AQUILES

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Hacía más de dos años que se encontraba oculto en Esciros, dentro de las murallas del palacio de Licomedes. A pesar de sus quejas, no había podido decir que no a los apasionados ruegos de su madre para que, disfrazado de doncella, se escondiera entre las hijas del rey isleño. Su interior, a esas alturas, bramaba por dentro. No soportaba por más tiempo tener que pasar por mujer.

Para terminar de generar su malestar, se había enterado de la guerra que se avecinaba, seguramente la más grande que se produciría en años, que se recordaría durante eras y cuyos participantes jamás serían olvidados... Y él se lo iba a perder. Su nombre no estaría entre ellos y todo porque su madre estaba convencida de que moriría en dicha batalla. Pero era un guerrero, ¿por qué su madre no entendía que para él, morir en esas circunstancias, sería el mayor regalo que la vida podría brindarle? No tenía duda que todo el tiempo pasado con Quirón lo había estado preparando para dicho acontecimiento, para hacerse un hueco entre los grandes combatientes que se enfrentarían frente a las murallas de Ilión.

Mientras pensaba en la gran armada que se debía estar congregando en Áulide, se sentó para librar la batalla diaria que nunca ganaba, tener que peinarse y maquillarse como una mujer. Menos mal que la única persona que conocía su verdadera identidad en ese lugar no tardaría en llamar a su puerta. No se equivocó

-¿Estás ya despierto? –Se oyó preguntar a una dulce y delicada voz.

Cerró los ojos permitiéndose disfrutar el escalofrío de placer que le recorrió nada más oír esa melodiosa voz.

-Sí. Adelante.

Una joven, la más hermosa de todas las hijas de Licomodes a sus ojos, abrió con timidez la puerta y entró a sus aposentos. Ella ya estaba preparada, sus rojizos cabellos bien atados con una cinta, su grácil cuerpo cubierto con un vestido castaño, a juego con sus ojos anaranjados. Su silueta y formas se percibían con gran nitidez a través de la tela, y notó como su cuerpo reaccionaba ante la visión de una diosa terrenal. La recorrió con la mirada mientras esta se aproximaba y, al llegar a su artístico rostro, percibió en su semblante que algo sucedía.

-¿Te ha pasado algo?

-No. Para nada.

-Te ves muy seria.

-Es... Mi padre nos ha pedido que nos pongamos nuestras mejores galas. Hace un par de horas divisaron una nave con rumbo a las costas de Esciros y los que viajaban en ella acaban de llegar. –Aquí Deidamía realizó una pausa para obligarle a girarse y así poder peinarle como correspondía-. Al parecer los invitados imprevistos son de alta importancia y mi padre no quiere que haya errores.

-¿De quiénes se tratan?

Su amante no respondió y eso le hizo fruncir el ceño. Si Deidamía tenía tantas reticencias para desvelar sus identidades, solo se podía deber a que sabía que sus nombres le afectarían. Debía pues conocer a dichos invitados o, al menos, saber de ellos.

-Supongo que alargar esto no ayudará porque el resultado será el mismo –habló ella mientras le mesaba sus largos cabellos. Dio un resignado suspiro y añadió-: Son Odiseo, Nestor y Ayax.

Al escuchar sus nombres, abrió ampliamente los ojos y se levantó como su cuerpo temblando por la emoción. Solo podía haber un motivo por el que esos tres grandes personajes irían hasta la corte de Licomedes. Lo estaban buscando y seguro que era para llevarlo a la guerra de Agamenón. Si los hados habían permitido que llegasen, no había duda de que querían que participase en la titánica batalla, así, sin pronunciar palabra y mirar a su amada Deidamía, se dispuso a salir a su encuentro.

-¡Espera! –Exclamó ella, aferrando uno de sus brazos-. No pierdas la cabeza. Comprendo lo que su aparición debe de estar provocando en tu interior, pero no olvides la razón por la que estás entre nosotras. Miles de veces me has hablado de tu madre y sé muy bien el gran cariño y amor que la profesas. Piensa en ella antes de actuar. ¿Cómo crees que la afectara tu impetuosa marcha? ¿Quieres provocarla el mayor de los dolores? Puedo asegurarte que preferiría estar muerta. Ahora que por tu culpa soy madre, bien puedo confirmar que no hay mayor preocupación que la que se tiene por un hijo. Ella te ha prodigado cuidados desde tu nacimiento, no seas un hijo desagradecido y mantente firme y oculto. No me cabe duda de que serás un gran guerrero y que en el futuro se cantarán tus hazañas en miles de epopeyas, pero este no es tu momento, Aquiles, no es esta la batalla en la que debes de participar.

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