SÍSIFO

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El castigo iba a ser realmente severo, eso era lo único que tenía claro y en cómo sería, mientras regresaba a su hogar. Hacía dos días que el Asopo había llegado a Éfira buscando a su hija y, a cambio de que este hiciera brotar un manantial permanente para la ciudad, le informó de que había sido Zeus el raptor de Egina. El río había cumplido con lo prometido y, tras haber revisado la fuente de agua y concordado con los arquitectos la construcción de una fuente y unos canales para encauzar el fresco curso, se encaminaba hacia su palacio.

Cuando el dios del Olimpo descubriera que había sido él el chivato, cosa que no dudaba sucediese de un momento a otro, se granjearía la ira del dios y era más que probable que este castigara su indiscreción. Así que ya andaba planeando las posibles maneras de librarse del futuro castigo y divagando se lo encontró su mujer al reunirse en su hogar.

-¿Qué sucede, esposo? Te ves preocupado –Le preguntó Mérope.

-Mucho me temo que pronto Zeus vendrá a castigarme –respondió, sin dejar de maquinar en su mente. La mujer se sentó a su lado con preocupación e interrogante y le colocó una mano sobre la suya-. Es posible que me salga caro el haber dotado a la ciudad de agua.

-¡Pero era necesario!

-Lo sé, pero eso no significará nada en este asunto. –Hubo una tensa pausa entre ellos. El pesado silencio se hizo eterno, hasta que, con sus ideas ya bien definidas, se giró hacia ella-. Escucha lo que voy a decirte atentamente porque de ello depende el que salgamos bien parados del problema.

-Te escucho, Sísifo.

-No sé con certeza que estará planeando el crónida soberano contra mí, pero, si al final se produce mi muerte, no hagas nada con mi cuerpo. –Mérope abrió con amplitud los ojos, pillada por sorpresa por la petición y las consecuencias que esta podría traer-. Sí. Sé lo que implica esto. Por eso precisamente es de vital importancia que cumplas con ello. Deja mi cuerpo sin tocar y sin realizar las honras fúnebres correspondientes. ¿Lo entiendes? Es importante que me jures cumplirás mis mandatos.

-Si esos son tus deseos, así lo hare, mi rey –respondió ella.

-Bien. Ahora déjame solo. Todavía hay cosas que debo hacer.

Llena de zozobras, incertidumbres y miedos, Mérope se levantó y se dirigió a recluirse en sus aposentos privados. Contempló su salida, compungido por el sufrimiento que la situación la estaba provocando, y mandó buscar a su herrero personal. El artesano se presentó lo más rápido que pudo, apurado por las prisas con las que había sido llamado, y le ordenó fabricar, a la mayor brevedad posible, los grilletes más fuertes e irrompibles que fuera capaz de forjar. La petición era extraña, sin embargo, el sirviente supo mantener la boca cerrada y se dirigió a su taller para ponerse manos a la obra.

La regia pareja se volvió a reunir para la comida del mediodía, sin que entre ellos se intercambiara una sola palabra, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, y se separaron de la misma manera. Transcurrió la tarde en una exacerbante espera y, ya anocheciendo, recibió aviso de que el herrero acababa de terminar con su encargo. El trabajo era exquisito y el metal de los grilletes refulgía inmaculado. Revisándolos por un lado y por el otro, para asegurarse de que no habría forma de que se rompieran, los dejó ocultos entre los sillones de su salón. Hecho eso, se recostó en su lecho para pasar la noche.

Al rayar el alba fue despertado por varios de sus sirvientes.

-¡¿Cómo osáis despertarme a horas tan tempranas?! –Bramó saliendo de entre las sedas-. Espero que sea importante.

-Lo es, señor –respondió el acongojado joven-. Hay una extraña persona preguntando por usted en la entrada. Es... Da muy mala espina y su aspecto es... es... un tanto aterrador.

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