En el bosque II

3 0 0
                                    

El sendero que transitaban era nuevo, se había formado luego de que los árboles cambiaran de lugar y aunque la bruja le aseguraba que era el camino indicado, Sid no estaba muy convencido, sin embargo, prosiguió avanzando con los bultos a los lomos y Sephira enganchada a su brazo.

La anciana caminaba muy lento y cada tanto tenían que detenerse para que pudiera descansar. En uno de esos descansos, Sid percibió que alguien los acechaba. No era una bestia, porque no olía como ellas, sino que más bien tenía un aroma agradable, como el de las flores que cultivaba la bruja. Nyx que se hallaba sobre una rama, también había notado la acechanza y comenzó a graznar, alertando a su ama del peligro. Sephira se puso de pie de inmediato y ordenó a Sid que no se alejara de su lado.

— ¿Qué sucede?

—Sin importar lo que suceda, no hagas caso a lo que te digan esas sabandijas.

— ¿Quiénes? —balbuceó.

—Las hadas. Ellas harán de todo para complacerte, pero a cambio querrán tu alma y luego serás un títere cuyos hilos tirarán a su antojo.

Sacando una piedra verde del bolsillo, Sephira se la entregó al muchacho como amuleto de protección.

Sid estaba un poco asustado y tomando un trozo de rama, adoptó una posición de defensa. Unos minutos después, el sonido de unas risitas alegres, que se parecía más al tintineo de una campanilla, lo puso en alerta y Sid apretó la rama nervioso. La incertidumbre aumentó cuando comenzó a distinguir pequeñas esferas luminosas, de color púrpura, que sobrevolaban a su alrededor. En un principio solo eran un par, luego comenzaron a multiplicarse y fue allí cuando comenzó a tener miedo.

Molesta por la burla de las hadas insolentes, Sephira comenzó a maldecirlas, mientras agitaba el báculo que utilizaba para ayudarse a caminar y ante los ojos incrédulos del muchacho, las criaturas pequeñas comenzaron a caer petrificadas. Por su parte, Nyx graznaba de un modo extraño como si estuviera carcajeando y luego desarmó a picotazos a los cuerpecitos hechos piedra.

— ¿Qué es lo que quieren?

—Te quieren a ti, muchacho.

— ¿A mí? ¿Y por qué me querrían?

—Ahora no hay tiempo para hablar, tenemos que continuar, porque esas sabandijas no se darán por vencidas y atacarán de nuevo.

— ¿A dónde vamos?

—Seguiremos por este camino hasta la bifurcación.

—Me refiero el sitio, no has querido decirme antes y hace días que vagamos por el bosque.

—A su tiempo lo sabrás, ahora continuemos.

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora