Con la más absoluta calma, habiendo asumido que sería castigado, se encontraba aguardando la llegada de Zeus sentado en un asiento de su hogar, tomando de vez en cuando un sorbo a su copa llena de néctar. Hacía poco que acababa de otorgar, por segunda vez, a la humanidad el fuego y su uso, pero, en esta ocasión, lo había acompañado con el conocimiento necesario para crearlo, de tal manera que ya no se les podría arrebatar. A esas alturas, la ingente cantidad de fogatas que los humanos habrían creado, debería de estar siendo percibida desde el Olimpo y los dioses supondrían a quien se debía.
Su primo entraría en cólera, desde luego, y lamentaba profundamente esto, sin embargo, no podía dejar a la humanidad, a su más bella creación, desamparada por más tiempo. Se había arriesgado mucho y el castigo contra él sería ejemplar, pero nunca se arrepentiría de lo que había hecho. El bienestar de sus amados hombres bien lo merecía y preveía, tras el funesto castigo que Zeus perpetraría contra ellos, un florecimiento sin precedentes.
Además, ya había dejado las cosas atadas. Epimeteo ya estaba advertido de que no aceptase nada que proviniese de los dioses, por muy hermoso o atrayente que pudiera parecer dicho regalo. Y su hijo Deucalión tenía órdenes de lo que debía hacer llegado el momento. Sabía que su único vástago cumpliría con lo prometido, así lo esperaba por su bien, y que saldría adelante, convirtiéndose en el origen de una descendencia que gobernaría toda la Hélade y de la que saldrían los más grandes héroes que el mundo conocería.
Unos golpes en la puerta lo distrajeron de estos pensamientos. Suspiró para darse ánimos y, después de echar un último trago al néctar, paladeándolo en lo que sería la última vez, se levantó dispuesto a enfrentarse a su porvenir. Abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse con quien menos esperaba.
-¿Por qué, Prometeo? –Preguntó Hestia entre lágrimas.
-Sabes la respuesta, mi dulce Hestia –respondió retirándose al interior y permitiendo su paso. Se sentó algo abatido, pues, aunque preparado para enfrentarse a Zeus, no lo estaba para hacerlo con su amada prima. Lo que menos había pensado es que esta acudiese a visitarlo-. Deberías irte. Tu hermano no tardará en venir y dudo que le guste tu presencia.
-¡Al Hades con mi hermano! –Exclamó fuera de sí. En dos zancadas llegó a él y se arrodilló a su lado, observándole con el llanto afeando su bello rostro-. Te lo vuelvo a preguntar, Prometeo. ¿Por qué? Necesito oírlo de tus labios por mucho que sepa tu respuesta.
Posó una cálida mano sobre la de ella y la miró fijamente con rostro serio.
-Por ellos, Hestia. Por ellos, ¿por qué sino? No podía tolerar más tiempo el injusto trato que Zeus profesaba a la humanidad. Es mi creación. Todos ellos son mis hijos y, ¿qué clase de padre sería si los dejase sufrir? Así son las cosas, Hestia. Mi primo, tu hermano, me ha empujado a ello. Me he visto obligado, y él lo sabe bien.
-¿Acaso los amas más que a mí? –Preguntó ella con voz desgañitada.
-Ya hemos tenido esta conversación, amada mía, y conoces la respuesta. Te quiero y adoro, más de lo que alguna vez pude sentir por la dulce Pronea –contestó con sinceridad-. Pero esos sentimientos también los siento por la humanidad. Mi amor está dividido. Por eso te pedí que buscases a quien te ame como te mereces. Ya sea titán, dios o, incluso, hombre. Eso da igual. Lo importante es que encuentres a quien te pueda idolatrar con todo su ser, no solo con la mitad.
-Pero es que yo no quiero el amor completo de otro, quiero el que tú tengas para ofrecerme. Si te tengo que compartir con la humanidad, así sea. La amaré yo también y juro que la protegeré con la misma intensidad con la que tú lo haces. Solo te pido que no me abandones, Prometeo. No podría estar con otro hombre que no seas tú.