Y un día más ahí estaba, recogiendo flores. De pequeña era algo que la encantaba, las horas nocturnas transcurrían con soberana lentitud por la emoción de salir con su madre por la mañana, sin embargo, ahora que era un joven en pleno apogeo de su belleza, lo monotonía de su rutina acababa con ella. Sencillamente, se moría de aburrimiento. Aferraba las flores sin ganas y llenaba su cesto de manera mecánica. Para complicar más las cosas, su madre, la poderosa Deméter, no la quitaba la vista de encima, siendo para ella todavía una inocente niña, ¿tanto la costaba entender que ya no lo era? ¡Si hasta todavía tenía niñeras! Las tres ninfas, sirvientas de su madre, la seguían a todas partes y acompañaban en sus labores, también con sus respectivos cestos para recoger las flores.
Envidiaba a sus primo-hermanos. Aunque era mayor que la mayoría de ellos, estos tenían mucha más libertad que ella. Iban a su aire y hasta se mezclaban entre los humanos, teniendo aventuras con las que ella solo podía soñar. Hasta tal punto alcanzaba el control de su madre que ni siquiera le estaba permitido estar con ellos, porque, según Deméter, serían una mala influencia para su educación y comportamiento, y por esa razón habitaban solitarias en Sicilia, cerca de Enna.
¡Quería emoción! ¡Sentirse viva! A veces sentía que, si tenía que agacharse para coger otra flor, explotaría. Era como estar muerta en vida. Sus movimientos eran ya mecánicos, sin ser consciente de ellos, y sin sentir las emociones de las que oía hablar a sus primos cuando los escuchaba a escondidas. Más que otra cosa, la fascinaban sus historias sobre amoríos, si bien es verdad que muchos no acababan muy bien, despertaban en ella el deseo de tener algo similar.
-¡Kore! –La voz que la llamaba encontró el camino en medio de sus pensamientos para hacerla volver a la realidad y se giró hacia su procedencia. Aglaópe la observaba con el entrecejo fruncido-. ¿Ocurre algo?
-No, no. Tranquila.
-Bien. Tienes ya el cesto lleno. Deberías cambiarlo.
-¡Oh! –Exclamó comprobando que la ninfa mayor tenía razón-. No me había dado cuenta. Iré a por otro.
-Están cerca de vuestra madre.
Se dirigió hacia allí, pero, a medio camino, notó cómo la tierra temblaba bajo sus pies, una vibración que se acrecentó de tal manera que la costó mantenerse en pie. Sin remitir la sacudida, frente a ella, rasgando la superficie de la tierra, se abrió una grieta, que se ensanchó con suma rapidez. La abertura daba a un fondo oscuro y negro, sin embargo, al segundo de volver la calma, surgieron varios focos de luz azulada y la costó pocos segundos comprender que estaba viendo unos fuegos acercarse.
Y así, al poco rato, cabalgando a toda velocidad, de las profundidades ascendieron cuatro majestuosos corceles completamente negros y con crines de fuego azul, que arrastraban un carro igual de negro, aunque con decoraciones de oro. Conduciéndolo iba un hombre al que no llegó a ver, pues, sin frenar el carruaje, extendió un brazo para asirla de la cadera y subirla. Chilló aterrada, pero, fue tal la velocidad del carro, que este enseguida volvió a adentrarse en la oscuridad y la grieta se selló opacando la luz del sol, y ella, aterrorizada y consumida por la emoción y el traqueteo, cayó inconsciente en la parte trasera.
Al volver en sí, todavía confusa, descubrió que se encontraba en una amueblada habitación, cuyas paredes eran de obsidiana, los muebles de mármoles oscuros y los tejidos purpúreos. A su derecha había una ventana y, queriendo saber dónde se hallaba, se levantó para asomarse.
Lo primero que pudo constatar fue que se encontraba en un palacio construido con bloques de obsidiana. En segundo lugar, que su habitación parecía dar a la parte de atrás, donde, rodeado por una alta muralla, se extendía un pequeño jardín en el que predominaban los granados. Más allá, un vasto bosque de cipreses, entre los que se distinguían otras edificaciones, cubierto por tinieblas. Fijándose más, percibió una serie de sombras aladas que entraban y salían sin cesar de una de las construcciones, pero debido a la distancia y la oscuridad no pudo determinar de qué clase de criaturas se trataban.