ATALANTA

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Sabiendo lo que tendría que soportar a continuación, contempló cómo los jóvenes que la rodeaban se levantaban, después de haber recuperado fuerzas con la copiosa comida servida por la servidumbre de Eneo, y se dirigían a pertrecharse para la ansiada cacería. Se irguió, ajustando el broche de bronce de su escote, que mantenía en su sitio su sencillo vestido, y se recogió con firmeza sus rojizos cabellos en un moño sobre su cabeza.

Irrumpió con paso firme en la armería y, mientras buscaba sus armas, ignoró, aunque era consciente de ellas, las despectivas miradas de sus compañeros. Con su aljaba de marfil, bien repleta de flechas, colgando de su hombro izquierdo y empuñando en la misma mano su excelso arco, procedió a reunirse con la partida.

-¿A dónde te diriges, Tegeea? ¿Piensas cazar con nosotros? –Inquirió una voz.

Resignada no la quedó más remedio que centrar su atención sobre quien así la había hablado, Plexipo, uno de los hijos de Testio.

-¿Qué problema hay?

-¡Encima te atreves a preguntarlo mujer! –Exclamó el téspida-. Por todos es sabido que si una mujer se entromete en asuntos de hombres, lo único que traerá será la mala suerte a estos. Bastante peligrosa es ya esta empresa como para tentar a los dioses.

-Precisamente por los dioses debemos aceptar la compañía de la Nonacria. –Quien así intervino fue ni más ni menos que Meleagro, hijo de Eneo. De reojo, observó su aproximación, tratando de ocultar el rubor que ascendía a sus mejillas, pues su interior no estaba siendo inmune a las ardientes miradas que el héroe de Calidón la dirigía desde que sus ojos se habían cruzado-. ¿Acaso no sabes que a quien tienes delante es la cazadora a la que la misma Artemisa alimentase convertida en osa? ¿Olvidas que el jabalí es castigo de esta misma diosa? ¿Crees que la latona se tomará a bien el que despreciemos a su más querida protegida? –Sus palabras tuvieron el efecto deseado y los hombres de la partida bajaron sus miradas comprendiendo la razón de sus pensamientos-. No olvides, tío, que este es mi reino. Es mi polys la que soporta el horror de esa terrible bestia y yo digo que Atalanta nos acompañará. A quien no le guste puede dar media vuelta, pero, por toda la hélade serán recordados los nombres de los cobardes que se retiraron de la Caza de Calidón.

Nadie osó replicar y no les quedó más remedio que aceptar su presencia. Avanzaron hacia la arboleda y, a la vez que se adentraban en lo más profundo, se dirigió hacia el que tan arduamente la había apoyado. Le tocó en el hombro para llamar su atención y, cuando Meleagro se volvió, durante unos segundos se olvidó de lo que iba a decirle. Con sus ojos rojizos, sus oscuros cabellos, esos perfectos rasgos juveniles, era el más apuesto de cuantos participaban en la cacería y, a pesar de haberse consagrado a la diosa cazadora, no era inmune a la influencia de Afrodita.

-Me gustaría agradecerte en persona tu apoyo, gran Meleagro –dijo con un nudo en la garganta-. Pocos se hubieran atrevido a defender a una mujer en semejante situación.

-Solo me he limitado a asegurar tu participación en la empresa. Mal que les pese a la mayoría, eres mejor cazadora que muchos de los presentes y es indudable que, si contamos con tu experiencia, serán mayores las posibilidades de éxito.

-Aun así, quisiera darte las gracias.

-Y yo las acepto. –El joven parecía nervioso y sus mejillas estaban enrojecidas, así que decidió alejarse para que se pudieran centrar en la empresa que tenían entre manos.

Atentos a los sonidos a su alrededor, alcanzaron el centro del bosque y se desperdigaron por la zona. Un grupo de ellos se ocuparon de colocar las trampas, tendiendo las redes en varios puntos, otros quitaron las cadenas de los perros, que, olisqueando el aire, salieron en persecución de la presa detectada, y los últimos, entre los que ella se encontraba, ojearon los alrededores en busca de pistas y señales que indicasen la presencia de su captura.

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