torreón era perfecto para ello. Al llegar a la cima, se aproximó al borde y miró hacia abajo, aunando el valor necesario para saltar al vacío, algo más fácil de pensar que de hacer.
Dio dos pasos, animándose así misma a dar el paso, pero se detuvo en el último instante y dio un grito de frustración. Quería hacerlo, de verdad que quería, pues era la única manera de volver con su amado. Suspiro y cambió de estrategia. Se sentó en el borde, apoyándose con las manos, y cerró los ojos para no tener que ver lo que estaba a punto de suceder.
-¿Qué pretendes hacer, insensata? –Abrió los ojos sorprendida por escuchar una voz en ese solitario lugar, sin embargo, no distinguió a nadie a su alrededor-. ¿Por qué quieres morir?
-Es la única manera de llegar al reino de Perséfone –respondió llevándose las manos al pecho, pensando en las duras pruebas a las que Afrodita la estaba sometiendo por haber contrariado a su preciado hijo-. Afrodita me ha pedido que la solicite un poco de su belleza. Si lo hago, estaré más cerca de volver a reunirme con mi amado Eros.
-Para eso no tienes que morir, dulce joven. Existe otro camino que te permitirá viajar al mundo de los muertos sin necesidad de convertirte en uno. –Con esperanzas renovadas ante semejante información, se apartó del borde-. En Lacedemonia hay una cueva, una serie de galerías, cerca de Esparta, que te conducirá a dicho lugar; la Cueva de Diros.
-No tengo vidas para pagarte información. Gracias, seas quien seas –dijo encaminándose ya hacia la salida.
-¡Espera! –Se giró-. Antes debo de hacerte varias recomendaciones. Para empezar, baja portando dos monedas, para pagar a Caronte tanto a la ida como a la vuelta, y dos tartas de cebada, que, de la misma forma, deberás dar a Cerbero para que te permita el paso. Una vez en audiencia con la reina, ni aceptes asiento ni nada de lo que te ofrezca, conténtate con sentarte en el suelo y tomar un mendrugo de pan.
-Entendido. No olvidaré tus palabras.
-Así lo espero muchacha.
El viaje fue largo y solo descansó lo estrictamente necesario. Cuando llegó, primero localizó la entrada a las grutas y después se acercó a la población cercana a buscar los objetos que le habían indicado. Una vez resuelto esto, se adentró en la oscuridad de las galerías, por las que avanzó con suma precavidez, siempre con el temor a caer y que las tartas se estropearan o perdiese las monedas. Si cometía un error, ya no habría vuelta atrás y adiós a la oportunidad. ¿Cuánto tiempo estuvo caminando en medio de aquellas penumbras? La noción del tiempo se esfumó en su mente. No tenía manera alguna de saber si era de día o de noche, en qué momento de su recorrido estaban los dioses celestes, solo sabía que debía de seguir caminando si de verdad quería estar entre los brazos de su amoroso dios alado.
Los recuerdos en el palacio de Eros daban vueltas en su memoria, manteniéndola en su cordura. Casi que podía sentir sus dedos acariciando su piel en la oscuridad de su lecho. Y, aunque solo le había visto una vez, sus rasgos se habían quedado grabados a fuego en su cabeza. Su pelo rosa, sus ojos violeta y el par de alas de mariposa, también rosas, que, sin ella saberlo, habían sido las suaves sedas en las que su dios la había estado envolviendo durante las noches que estuvieron juntos. Un suspiro de anhelo se escapó entre sus labios mientras rememoraba.
Continuó sin detenerse, a pesar de que las plantas de sus pies ya estaban doloridas y ardían con intensidad, y, finalmente, su esfuerzo dio sus frutos. Andaba con lentitud, notando como si alfileres se clavasen en su piel a cada paso, por un largo corredor, cuando su cansada vista vislumbró una serie de puntos de luz al fondo. Rezando a quien tuviera la amabilidad de escucharla, aceleró el paso y, al salir, se encontró ante un paisaje amplio.